“Martín no te sientes ahí, ahí va Lucas”. “Pasame la sal, Mati, pero apoyala, sí, como decía el Doctor (Bilardo)”. “¿Estabas ahí la otra vez? No estoy seguro eh, a la derecha del parlante estaba yo”. Las cábalas operan como un salvoconducto, como un refugio. Lo sobrenatural funciona cuando aquello que se entiende como natural no brinda respuestas. O al menos no brinda las respuestas esperadas. Este sábado el seleccionado de fútbol masculino argentino se jugaba todo frente a México y el partido, como siempre cada cuatro años, también se jugó en cada casa. Porque aunque en el rectángulo verde solo ingresan 22 jugadores, no hay nada que impida el galope del corazón de millones de personas al mismo tiempo.

Están los y las que prefirieron verlo en soledad, como una manera de no compartir emociones que no suelen mostrarse en público. No es vergüenza ni nada en especial; sencillamente, no quieren ser molestados. Y, por otro lado, también están las personas que no solo quieren sino que necesitan atravesar los noventa y pico de minutos que dura el partido en compañía. Y este es un asunto biológico --por lo tanto también cultural--: desde el principio de los tiempos, el homo sapiens se reunió como respuesta frente al temor, para aflojar los nervios, para liberar tanto estrés. El encuentro como escudo frente a lo desconocido. La reunión como escudo frente a lo conocido: la posible derrota.

“En el prode que tenemos con los del laburo puse que ganaba México. Necesito mufarlos de alguna manera”, comenta Malena, que se anotó en cuantos prodes pudo porque la competencia la estimula, la divierte y le presta más razones para disfrutar del torneo.

Reunirse desde temprano, compartir un mate y unas facturas, prender el fuego y hacer una previa, almorzar un asado y luego llegar al clímax del ritual: el partido. No hay grandes diferencias con respecto a lo que hacían hombres y mujeres al comienzo de las civilizaciones, cuando no existía un deporte como el fútbol, cuando la FIFA no asomaba y cuando, mucho menos, esos mismos monos erguidos habían desarrollado tamaña inteligencia como para diseñar un televisor que exhibiera, en tiempo real, emociones que transcurren en otro lado del mundo. Exactamente son 13.809 kilómetros lo que separan a Argentina de la sede del Mundial 2022.

Para que el rito llegue a buen puerto (y sobre todo para conservar la amistad), la división de tareas es crucial. La que trae el carbón y los hielos, el que se pone la 10 y hace el asado, el que consigue la carne tierna y a buen precio, el que prepara las ensaladas, la que pone la mesa, el que trae el pan y algo para tomar. El que recorre la mesa, hace chistes y alienta a sus compañeros, pero no hace nada puntual. “Escuchame, deberías moverte un poco, Pedro”, suelta Mariana con cierto enojo. “Dejalo, Mariana, ya sabés cómo es. No pasa nada, no va a cambiar. Lo queremos así”, la consuela Lucas. El esquema de actividades se reparte de manera similar en todas las mesas del país. Y en todas las mesas del país, casi sin excepción, tienen su Pedro.

“Gooooooooool, carajo, gooooool!! Vamos, Messi querido”, festeja Ulises y le grita a la pantalla, como si del otro lado pudieran responderle. En verdad, le responden, porque relator y comentarista, hinchas también, revelan su fanatismo a flor de piel, desde la cabina de transmisión del imponente estadio Lusail Iconic. Abrazos inmortales, sonrisas y algarabía. La pelota finalmente tocó la red y el fútbol, otra vez, vuelve a ser el deporte más hermoso del mundo.

A medida que transcurrió el partido, los comensales atravesaron todos los estados: la felicidad por los goles del conjunto local, la euforia por revertir una situación que se vislumbraba más dramática y, luego, el cansancio que implica todo un trajín que se vive en apenas unas horas pero que se viene planificando desde el martes pasado, cuando Argentina cayó frente a Arabia Saudita. De un momento a otro, los más diestros en el arte de las matemáticas sacan cuentas y dicen que es posible clasificar primeros a la próxima fase. Si los resultados acompañan en el último partido, frente a Polonia, la experiencia con los árabes solamente habrá sido una pesadilla.

A más de uno, sin embargo, el resultado no lo satisface: en los papeles, había más de dos goles de diferencia con el combinado de Gerardo “el Tata” Martino. Sin embargo, es lo que hay. Un mundial es un mundial: las cosas parecen mucho más fáciles cuando no se tiene la presión de tener que conformar a todo un país de directores técnicos. Que tenía que salir De Paul; que tenía que entrar Enzo Fernández o el que mejor esté; que había que respetar lo que venía pasando; que el invicto de los 36 partidos se había logrado con el mismo plantel; que esta competencia es tan decisiva que no deja lugar para especulaciones.

“¿Quieren postre? Yo lo pido, pero no puedo invitar a todos. Somos muchos y estamos a fin de mes”, dice Leandro, que terminará encargándose de toda la gestión para coronar un sábado dulce y un fin de semana con algo más de oxígeno. “Helados de palito, como cuando éramos chiquitos”, suelta Pato, que estaba apichonado, pero ya recuperó la compostura.

El miércoles a las 16 será la próxima cita y habrá que repetir comportamientos y tareas en cada casa, en cada bar y en cada trabajo, si no quieren que, del otro lado del Atlántico, la Selección de Messi y Scaloni sufra más de la cuenta.