Hace unos días me internaron por una afección renal. Esto no le interesa a nadie. Pero lo que sigue sí. Comprobé que los sanatorios son lugares para enfermar a la gente. Lo lamento mucho por la Asociación de Clínicas, pero me sobran ejemplos.

Por empezar si una es noctámbula está frita porque tan pronto cae el sol sirven la cena y pretenden que el paciente se duerma. Dos de mis compañeras de cuarto (durante mi estadía fueron tres) se despatarraban sin problemas. Yo tardaba hasta casi la medianoche. Pero por protocolo institucional, desde esa hora en adelante los enfermeros prendían las luces cada sesenta minutos para controlar la fiebre, la presión arterial y el pulso.

Para que se entienda: durante la nocturnidad más honda de luces apagadas cuando una comenzaba a entrar por fin en el descanso, en esa bruma amigable que es el sueño, todas las lámparas blancas de la habitación se encendían al unísono. De un golpe. Y aparatos helados se introducían en mi cuerpo: termómetro, oxímetro, tensiómetro. Por mucha que fuera la amabilidad de los enfermeros y enfermeras, no es posible a esa hora otro sentimiento que el espanto.

Tan pronto pasaba el mal trance, el cuerpo intentaba relajarse. Pero las luces volvían a encenderse. Una, y otra, y otra vez. Cada dos horas. Toda la noche. Una psicodelia robótica escalofriante que duró una semana. Y eso no es todo. En algún momento de la noche, el paciente por fin logra dormirse y al despertar tiene una aguja clavada en el brazo. No exagero: todos los días a las seis de la mañana el laboratorio bioquímico pasa a pinchar extremidades pretendiendo no despertar a nadie. Error. Uno abre los ojos y siente el ardor punzante de la agua en la carne. En ocasiones no logra saber si está soñando o en realidad sucede. La salida del sol es una extracción vampírica.

Y todo eso se diagrama para que una se recupere. Y esté bien. Y se sienta sana. ¿Es chiste? Salvo por la administración de medicación adecuada y el trato profesional ameno, el sistema está diseñado para que la gente se enferme más, se estrese más y sufra más. Es bastante perverso.

A veces se escuchan gritos, a veces el pestilente olor de los pañales ajenos inunda la habitación, a veces el viento se cuela en la ventana. Nadie que cae en las garras de una clínica pretende ir a un hotel. Pero ¿no creen necesario cuestionar la maquinaria por la cual los enfermos ingresan, transitan y egresan de esos lugares? ¿De verdad esa es la salud del siglo XXI? ¿Impersonal e invasiva?

Investigando un poco, me topé con estudios de la Universidad de Yale que acreditan el desacierto médico de la experiencia que acabo de narrarles. Una quinta parte de los pacientes que abandona un hospital en Estados Unidos regresa en menos de un mes. A veces con otra dolencia. Lo mismo ocurre en el Reino Unido: tienen un 7% de readmisiones en ese período.

El doctor Harlan Krumholz es quien desarrolla el concepto de Síndrome Post Hospitalario. “¿Qué les hacemos? Los privamos de sueño, los alimentamos mal, los estresamos, alteramos sus ritmos circadianos (que regulan las horas de sueño y de vigilia), los obligamos a quedarse en una cama y los dejamos fuera de forma, los confundimos (al ponerlos en contacto) con un montón de personas distintas y nuevas rutinas y no les damos ningún control (sobre lo que ocurre)", resume el médico en una serie de artículos, con investigaciones, estadísticas, entrevistas a profesionales y pacientes. Hace casi una década que él habla de esto. Pero nada cambia.

Tal como en el cuento de Julio Cortázar en el que una familia finge que un muerto sigue vivo con la intención de no causarle daño a su madre convaleciente, me pregunto si el sistema de salud pretende hacernos creer que posee la mejor forma de curarnos, cuando en realidad nos debilita en muchos sentidos. En la ficción, los protagonistas de la mentira terminan creyéndola y nunca hacen el duelo. En la actualidad, los responsables del diseño de la salud en hospitales, clínicas y sanatorios también se hacen los distraídos.

Ojo que no hablo de teorías conspirativas, nobleza obliga a destacar el compromiso humano y científico de las y los profesionales, sino de una metodología que parece incuestionable y claramente no lo es.

 

 

 

 Las guardias médicas donde esperan desde una persona con dolor de cabeza hasta una mujer que grita por haberse quebrado la cadera, ya es un embudo que anticipa lo que va a venir. Una acumulación de dolencias que, salvo por la singularidad medicamentosa, será tratada de la misma forma. Un corral de animales muy distintos intentando ser curados con un mismo método. Algo a revisar.