1 Un domingo de 2010 nos fuimos al descenso. Yo no estaba en la cancha. Estaba en la sala Lavardén. ¿Qué estaba haciendo yo ahí en vez de estar en Génova y Cordiviola? Ah, hace años, les cuento, mi memoria musical me recuerda que traje en mi calidad de productor de espectáculos a un guitarrista de jazz norteamericano del que ahora todos hablan en el mundo como uno de los más originales: Kurt Rosenwinkel. Kurt, el gringo, apenas terminó el show pidió cerveza y uno, de escaso lenguaje inglés, avisó con señas que ok, ya vengo y fui en busca de una birra al bar de enfrente de la sala Lavardén, bar de barrio –trapos sucios, vasos sucios- que ya no existe, donde el mozo, luego de rogarle e implorarle que no era para tomar en la mesa sino para alguien importante, un músico de jazz de Estados Unidos, que estaba en la sala de enfrente, que era famoso, o sería famoso. Y cuando lo convencí y me dio el porrón -¿cómo se dice porrón en inglés?-, le alcancé a Kurt, que estaba ansioso en el hall del teatro esperando el trago, y el gringo mira a su compañero y se ríen. ¿Se ríen de mí o de mi porrón frío?

 

2. Otro domingo, de este año. A la hora señalada ingresamos a una de las pequeñas salas del cine Monumental. En pocos minutos se completó el aforo. La pareja a nuestra izquierda se ríe y aplaude mientras se proyectan las imágenes. Los adolescentes que tenemos delante nuestros se besan en un acto de amor íntimo. Salimos del cine de ver Argentina, 1985, y le indicó a mi mujer, mientras caminamos por la renovada peatonal San Martín, con una familia bostera que avanza frente a nosotros, con un alegre gordo liderando la manada boquense con una camiseta trucha de Boca o no, que celebra un título más, ante mi indiferencia canaya, que allí y señalo con mi dedo pulgar un punto de la terraza del ahora Centro Cultural Fontanarrosa, que antes se llamó Ente Autárquico Mundial 78, allí, Rubén Naranjo propuso un acto transgresor: esconder los expedientes rosarinos de la Conadep.