Un concepto de valor se le atribuye a la vicuña: el oro que camina. Su captura para obtener la tan preciada lana, es parte de un ritual ancestral, el chaku, actividad que ya era practicada por los incas.

El uso de prendas con lana de vicuña es sinónimo de poder desde épocas ancestrales. Durante el periodo incaico, las prendas confeccionadas con fibra de vicuña eran de uso exclusivo del Inca y la Corte. En Catamarca, las mantas de vicuña fueron históricamente vestidas por varones del poder político o la curia.

Esta actividad milenaria que se transmitió primero a través de petroglifos se perdió con la conquista, pero retomó con el descubrimiento de estas figuras que mostraban el paso a paso de la actividad, con la creación de la Reserva de Biósfera de Laguna Blanca.

Una vicuña esquilada, tarda dos o más años en recuperar el largo de su fibra. Para las comunidades de la puna catamarqueña la vicuña es un animal sagrado. En Catamarca, la actividad del Chaku está pronta a ser considerada Patrimonio Cultural Inmaterial de la provincia, por iniciativa de la diputada Natalia Ponferrada.

La cadena de producción de una prenda de vicuña, continúa con un proceso en el que solo intervienen mujeres que fueron transmitiendo a otras mujeres la actividad. Entre los diez y doce años, las niñas de familias de la puna de tradición telera, eran preparadas para trabajar en los telares. No había opción. En Catamarca las tejedoras de lana de vicuña están principalmente en Londres, Belén y Antofagasta de la Sierra. En Fiambalá, Rosenda Sínchez dejó de tejer hace años porque la lana le resultaba muy cara.

Hoy le quedan solo una manta y un corbatín, y duda acerca del precio: “Creo que la manta puede salir 90 mil pesos”, dice mientras se atreve con dudas a sacarse una foto.

No se acuerda bien de la edad en la que empezó a sentarse en telar, pero cree que tenía entre once y doce años: “Yo tuve una vida muy dura, mi madrina me obligaba a tejer y no había opción”, recuerda. Rosenda cuenta que hacer una manta de vicuña lleva entre cuatro y cinco meses. Con suerte se pueden hacer tres al año.

Rosenda Sínchez, en su casa de Fiambalá con su última manta de vicuña. 

El tejido era cosa de mujeres, y muchas no lo recuerdan como algo placentero, sino como algo a lo que llegaron obligadas, aunque luego lo continuaran haciendo, e incluso ganaran premios.

Petrona Coria cree que teje desde los doce. No se dedicó a la vicuña: “No me gusta como sufren los animales”, dice. Teje con lana de oveja y de llama, un chal le lleva también alrededor de cuatro meses, con todo lo que el proceso del hilado implica. Tampoco tuvo opción: tejer era su destino.

Ni Petrona ni Rosenda están protegidas por alguna ley que reconozca su tradición telera, que es la de toda una región. En Catamarca, la Fiesta del Poncho se promociona como internacional gracias a la excelente técnica de mujeres como ellas que sostuvieron con su cuerpo la identidad de todo un pueblo. “Necesitamos una pensión que nos ayude, porque del tejido ya no se puede vivir”, confirman.

Petrona Coria exhibe orgullosa sus premios.

Hace pocos días se anunció la creación de una NFT –Non Fungible Token-, inspirada en tejidos de vicuña. Es difícil entender de qué manera un NFT puede mejorar la vida de Petrona o Rosenda. Al no estar protegidas bajo ninguna legislación en el nuevo y volátil mercado digital, su saber termina siendo parte de un capital pasible de ser usado para mercados que no están regulados.

Los precios de las piezas pueden valer cifras irrisorias, ya que el mercado y sus contingencias valida esos precios según una consideración muy cerca de la especulación.

Andina NFT se presenta como una empresa que asegura el registro de prendas de vicuña con tecnología blockchain de almacenamiento de datos. Una prenda autenticada con el certificado de NFT asegura su exclusividad. En el mercado de blockchain, el o la creadora del producto o pieza – que en este caso serían las tejedoras-, recibe en teoría la mayor parte del dinero. A él o la creadora de una NFT, como el caso de Andina, le sirve para abrirse paso en un nuevo mercado con una actividad – la de las tejedoras-, única en el mundo. El desafío será encontrar un buen “pionero” que arriesgue en un producto desconocido o que recién comienza a cotizarse en el mercado digital. Un adaptador temprano, sin embargo, es quien percibirá el mejor precio del producto, que los consumidores posteriores.

Andina asegura tener a 400 mujeres incluidas en el proyecto. Con la promesa de empoderar y darle visibilidad a estas mujeres “y su legado ancestral”, asegura trazabilidad, transparencia e identidad en el proceso de cara al bitcoin de la vicuña. Trazabilidad que mencionan debido a que la comercialización de estas fibras ha sido mucho tiempo objeto de intercambios ilegales. Aunque en el mercado digital la trazabilidad se refiere también a la certeza de que una persona que adquiere una pieza que ya fue comprada por alguien anteriormente, puede adquirir un canon por una venta posterior, que sería como los derechos sobre la obra.

Revolución y nueva economía

Andina se promociona como la primera empresa de NFT de tejidos de vicuña del mundo. Ponerse la manta de vicuña puede resultar muy atractivo cuando el marketing se ubica por encima de la protección real de las tejedoras, principalmente en lo que atañe a la apropiación de una actividad que aunque no esté reconocida como tal, es patrimonio inmaterial en el caso del tejido, y patrimonio vivo en el caso de las teleras. 

Publicita su emprendimiento con el plus de la ética, y lo contrasta con que antes de su desembarco mesiánico “sus prendas eran comercializadas por marcas de lujo, pero su trabajo quedaba en el anonimato”.

Vende historias de mujeres en el mercado de los blockchains y NFT, un mercado pensado para la timba, sostenido por activos digitales especulativos. Sostener una colección de piezas autenticadas por NFT requiere de un soporte en billeteras cripto. La economía digital tiene una lógica diferente, en la que nada vale lo que estamos acostumbrados a que valga, y donde principalmente los precios no son fijados por quienes producen los bienes que se intercambian, sino la demanda. La mayoría de las personas que compren un NFT de una manta de vicuña, seguramente nunca tomarán contacto con la prenda, usarán esa prenda que ahora es un capital digital, de modo especulativo en un mercado que está muy lejos de las historias de identidad de las teleras detrás de una prenda de vicuña, aunque figuren en un chip.