El jardín de las delicias, El jardín de los senderos que se bifurcan o El jardín de los cerezos. Todos los nombres valen para la experiencia que se inicia al atravesar el portón de entrada de Zelaya 3134, en el Abasto de Ciudad de Buenos Aires, un sábado o un domingo, poco antes de que anochezca. 

Es que al ingresar en el espacio que aloja a la ficción teatral se abre un mundo mágico, como ocurre con cualquiera de las obras de arte mencionadas, aunque en este caso se trata de uno habitado por adolescentes, especies de ninfas o hadas contemporáneas, quienes comparten en la naturaleza ese tiempo de la vida en que la identidad parece estar en perpetuo movimiento, indefinible y frágil

Se trata de Jardín fantástico, de Agostina Luz López, un artefacto que explota de ideas y realizaciones con el hilo, mejor dicho, los múltiples hilos de recientes púberes bordando una historia que tiene que ver con los bordes que se adolecen y los desbordes que se disfrutan. O viceversa.

Una de ellas lee en voz alta Quemar las naves, el libro de Angela Carter, como si fuera la Alicia de Lewis Carroll, pero acá es una compañera la que se cae. Un gato maúlla mientras una chica muerde la manzana y aunque no hay una serpiente, otras sorpresas depara el jardín donde nacen y se pudren la vegetación, los insectos, la inocencia. El espectáculo escrito y dirigido por López es una celebración de los sentidos y las emociones. Se huele, toca, mira, saborea, escucha. Por momentos es fiesta y en otros, sino terrorífico, siniestro, como toda narración maravillosa. Entre el público hay quienes sonríen, alguien llora, todes van trasladando sus pequeños bancos de madera por un territorio escénico fascinante. Se agitan y bailan los corazones.

La ampelopsis cubre de verde las paredes, hay un farol multicolor que remite al exotismo de oriente, el agua con verdín se inquieta en la pileta, la monstera trepa como la selva del trópico, la hamaca se mece y hace la siesta, y la cabaña se abre para que los peluches de la niñez se conviertan en personajes. La propuesta es como una búsqueda del tesoro, y tesoras son cada una de las intérpretes que no supera los quince años. En ronda o como anillo de Moebius, sobre las ramas de un árbol, con sus ropas de todos los días, las jóvenes indagan los misterios de la existencia. Son como Schereherezade contándonos historias con sus cuerpos y aplacando la eventual voracidad del público-testigo-monstruo.

Hay cartografías, planos, indicaciones para ir al pasado, del futuro nada se sabe, lo que rige contundente en la arbitrariedad del tiempo es el presente. En cuanto al género fantástico, lo roza suavemente porque la presencia de elementos que rompan con la realidad establecida es un apenas. Las chicas vuelan con sus lenguas sueltas y sus imaginarios, a veces rugen como tigresas, aúllan como lobas y se esconden tras las máscaras.

Jardín fantástico es un universo donde los grandes están ausentes y la libertad es un anhelo que se abraza con deseo y con miedo porque los cambios y la falta del dique límitador que ejercen los padres (aquellos seres idealizados de los primeros años) es un aprendizaje difícil y necesario para delinear el camino propio.

La vereda funciona como hall (por eso conviene hacerle caso a la asistente cuando pregunta si alguien necesita pasar primero al baño) y la textura sonora intercala la música natural del ambiente, algunos toques del piano y una versión reminiscente de Somewhere over the rainbow. Hay exteriores e interiores, aire libre, luz natural y de artificio, y un detrás del vidrio transparente, no esmerilado donde, de nuevo Carroll, se toma el té en el suelo o sobre una estructura armada sobre un piano, mesas y sillas dadas vuelta, de efecto alucinatorio.


Jardín fantástico se presenta en Zelaya, Zelaya 3134, CABA, a las 18 horas, hasta el 13 de noviembre. Se suspende por lluvia. La entrada sale 1200 pesos. Actúan: Antonia Brill Perrotta, Catalina Burak, Sofía Guerschuny Pesci, Giulia Heras, Jacinta Perez Berch, Carolina Paula Rojas, Catalina Pietra, Noah Salamanca Tola, María Luz Silva, Lina Ziccarello. Asistencia de dirección y colaboración dramatúrgica: Ana Montes; producción: Poppy Murray; texto y dirección: Agostina Luz López.