Sacamos fotos callejeras con el teléfono celular y las compartimos, mandamos mensajes con los grafitis que leemos y disertamos sobre lo que dicen los pasacalles deshilachados. No hay una página en blanco afuera, hay una ciudad de páginas escritas.

La edición de Diario del afuera (1985-1992) y La vida exterior (1993-1999), el libro de Annie Ernaux publicado en conjunto por Milena París y Milena Caserola y traducido por Sol Gil, está a gusto cerca de esas páginas errantes, aunque ahora brille con luces de neón porque su autora ganó el premio Nobel de Literatura y recibe a los 82 años recién cumplidos, honores y escombros, sustantivos laderos cuando de premios se trata.

Diario del afuera es el blues subterráneo de la arrogancia de los ojos cuando miran y creen que nadie los ve y es también un diario de viaje urbano con perfume a libro de actas poético que describe encuentros signados y distribuidos a lo largo de las horas por diminutas sincronías que ocurren cuando Annie Ernaux viaja en metro, entra en un supermercado, en una peluquería o escucha lo que una mujer le cuenta a otra en el tren París- Cergy: “Construye el relato ante nosotros (muchos pasajeros parados, varios se ponen a escuchar) (…). Manera impúdica de contar, exhibición del placer de narrar, ralentizar el proceso que conduce al desenlace, aumentar el deseo de la audiencia. Todo el relato funciona en clave erótica. (…) (Me doy cuenta de que siempre busco los signos de la literatura en la realidad).” 

La escritora francesa (creció en Yvetot, un pueblo en la Alta Normandía, y vive desde hace muchos años en Cergy- Pontoise, a 50 km de París) dice que escribe ficción y no memorias, pero también dice que es la etnógrafa de su propia vida. En el juego al que juega bien: encontrar lo colectivo en lo individual, el yo-yo es una de las piezas del tablero y las experiencias no empañan el espejo. “Estas cosas me sucedieron para poder contarlas”, escribe Annie Ernaux en El Acontecimiento (2001), recuento del aborto clandestino que tuvo en los años sesenta cuando era ilegal en Francia, y para completar esa fusión entre lo individual y lo colectivo dice entonces que somos palabras que viajan a través de nuestro cuerpo. 

En el mundo de Ernaux se vive y se escribe. Los años (2008), El lugar (1983) y No he salido de mi noche, (1997, sobre su mamá y el Alzheimer con el que convivió durante seis años), son apenas tres de sus libros, publicó más de veinte y no todos están traducidos al español. El relato es un anhelo de existencia y en ese afán descubre gestos y frases de su madre en una mujer que espera su turno en la caja de un supermercado. Su pasado, la presencia de su pasado, vive en el Auchan, en el Metro y en las Galerías Lafayette; mientras mira a esa mujer se da cuenta de que ella también es el pasado de alguien: “inmersa en la multitud, llevo en mí la vida de los otros.” 

En La vida exterior convierte en crónicas de denuncia emotiva -en sentimentalismo ambiguamente asumido- los fragmentos que la rozan en la calle: “Hoy que está despejado y hace un frío glacial los medios anuncian que en Toulouse murió de frío una mujer y en París tres SDF. Con la palabra “SDF”, se denomina a una especie sin sexo, que va con bolsas y ropa ajada, cuyos pasos no se dirigen a ninguna parte, sin pasado ni futuro, Es decir que ya no forman parte de la gente normal.” Esa voz del yo no se confiesa, se descubre observando.

[MA1]