El referí está tildado… ¿habrá que resetearlo? En el último bimestre, tanto en la Copa de las Confederaciones como en el Mundial sub-20 –el del papelón del equipo de Úbeda–, la FIFA experimentó con herramientas tecnológicas para combatir las injusticias que cometen los árbitros. El objetivo es usarlas en Rusia 2018. El gadget en cuestión, el video árbitro asistente o VAR, consiste en que, en ciertas jugadas discutidas, el referí pueda parar el partido, ver la repetición en TV y recién después fallar. Considerado el alto índice de cagadas groseras, errores sistemáticos para el mismo lado y jueces sospechados, la decisión de meter mano en el pringoso universo arbitral es bienvenida... pese a esa horrible idea de que el error del árbitro es “parte del juego”. ¡No! ¿Es parte del juego que te afanen a mano armada –un saludo para los árbitros del Nacional B que ayudan cada semana a Independiente Rivadavia de Mendoza–? Lo que es parte del juego es el gol, y también el offside, así que, ¡cobren bien, LCDSM!

Pero lo que es nuevo para el fútbol, ya es viejo: estas herramientas se usan hace años en el tenis (una belleza arcade el “ojo de halcón”), en el básquet (una hermosura las deliberaciones de jueces en la NBA, agachados ante un monitor, chequeando si se tiró una décima de segundo antes del fin del juego) o en el rugby (una delicia escuchar los diálogos entre árbitros en vivo por TV, a años luz de esas charlas culposas, a boca tapada, del fútbol).

Claro: emblemáticas fábulas sci-fi como Terminator, Matrix o Blade Runner nos enseñaron a tenerles respeto –sino pánico atávico, genético– a las máquinas sofisticadas. El miedo a la tecnología bien podría sobrevolar estadios para denunciar la videojueguización de una pasión vintage que una vez fue de potrero (¿qué es un potrero?), señalar que el VAR no es más que otro bodoque after-telebeam o hasta alentar fantasías conspiranoicas sobre bugs o imágenes adulteradas (porque CGI mata “ver para creer”). Después de todo, ¿cómo no desconfiar siempre de la FIFA?

Al menos por el momento, la preocupación no debería pasar por eventuales fallas del sistema sino por los temibles “errores” humanos; después de repetir la imagen, todavía es un sombrío fulano quien va a interpretarla. Pasó en Chile-Alemania: el video era claro, codazo intencional del chileno al alemán, el árbitro lo ve en cámara lenta y rápida, distintos ángulos, zoom y altísima definición, vuela el codo trasandino, se cachan los dientes teutones, cóndor filoso contra rostro godo, chocan huesos y epitelios, hunde el pómulo… y el referí decide que un codazo en la cara es tarjeta amarilla y no expulsión. No habrá que temerle a las máquinas, sino a los árbitros que las usen.