Comienza el Mundial y la atención del mundo se concentra en lo que ocurre en los estadios qataríes. Más allá del contexto sociocultural del país anfitrión y de los avatares que, en la Argentina, llevan al extremo el enfrentamiento político, incluso “la grieta” puede quedar en un segundo plano frente a la expectativa por la copa. Con la enorme figura de Maradona detrás, y la posible despedida de Lionel Messi hacia el futuro.

Ante una agenda impuesta por el meganegocio deportivo, las sociedades, en especial las futboleras como Argentina, buscan “ser parte” de este viaje del héroe, se ilusionan en que este héroe sea colectivo, y se las ingenian para estar, atentos y dispuestos a gritar el gol frente a una pantalla: la marca de este evento futbolístico, el primero luego de la pandemia que, entre otras cosas, trajo masivamente la virtualidad a escena.

En diálogo con Página/12, profesionales, expertos en los vaivenes de las dinámicas sociales, analizan los cambios en la actitud que, como sociedad, propicia el encuentro deportivo más convocante a nivel mundial. No solo en la Argentina, pero sobre todo aquí, en torno al poder de eliminar las diferencias que porta “el ser hincha de la selección”. Y revisan las categorías de “distracción” y de “rivalidad” frente a una cotidianidad acuciante, manifiestas hoy en la tensión económica y política. El lugar de las mujeres, ganado dentro y fuera de las canchas. Y la expectante participación de los jóvenes, donde los modelos de Maradona --el que ya no está--, y de Messi --quien se despide--, provocan llamaradas de pasión argenta, y la “sana ilusión” de ser parte, de “ser héroes” del rito mundialista.

El mundial como “un recreo”, acierta la psicoanalista Marcela Ospita, quien se especializa en la práctica comunitaria. Una oportunidad “para sublimar los impulsos agresivos y la angustia hacia fines más civilizados, los que propone el juego”, define Sergio Zabalza, doctor en psicoanálisis por la Universidad de Buenos Aires (UBA).

“En un momento de tanto discurso de odio y enfrentamiento cotidiano, el fútbol bajo la bandera argentina nos da un respiro, porque estamos agotados de discutir cosas obvias como la defensa de los derechos de los trabajadores, sin embargo, las estamos discutiendo” razona la doctora en pedagogía Esther Levy. “Es una ilusión grupal que es estructural a toda sociedad y está por encima de las diferencias de los individuos, y como gesto social, es sano” aporta Martín Smud, psicoanalista y escritor.

Hablan de “barajar y dar de nuevo”. Plantean, frente a la historia mundialista de la Argentina, donde 1978 se recorta de la serie deportiva por el horror del contexto dictatorial, la necesidad de ver en esa “pulsión al goce” un impulso saludable. Una expresión vital de la sociedad civil. Algo que entonces también se vivó en las cárceles, donde los presos políticos eran “hinchas fanáticos de la selección argentina” aun conociendo la cercanía de la dirigencia futbolística con la Junta Militar.

La ilusión grupal atravesó los muros de las celdas para festejar con la marea humana que en el ’78 saltaba en las calles por la copa mundial. Algo de esa sintonía, de esa sociabilidad, se activa en este tiempo mundialista. Y permite pensar si no en un cambio de actitud social, en un “respiro” como dice Levy. “Porque cuando termina el partido hay que ir al súper y no podés comprar todo lo que necesitás”, subraya. Pero para “el hincha argentino” --y durante el campeonato pocos quedan fuera de esa categoría--, ser parte de esta fiesta es central y esa expectativa se desmarca de la actualidad. 

Se recuperan las tradiciones del “trabajo en equipo”, la hazaña del héroe, la capacidad de conducción del líder. Se revitalizan “aunque ingenuamente y superficialmente” señala Ospita, los lazos que tejen “una trama vivencial y emotiva”.

El contexto de Qatar

El de Qatar es el mundial más caro de la historia, y el más polémico por las condiciones del país anfitrión: desde la homofobia explícita al trabajo esclavo de los migrantes --en la construcción de los estadios, justamente--, pasando por el rol de las mujeres enfundadas en el atuendo religioso de la cabeza a los pies, mientras los hombres disfrutan del sol en sunga, en una playa qatarí.

Qatar “es un lugar despótico” describe Zabalza. “Si nos quedamos en eso --advierte-- nos perdemos todo lo que mueve el fútbol en el ánimo de las personas, y se termina condenando la reacción de la gente”. En Argentina, aporta Levy, “hoy se discute todo, somos de River o Boca, peronistas o de derecha, pero queremos que gane la selección, incluso los detractores de lo popular, algo de la unidad atraviesa esta situación”.

“El juego y el arte brindan lo que en psicología se llama capacidad de sublimar”, explica Zabalza. Habla de “la posibilidad de orientar el impulso agresivo hacia fines civilizados, en este caso del fútbol brinda esa posibilidad de descargar angustia y pasión, en un juego”. Algunos hablan peyorativamente de “cómo se pone la gente por unos tipos que corren detrás de una pelota, porque desconocen el lugar que el juego tiene en la vida de las personas” sostiene.

“Las marcas de época de los mundiales referencian nuestra vida cotidiana”, agrega Smud. “En el ’86 me pasó tal cosa, o tal otra en Alemania 2010”, repasa. El mundial como referencia planetaria. “Es un momento donde el mundo se vuelve una pelota, algo circular, y empezamos a interesarnos en el partido de Qatar con Senegal, aunque no nos interese el fútbol”, razona el escritor.

La lógica local

Para Zabalza la lógica del fútbol en nuestro país puede verse en diversos ámbitos, incluso en el lenguaje. “El lenguaje porta expresiones relacionadas al fútbol: tener cintura, no me da pelota, tirame un centro, paremos la pelota, ponete la diez, y quizá las dice alguien que no tiene nada que ver con el fútbol”. Otro ámbito es el educativo. En este mundial, los partidos ya están programados en el horario de las escuelas y los colegios secundarios.

Para Levy esto señala un cambio en la actitud de los jóvenes . “Y es una obviedad que con o sin tele en las escuelas los pibes lo van a ver igual --argumenta--. Cuando yo era chica no me dejaban faltar por un partido. Hoy la relación intrahogar cambió, el diálogo es otro, los chicos como mi hija, que estudia en secundario y la otra en la universidad, incluso se guardaron faltas, porque tienen cierta autonomía, toman esa decisión”.

“El mundial existe y hay que considerarlo” señala Levy. Y este año más todavía “porque se hace en momento de fin de clases”. Negarlo era tapar el sol con la mano. “Siendo el último mundial de Messi y con una selección que viene ganadora ¿quién va a ir a la escuela si no puede ver el partido?” se pregunta. Lo que atraviesa esta situación es la argentinidad, se responde la pedagoga. “Es el respiro que estamos necesitando”, aporta. Y en la escuela “lo mejor que puede pasar es disfrutarlo, y una estrategia habrá para que, si perdemos, no tengamos a los pibes llorando”, evalúa de antemano.

A este mundial "le cabe la palabra recreo --coincide Ospita--. En medio de tanto contratiempo a nivel global y con nuestro país en crisis económica y una extrema polarización política donde renace cierta violencia política que hacía mucho no vivíamos, esto nos ofrece la posibilidad de hacer un recreo de cierta realidad”, analiza.

Maradona y Messi

Maradona está en el discurso: su nombre, su drama”, retoma Zabalza. Su presencia definió el último trofeo: “Se gana el 86, y ya no se puede obtener un título hasta que, de la mano de Messi llega la Copa América. Ahora está en juego si Messi puede salir campeón del mundo, y esto trasciende a nuestro país, muchos en otros países lo quieren ver campeón del mundo” razona.

El lugar del "hincha" toma posición en la dinámica social del fútbol. “El hincha es la pasión, el ahogo y el desahogo que siente, es propio de la pasión” describe Smud. Lo que pasa en el fútbol que es una metáfora de la vida, sostiene, es la posibilidad de ser protagonista; por eso la hinchada se denomina ‘la 12’, es el jugador mítico que demuestra el deseo del hincha por ser protagonista, por estar ahí”.

En el análisis de la vida cotidiana de Enrique Pichón Rivière, este psicoanalista y psicólogo social argentino, vincula el sujeto y la pelota, recuerda Smud: “Poseer la pelota es un privilegio, pero perderla, un imperdonable fracaso. Y la centralidad está en el movimiento de la pelota: la subida es perfecta, pero la caída es una incertidumbre total”, y justamente, la pelota expresa la comunicación entre ese grupo de personas. Hay quienes dicen que el fútbol no es justo --y no lo es-- pero es estratégico. “Sin embargo, un pequeño detalle puede cambiarlo todo: que la pelota vaya para un lado o para otro, puede ocurrir por cualquier detalle, como explicó Messi --afirma Smud--, y por más que sea un negocio, lo emocionante es que no se puede predecir su resultado”.

Pasión de multitudes

En el mundial se depositan muchas frustraciones, sí, afirma Zabalza. ¿Está bien o mal? “En sí mismo forma parte de las contingencias de la vida y de querer obtener satisfacciones --responde--, nuestra sociedad esta hambrienta de satisfacciones, de poder reír, encontrarse, disfrutar de algo lindo que nos pase”. Nos pasan cosas buenas, “lindas --añade--, pero los medios hegemónicos las evitan”. 

Para Levy “el fútbol y la selección nos ponen en la misma vereda y pensamos en otra cosa por un rato, ni te digo si ganamos, porque nos daría un poco de sonrisa franca, la gente está muy enojada y mal, y nos da un respiro en esa tensa calma que habitamos”. “Hay que salir del callejón sin salida donde el fútbol tapa cuestiones más pesadas, es simplemente diversión popular --coincide Smud--, y la amalgama se sostiene en lo que en psicoanálisis se llama ilusión grupal, que achata las diferencias, nos permite reencontrarnos, sería una ilusión país: todos y todas por encima de las diferencias”.

Ospita subraya, que “si la guerra es la continuación de la política por otros medios, el fútbol permite en el plano de lo lúdico, sublimar la tensión política en una masa unida con un mismo objetivo. Y en eso nos parecemos los adultos a los niños: es la oportunidad de jugar a que todos tiramos para el mismo lado”. Todos necesitamos un recreo, y encontrar, aun de manera ingenua, un criterio que unifique, una variable por la cual estar todos del mismo lado, sostiene Ospita. “Los clivajes económicos, políticos o sociales quedan en suspenso, aun la pertenencia a los equipos de fútbol locales, y es saludable eso” analiza.

El lugar de las mujeres

La sensibilidad que aporta lo femenino acompaña la pasión por lo impredecible del juego. Y en tanto el campo femenino ocupe más lugar en torno al fútbol habrá menos espacio para la violencia y la agresión, sostiene Ospita. 

“¡Bienvenido el ingreso de las mujeres en el imaginario del fútbol!” avala Zabalza. “Gracias a la deconstrucción que está teniendo el patriarcado --explica--, cada vez hay más mujeres que juegan, hay una selección que ya clasificó para el mundial del año que viene. Lo femenino aporta a que lo agresivo que se despierta con el juego se conduzca hacia lugares más inteligentes, que haya más risas que puteadas” puntualiza Zabalza.

Ver los partidos "en grupo"

“Hay algo emocional en cada mundial, todos tienen su impronta y en éste, la cosa es que puede ser el último de Messi”, señala Smud. El último fue en Rusia 2018, previo a la  pandemia. Entre uno y otro cambió el planeta, y el fútbol pese a la digitalización y a las múltiples pantallas en que vivimos, ofrece la posibilidad de que las personas se encuentren a compartir un partido. "El desencuentro que acontece en las múltiples pantallas,cae en que todos van a compartir el momento de los partidos" sintetiza Zabalza. No es menor, concluye, que sea prioritario "ver los partidos en grupo”.