No es posible saber si mira hacia atrás, en respuesta a un llamado, si está posando, si sencillamente fue capturada con esos ojos tan grandes como la perla que usa como aro (aunque, si se mira bien la pintura, la perla es demasiado grande y parece flotar, como si el artista no hubiese completado la relación con el lóbulo). Los labios entreabiertos y húmedos sugieren deseo o quizá solo esté a punto de hablar. Es hermosa, es etérea, no se sabe si fue una persona real. “La joven de la perla” es una pintura del maestro holandés Johannes Vermeer realizada en 1665 y 1667 y es la más famosa de un artista apasionante: usaba pigmentos carísimos, mezclaba escenas de interiores cotidianos con retratos de aristócratas, fue autodidacta, murió pobre y dejó a su familia llena de deudas y pintó poco: sobreviven poco más de treinta obras de las cincuenta que se cree que realizó.

Esta joven hermosa, con su turbante aguamarina, es la más conocida y la más misteriosa de sus obras: por algo se la llama la Mona Lisa del Norte. Quizá lo más fascinante es que se trata de un tronie: es decir, no es un retrato, sino una “cabeza”, una práctica del pintor, en este caso para intentar representar algo exótico, de ahí el turbante y la supuesta perla, que por su enorme tamaño, creen los críticos, puede ser una esfera de metal. En 1999 la escritora Tracy Chevalier publicó una novela con el título de la obra (The Girl With The Pearl Earring) que ficcionalizaba los hechos detrás de la chica: Vermeer primero establece una relación cercana con Griet, una empleada doméstica de su casa, que acaba en romance. En la adaptación de 2003 del cineasta Peter Webber, la chica es Scarlett Johansson, Vermeer es Colin Firth. Pero aunque el libro tuvo mucho éxito y la película, aunque algo convencional, fue bien recibida, la pintura es un poco más que todo esto: ¿y si la chica no existió nunca? ¿y si Vermeer jamás usó a una modelo sino que fue su imaginación la que creó a esta joven imposible? ¿Y si solo vio pasar a alguien y nunca se la olvidó y esta imagen es su recuerdo y por eso es tan difícil de aprehender su hechizo? Ella no da respuestas con sus ojos que miran y no ven, perpetuos en la pintura.

“La joven…” está en el museo Mauritshuis de La Haya, en Holanda. Es la atracción principal de la institución a pesar de que las lujosas salas también albergan “La lección de anatomía” de Rembrandt y “El jilguero” de Carel Fabritius, entre otros cuadros famosos, muchos salvados del saqueo de los nazis que secuestraron “arte degenerado”.

El 27 de octubre de este año, la pintura fue el objetivo de una acción (o un ataque, según de donde se lo mire) de activistas de contra el cambio climático, en este caso de la organización británica Just Stop Oil. Eran tres pero en el video se ven dos: uno pega su cabeza a la pintura mientras el otro lo ayuda a tirarse salsa o sopa de tomate encima. Fue alrededor de las 2 de la tarde. La pintura no fue dañada y solo fue sacada unos días de exhibición para establecer si era necesaria una restauración. Uno de los activistas dice: “¿Cómo se siente ver algo hermoso e invaluable aparentemente destruido ante sus ojos? (Le habla al público, que le pide que pare y lo insulta, pero sin mayor violencia). “¿Están indignados? ¿Dónde está esa indignación cuando ven la destrucción del planeta?”.

Como en el caso de los girasoles de Van Gogh en Londres, y de muchas otras obras que luego serán mencionadas, la campaña es compleja y antipática, aunque las obras no sufrieron daños hasta ahora. La relación entre la protección del arte y del planeta no es tan clara, porque estas pinturas amadas fueron posibles justamente en nuestro hermoso planeta y en general realizadas por artistas que no la pasaron del todo bien en sus vidas. En Londres, las activistas planteaban la dicotomía arte o vida: hay varios críticos de arte, por ejemplo, a quienes les parece bien usar el poder de estas obras veneradas para llamar la atención mientras no se las dañe, como banderas rojas de advertencia. Es legítimo preguntarse, claro, si esto ayudará a concientizar sobre el cambio climático y el riesgo que conlleva o, al contrario, se considerará una desorientación torpe que invalide la protesta y por lo tanto, la causa.

Los activistas de La Haya fueron rápidamente juzgados y están detenidos. El Museo Mauritshuis dijo en una carta pública: “Entendemos a los activistas climáticos. Piden la preservación de la naturaleza. Nosotros también somos preservadores de nuestra herencia cultural. El arte está indefenso. Y, desafortunadamente, estas acciones afectan a las obras de arte”. Como información hay que agregar que Just Stop Oil se financia con donaciones, y acepta la criptomoneda Ethereum, cosa que levantó críticas de otros ambientalistas por la huella de carbón asociada con las cripto. (Ahora Ethereum redujo su impacto ambiental con nuevo software). También acepta donaciones de Aileen Getty, descendiente de la familia que fundó la compañía petrolera Getty Oil (aunque Aileen no está relacionada con la empresa directamente).

Hoy, pocos días después, la obra se puede ver: no tiene una horda de visitantes como la Mona Lisa ni se ven esas escenas locas de cientos de teléfonos para tomarle una foto o hacerse un selfie. La sala es muy tranquila. Hay gente de seguridad como en cualquier museo. Nadie diría que hubo un ataque reciente. Afuera, en el shop del museo, la pintura sufre otro tipo de ataque que obliga a pensar, una vez más, sobre nuestra relación con estas obras. Hay souvenires de “La joven…” hasta la náusea y el ridículo. Algunos de los objetos que se venden con su cara: pijamas, imanes, posavasos y mouse pads, monederos, bolsos varios, cuadernos de todos los tamaños, falsos aros de perla, velas, patos (creo que para bañera), tazas, lápices y lapiceras, pins, estuches para anteojos, valijas, chales y otro tipo de accesorios, mochilas y de verdad se podría seguir. ¿Cuánto de esto se hizo con material reciclado? ¿Cuánto de este plástico contamina los mares? ¿La ropa dónde se fabricó y en qué condiciones?

Hay mucho detrás de una pintura, de una acción, de una protesta, de una belleza pintada en el siglo 17.

Los ataques o protestas siguen y, prometen los activistas, seguirán. En el Museo Berberini de Postdam se atacó una obra de Monet y una de las activistas, arrodillada, decía, “tengo miedo de no poder darle de comer a mi familia en el 2050”. Otro grupo, Extinction Rebellion, atacó una obra de Picasso en Melbourne, Australia y un grupo de Stop Fossil Fuel Subsidies garabateó sobre sopas Campbell de Andy Warhol en la the National Gallery de Canberra. También hubo pintadas en el Prado de Madrid, junto a una de las musas de Goya.

En la National Gallery de Londres hay, en este momento, una muestra enorme dedicada al gran pintor británico Lucian Freud. Tampoco hay demasiada seguridad teniendo en cuenta el episodio reciente de los girasoles. Solo piden con insistencia que nadie pase una línea amarilla que mantiene distancia de las pinturas y no se le puede sacar fotos al retrato que hizo Freud de la reina Isabel II –pequeño, curioso y totalmente diferente a lo esperable de un retrato de la realeza--.

Los activistas, mientras tanto, dicen que solo quieren llamar la atención de los medios y que no dañarán nada, algo que cumplen, aunque los directores de museos advierten que desestiman la fragilidad de estas obras y que se camina una fina línea. En Londres se dijo, ante los girasoles: “¿Les preocupa más la preservación de una pintura o la del planeta y nuestra gente?”. Margaret Klein Salamon, directora ejecutiva de Climate Emergency Fund, otra de la organizaciones, dijo: “Se vienen más protestas. Este es un movimiento que crece, y las próximas semanas serán, espero, el más intenso periodo de acción ambiental hasta el momento. Así que agárrense los cinturones”.