Los murmullos indican haberse extendido los días hasta la muerte. Aliviado, no veré el reflejo de los robles más allá del amanecer. Se ha diseñado una época de gloria. Humildemente una parte de esa gloria me alcanza en el privilegio de ver pasar mis últimas horas ante los caprichos ondulantes del estanque real. No hay temor en mis huesos. Nadie puede temerle a quien se ha visto (o invocado) tantas veces al diseminar el alcance del poder de su majestad. Es un honor morir antes para esperarlo en caso de existir el más allá. Se que el futuro no existe. Sí existen las sólidas ramas o las hojas del roble reflejando su corona dorada ante el pasar de mis ojos. 

Existen los arabescos y las filigranas bordados en los encajes de estas sábanas y el tono pastel en los tapices de las paredes. Existe la eternidad en el placer de sentir la luz tenue del otoño bañando mi cara a dos ventanas del regir del mundo. Restan todavía varias horas de esta eternidad antes de que mi cuerpo se lleve uno de los tantos mejores secretos del imperio. En mi hacer está la esencia del hacer del imperio. El imperio sin que nadie sepa hace lo que después todos saben que es obra del imperio. 

Somos el tiempo silencioso que todos obedecen. Somos quienes en los otros descargamos nuestra propia voracidad culpándolos. En esas acciones creamos el devenir. Tal método requiere de una precisión ausente en los sistemas morales o éticos. Tampoco la filosofía o la religión son aptas para tal empresa. La única disciplina que sostiene tal destreza es la inexorable contundencia de los números. 

Cada nuevo territorio a conquistar, o dominar, requiere de cuatro términos estrictos. El primer término es sobornar a los sobornables. El segundo término es cambiar sus creencias endebles por el afecto hacia nosotros. El tercer término es no dilapidar la ausencia de los más reacios y el cuarto es obrar invisibles esas ausencias impostando sensibilidad ante el horror. Carezco de esa sensibilidad y carisma de su majestad cuando deja caer sofisticada su figura sobre las multitudes. 

Súbditos y enemigos respetan ese acto por igual. Unos, la mayoría, necesita quien los guíe, otros ocultan el deseo de ser quienes manden. Todos descreen de un sistema que no sea uniforme, de la diversidad de criterios, de tantos lenguajes y religiones. Todos quieren un mundo único de entendimiento instantáneo. Pero el manejo de la instantaneidad del mundo no puede ser usurpada por quienes no ostentan los derechos. 

Los perros de presa sabemos detectar dónde anidan esas alimañas a veces antes que ellas mismas se den cuenta que van a ser alimañas. El tercer término (y parte del cuarto término) de la ecuación requieren del silencio o mejor del secreto. El secreto estabiliza la ecuación en un tiempo donde lo atroz solo se permite en el ser del enemigo. 

Ya nadie tolera la violencia explícita bajo la orden directa de su majestad. Los murmullos miran molestos la intensidad de mis propios murmullos bajandolos al silencio. Es verdad, no me hace falta hablar para disfrutar las horas restantes de mi eternidad. Este placer es el resultado de la suma de los cuatro términos de la ecuación, o como les explicaba a quienes iban a ausentarse, cuatro términos suman cuatro, pero ellos (y yo) pertenecemos a los dos últimos, entonces la suma de los términos debe agruparse de dos en dos. 

Todos aceptaban mi explicación, todos salvo aquella voz que el recuerdo no alcanza en su tono a distinguir. Aquella voz cargada de tozudez a la cual no quiero en esta eternidad recordar. Aquella voz escondida tras las maderas gritándome que los dos primeros términos más los dos segundos términos no son cuatro, sino cinco términos. -falta el signo más en su ecuación por lo tanto la suma es errónea-. 

No es errónea una cuenta de dos más dos que siempre ha sido y será cuatro, así como siempre el imperio encontrará alimañas como tú, que intenten desacoplar los números de la realidad. Por más que digas que los números son ficción, que no existen, están unidos a cantidades fijas de las cosas y su resultado es siempre el mismo. 

¡No! ¡No es cinco! El signo más es una simple derivación del et latino, que significa "y", dos y dos es cuatro…¡Porque insistes! ¡Sigues hablando! Al menos tu pequeña voz delata tus movimientos. No podrás correr más allá de esos obstáculos. ¿Ves? Las matemáticas sirven para esto, para contar cuantos bultos de maderas restan hasta atraparte. ¿Y cómo podrías? 

Basta de hacerme reír. Aunque ganes tiempo, debo reconocer tu ingenio. Otra vez los murmullos pidiendo silencio. ¿Acaso no ven que estoy limpiando para su majestad? ¡Sí, su majestad!, a quien esta vocecita quiere ultimar. 

Sigo riendo en tu ocurrencia a pesar de que hayas interrumpido el gozo de mi eternidad. A su majestad no lo alcanza alguien como tú. Su majestad no es importunado por tu fantasía matemática. Él desdeña personas como tu. Él, aunque nadie lo sepa, es quien ha soltado este perro de presa. Es quien me ha ordenado seguir arrojando madera tras madera hasta poder encontrar tu figura que sigue gritando que dos más dos es cinco y que al final lo podrás demostrar. 

Acá estás. ¡Ustedes! ¡Si ustedes los murmullos! ¡Avisen que esta cría de alimaña ha sido erradicada de la manera más vil,  tal como él lo sugirió. Acá está para que el vea lo que siempre busca constatar! Acá está quien decía que al final dos más dos en temas de humanidad no es cuatro sino cinco. ¡Murmullos no ahoguen mis gritos, mis gritos no han ultimado a su majestad!