Ante la cercanía del Mundial de fútbol, todos sabemos que el éxito deseable en este evento mediático y deportivo excepcional podrá cambiar el humor social, aunque no podrá hacer milagros en cuanto a la realidad deportiva de nuestro, ni de ningún otro país.

Luego del Mundial vendrá aquí el período pre eleccionario, en donde se darán a conocer las plataformas electorales, o al menos parte de ellas. Es allí donde el deporte debe estar presente nuevamente en el proyecto de país que se avecina y que nos merecemos.

Su importancia social ha sido grande y decisiva para el equilibrio de las sociedades más felices y desarrolladas del mundo. Esta situación no es negada en nuestro país, casi todos acuerdan con la práctica deportiva y sus beneficios, pero esto parece darse por entendido con frases de ocasión como: "Hay que sacar a los chicos de la calle" y otras liviandades por el estilo, musitadas por personajes que no tienen idea.

Sin embargo, este instrumento maravilloso que realmente nos cambia la vida, debe tener precisiones teóricas que no se abordan pero también presupuesto suficiente y "espalda política" para afianzarlo.

El deporte de alto rendimiento debe y necesita estar conectado con el deporte social y el deporte escolar, con vasos comunicantes que hoy apenas existen en los deportes profesionales más importantes. Pero no ocurre en la gran mayoría de los amateurs, que en muchos casos languidecen ante el cierre o privatización de los clubes de barrio, lo que se acentuó en la privatizadora década del '90 y que ya había comenzado durante las dictaduras militares.

Es así que la infraestructura de libre disponibilidad, no alcanza hoy para la creciente población del país.

Lejos quedó aquella época a mediados del siglo XX , en donde una política deportiva continuada por 10 años, popularizó la práctica de deportes antes considerados como y para élites, como el atletismo, la esgrima, la natación y la gimnasia entre muchos otros, y llevó a que nuestro país disputara con éxito un evento multideportivo mayor, como fueron los Panamericanos de 1951.

La infaltable visión mediocre de alguna gente identificó con fines destructivos aquel auge del deporte con el gobierno de turno, sin percatarse del enorme beneficio de su práctica.

Paradójicamente, esas áreas de la población disidentes con las políticas del peronismo, o sea cierta clase media acomodada, se fueron quedando luego sin posibilidades de hacer deporte en forma continua, por la desaparición de espacios en todos los barrios y ciudades.

Así la administración de su tiempo libre ya no volvió a depender de las personas, sino de la habilitación con cuenta gotas de algunos pocos lugares para moverse y transpirar individualmente, lo que se confundió con hacer deporte.

El club de barrio, con todo lo que significó socialmente como punto de encuentro y técnicamente como el primer ámbito del deportista, se puso en riesgo y lo sigue estando, como así también la decisiva inversión del Estado, en esta variable de la salud y la armonía social.

La política deportiva de cualquier país no puede tener otra meta, que devolver la práctica del deporte en todas sus variantes y expresiones a la población.

Lo demás será apenas decir frases vacías y de compromiso, cuyo nulo alcance ya conocimos.