Desde San Pablo

El termómetro del humor social en esta ciudad populosa, de contrastes y evidente dinamismo financiero y comercial, es la tradicional avenida Paulista. El domingo de la elección fue zona “liberada”, como dicen los puesteros que se ganaron la diaria entre electores que caminaban tranquilos hacia los locales de votación. No tenían apuro porque en esta segunda vuelta el trámite resultó más sencillo. Había que elegir solo entre dos fórmulas para presidente y gobernador del Estado: Bolsonaro o Lula y Gomes de Freitas o Haddad. Algo muy diferente a la oferta sobreabundante de candidatos que hubo en el primer turno. 

“La gente entró y salió más rápido. Casi no se formaron filas como el 2 de octubre”, le dijo a este enviado la presidenta de una mesa en la planta baja de la Universidad Cásper Líbero. A la una del mediodía habían votado dos tercios del padrón. La mujer estaba acompañada por una mesaria, aquella que puede ser convocada por el estado o voluntaria y que colabora cuando hay elecciones, pero sin paga y apenas por la comida.

La primera diferencia que surge con la Argentina es la ausencia absoluta de fiscales en las aulas donde están las urnas electrónicas. “Solo pasaron los del Partido Liberal (PL) y Republicanos, pero nadie del PT”, dijo Giuliana que esperó sentada a los electores que llegaban por goteo con cualquiera de los documentos que les permitían votar. Desde una cédula de identidad al registro de conducir. Le preguntamos sí hasta el mediodía había notado la presencia de más partidarios de Lula o Bolsonaro y respondió: “Mitad y mitad”.

La demanda fue sencilla de contestar porque la gente se presentó en los centros de votación ataviada con los colores de sus partidos políticos o la imagen de sus líderes. Muchos vestían remeras con la cara de Lula, stickers de Bolsonaro o productos del merchandising electoral que no los ponen en la irregular situación de “voto cantado”. Acá está permitido embanderarse con las fuerzas políticas. Un panorama muy distinto a lo que ocurre en nuestro país.

En el acceso a otro centro de votación cercano, una señora trataba de ocultarse del sol inclemente con sus dos perros salchicha. Uno marrón claro y el otro negro tenían adheridos al lomo dos adhesivos gigantes con el “Vote 13” del PT en números amarillos sobre fondo azul y rojo. Cualquier pregunta sobre su simpatía electoral la descartamos por obvia. Una vincha de Lula y un sticker con la imagen de la concejal Marielle Franco – asesinada por sicarios en Río de Janeiro - completaban su identidad política.

A medida que la tarde del domingo transcurría tranquila sobre la Paulista y las calles paralelas, entre el parque Trianon y la estación del subte Brigadeiro – medio de transporte que permitió viajar gratis hasta las 20 – se notó que los votantes de Lula le imprimían más presencia y color a una ciudad discretamente vigilada.

La Policía militar se hizo notar en edificios del mundo financiero u oficinas estatales. Los uniformados convivían con vendedores despreocupados de porrones de cerveza (a diez y doce reales la unidad) y que sabían que ése era su domingo ideal para hacerse del sustento. Maurinho, que en Buenos Aires sería un mantero más, ofrecía sus sombreros rojos del PT y el MST (Movimiento de los Trabajadores rurales sin Tierra) a 30 y 40, según el tamaño. “Me fue muy bien vendiendo en la primera vuelta y ahora espero lo mismo”, comentó.

Nada hacía suponer siquiera una escaramuza. Ni cuando aparecía una 4x4 con una bandera de Brasil y desde su interior una voz gritaba “Vamos Bolsonaro”, ni cuando se cruzaban sus escasos simpatizantes con la remera amarela de la selección brasileña con otros que vestían los colores vermelho intenso del PT.

La gente de a pie parecía enviarle un mensaje apacible al presidente Bolsonaro y su dialéctica beligerante de los días previos a la elección. Sobre la calle Carlos Sampaio, a una cuadra de la Paulista, el local del PT que había recibido a Lula, Haddad, Marina Silva y el invitado José Pepe Mujica la tarde del sábado, estaba completamente cerrado. PáginaI12 observó que solo había un militante en esa casa que alquila el partido en el barrio de Bela Vista. Se acercó a la puerta y ofreció averiguar dónde estaba la militancia que el día anterior había cortado la calle para alentar a sus dos principales candidatos. Después de chequear por WhatsApp la información sugirió que nos dirigiéramos al hotel donde Lula daría la conferencia de prensa posterior al cierre de los comicios. Era demasiado temprano para hacerlo y el calor apremiaba.

A esa altura de la tarde empezaban a llegar a esta capital noticias preocupantes desde el Nordeste. La Policía Federal de Carreteras (PRF) había impedido que muchos ómnibus con votantes del PT se trasladaran a los lugares de votación. Fue la nota turbia del día. Pero en la amplia geografía de un gigante como Brasil, esos hechos, a más de 2 mil kilómetros de distancia, solo representaron una amenaza que no derivaría en algo peor.

Con las primeras sombras de la noche, el centro de San Pablo empezó a transformarse en una banda sonora de bocinas y cantos a favor de Lula. Escrutado casi el 90 por ciento de los votos, su victoria encaminaba al país hacia un cambio de rumbo. Terminaba una democracia tutelada de cuatro años bajo control militar. Un helicóptero sobrevolaba la zona. Como si su sonido fuera el eco de una etapa que el país superó.

[email protected]