“Hablá vos, que sos el jefe de la familia”. Y él habló...

En una oportunidad, en el Hospital Pirovano, durante las reuniones de terapia familiar pertenecientes a los talleres psicosociales del licenciado Carlos Campelo, un participante afirmó: “Llega un día en que uno prefiere irse de la casa de sus padres y armar su propia familia. Por eso me casé. Muchísimo después, uno se da cuenta de lo que está haciendo. Uno la cree tarea sencilla y barata, pero es compleja y carísima”.

Él habló... ¡Qué podía hacer! Estaba puesto el sello: cuanto más él hablara, tanto más incrementaría su desilusión. Y eso que se había casado con mucha ilusión... Lo que le esperaba: ¿podría resolver el conflicto solo o necesitaría, como una vieja locomotora, que le echaran el carbón que empuja? En aquel momento, no podía decir nada, no podía sostener nada, ni siquiera lo sabía...

El mundo en el cual vivimos es un mundo tradicional, tan espeso como largo y ancho: aunque para algunos no parezca, lleno de magia, religión y misterio, porque siempre estará allí “el otro lado”, ese “aquel inenarrable”. Por caso, el odio y sus términos o vocablos aliados (la venganza, el resentimiento, la calumnia, el insulto) ven su aparición casi sin percibirlo...

Pero no todo lo “inenarrable” tiene el mismo valor: en el centro, la relación madre-hijo y, por otro lado, el padre, que, durante milenios de esfuerzo logró ocupar un lugar que creó la organización social que conocemos hoy --herencia de ello ha sido lo que dio conocimiento de las dimensiones culturales del ser humano--.

Todo comenzó en África. No necesitamos, aquí, detalles, pero sí, dejar testimonio de la magnitud de las acciones de este ser: transformó en instrumento una piedra y, al mismo tiempo, construyó altares con esas piedras (hechos que marcan la aparición de la cultura). Por primera vez, un concepto grabado en una piedra por un ser vivo y un altar donde adorarlo. Allí encontraron, después, en lo que llamamos Neolítico, un conjunto de grabados que dejan testimonio de su revolución: construcción de hogares, almacenamiento de alimentos, nuevos usos del agua.

El curso de los siglos dejó su huella y la historia hizo su trabajo... Unas extrañas huellas dejaron sus rastros: ¡el lenguaje! Es oportuno dejar en claro que no puede haber cultura sin lenguaje ni lenguaje sin cultura.

Así las cosas, las relaciones familiares están estructuradas y, entonces, ordenadas como un lenguaje.

Por lo tanto, podemos comprender que la decisión de nuestro participante (del taller psicosocial) de formar una familia fue parte del trabajo que tenía que realizar para tener un lugar en sus relaciones vinculares, a partir de lo que se esperaba de él (de su significado), como varón, en la cultura occidental. Lo “complejo” y “caro” es que deseaba tanto como sufría cumplir este trabajo de tener un lugar, como varón, en la cultura en la cual estaba/está incluido.

La pregunta se volvía pertinente: ¿formar una familia siempre, absolutamente siempre, implicaba/implica este trabajo por parte de un “padre”? La respuesta no la tenía nadie en aquel taller, pero entre todos los participantes se buscaba obtener el carbón que permitiera empujar una locomotora que marcaba mucho más que el rumbo de un participante “padeciente”. Hoy, la pregunta continúa siendo pertinente y el trabajo del “padre” sigue vigente...

Juan Carlos Nocetti es psicoanalista.