El montaje de recuerdos es una poderosa tecnología que vuelve a editar o compaginar experiencias vividas y escritas un tiempo atrás. “Mi padre bebía para liquidarse, como yo. Primero para darse ánimo pero, enseguida, para perder la conciencia, calmando así cualquier angustia, mucho y rápido con su boca insaciable. Hasta el sopor y el sueño o el coma intermitente antes del horror de despertarse en la feroz lucidez del día. Bebo en exceso porque bebo con la boca de mi padre”, revela la narradora de Black Out, de María Moreno, que obtuvo el Premio de la Crítica al mejor libro de creación literaria publicado en 2016. A contrapelo del zurcido de la nostalgia, el texto explora un modo de vida y de socialización extinto: la bohemia de los bares de la calle Corrientes, donde convivían y se mezclaban periodistas que también eran escritores como Miguel Briante, Charlie Feiling, Norberto Soares y Claudio Uriarte. ¿Cómo poner en escena un artefacto literario excepcional que combina la crónica a la manera barroca y plebeya, la autobiografía, la genealogía etílica, el diario dipsómano y el ensayo? Moreno leerá en vivo fragmentos del libro, musicalizados y ambientados por Diego Schissi en piano, en el marco del ciclo Cuentos y relatos vivos. La función se realizará hoy a las 21 en la sala de teatro del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti (Avenida Libertador 8151-ex ESMA), con entrada libre y gratuita.

El ciclo Cuentos y relatos vivos, creado por el saxofonista Luis Nacht, director de Artes Performáticas del C.C. Haroldo Conti, se propone como un espacio de diálogo entre la narrativa y la música. Han dialogado, cada uno a su manera, Martín Kohan junto a Marcelo Delgado, Ricardo Piglia con Juan Pablo Arredondo y Tununa Mercado con Fernando Tarrés y Alan Pauls. “La idea surgió hace unos diez años a raíz de mi amistad con Piglia. El venía a escucharnos tocar a diferentes clubs de jazz, y un día le propuse que subiera a leer y nosotros improvisaríamos alrededor de sus textos. Esto sucedió varias veces y el resultado siempre era interesante. A partir de eso, pensamos en crear un ciclo en el Conti donde la experimentación entre escritores leyendo su propia obra y músicos improvisando sucediera como en un film, donde la historia es palabra e imagen, y la música crea climas, subraya emociones y nos prepara para la escena siguiente. El escritor y los músicos proponen, y el espectador crea su propia imagen del relato. En el riesgo y la experimentación que esto implica –y en la búsqueda de una unidad conceptual– está la riqueza de esta propuesta renovadora”, dice Nacht a PáginaI12.

¿Qué sonoridades se conectan con Black Out, un libro de bares, una autobiografía etílica? “Yo lo recibo como un viaje a una época y como la historia generacional de esa bohemia que vivió María –plantea Schissi–. En cuanto a la música, siento que apenas debe acompañar ese relato, enmarcar, resaltar algún clima. Es demasiado rico el texto como para ‘cargosearlo’. Planeo hacer algo bastante austero, y muy ajustado al ritmo del texto y los tonos que vaya adoptando la autora.” El pianista y compositor advierte que la música está viva cuando surge de un deseo. “Para los músicos es el deseo de una sonoridad, de crear un clima, de plasmar una idea. Lo particular de esta unión de texto y música es que la música es a la vez contención espacial-sonora de la palabra y, paradójicamente, no puede dejar de ‘perseguir’ al sentido del texto, al sonido de las palabras, de estar totalmente supeditada al texto”, reflexiona Schissi. “Black Out es un libro descomunal. Con sólo la potencia de la escritura de María, ya sería una obra importante, pero a eso se suma el desgarro de lo confesional, que le da esa escala humana que toca nuestras fibras más sensibles. La emoción de seguir ese derrotero entre lo vital y lo mortífero del alcoholismo; los guiños, ironías y homenajes a ese mundo literario formativo de María y de tantos de su generación; los retratos familiares y de amigos perdidos. En fin, un libro que relata una vida vivida a pleno, mientras narra los topetazos entre esa vida y una muerte que siempre ronda y nunca acontece, ¿cómo no va a ser apasionante?”

Quizá se pueda trazar una analogía con “De cómo el hambre me hizo escritor”, una de las conversaciones o diálogos autobiográficos de Entre-nos de Lucio V. Mansilla, subtitulado “Causeries (charlas) de los jueves”. En el caso de Moreno, podría ser “cómo la sed me hizo escritora”. La autora de la novela El affair Skeffington y los libros de no ficción como Vida de vivos, Banco a la sombra y Subrayados, entre otros títulos, objeta la comparación. “La sed no me hizo escritora sino las lecturas y algunas identificaciones fecundas con varones que bebían, pero que sobre todo escribían. Hay una anécdota que cuenta Héctor Libertella y es que Jack Kerouac, por más que se reventara a la noche con sus amigos, lo único que quería era salir corriendo a escribir. La escritura ha sido siempre opuesta a la bebida. Pero me temo que confundas al personaje con la autora. Daniel Defoe no era Robinson, aunque Flaubert fuera Madame Bovary”, explica Moreno.

–Mansilla, el primer escritor autobiográfico, el creador, si se quiere, de la autoficción, escribía en un contexto donde decir “yo” implicaba inmediatamente ser un excéntrico en la Argentina del siglo XIX. ¿Qué sucede en la transición de los años ’60 a los ’70 del siglo XX, en el momento en que ese “yo” deviene, militancia política mediante, un complejo “nosotros”?

–Ojo que el yo de Mansilla era estratégico y su investigación sobre los ranqueles pretendía ser objetiva y realizada desde una experiencia estudiosa. De todas maneras, su yo no le llega ni a los talones al de Sarmiento. Hay muchos ‘60 y ‘70, aunque algunos tengan más prensa. Está el yo psi, el de la antropología –la historia de vida– en diversos grados de yuxtaposición con la militancia. Mi “noso- tros” era feminista, contracultural y pop.

–A partir del título de la propuesta “Cuentos y relatos vivos”, ¿qué es lo que hace que un texto como Black Out esté vivo?

–Quise que Black Out tuviera la música del alcohol: a veces acelerada, otras depresiva y otras sorda como la lengua bola; pero eso no tiene nada que ver con lo que invente Diego. Me gusta lo que hace con el piano porque no es un acompañamiento sino una invención. El piano da bar y quizás el mejor de todos: el de la película Casablanca. Quien fuera Ingrid Bergman para poder decirle: “Play it again, Sam”...