En Santiago del Estero guitarrear es un derecho desde hace muchísimos años. Por ende, para los abogados que tienen el oficio de trabajar con las leyes, guitarrear no solo es un derecho sino también una obligación que deben reivindicar. Hace unos días se reunieron en un bar de la ciudad abogadas y abogados para cumplir con este ritual que ya tiene, indudablemente, fuerza de ley en esta comarca. El nombre de la autoconvocatoria fue El derecho a la guitarreada.

Es que es realmente así. El guitarrero santiagueño está en todas partes y a toda hora. Con dos o tres acordes puede hacer una sinfonía que inunde la casa o el patio. Al ritmo lo lleva como quien camina: un puñado de coplas para asombrar a los oyentes. Para el guitarrero el escenario es una cuestión menor, prefiere la ronda, esa comunión de voces circulares donde cada uno ha de esperar su turno para disfrutar la música entre charla, cuento o anécdota.

En la guitarreada no hay ensayo previo, todo transcurre sin premeditación, en el disfrute de la palabra cantada. El repertorio es un rumbo que ha de ir elaborándose con el fluir de la siesta, el crepúsculo o la noche. Cada momento sugiere, armoniza y propone. El vino puede ser la vertiente, un matecito cebado en silencio, quizás apenas el aire murmurando en las ventanas de los árboles.

La guitarreada puede ser una chacarera sin final o un momento de profunda intensidad que se desangra en un acorde, en una canción pulsada con sentimiento. El guitarrero por excelencia no se hace rogar: si le piden que cante, arremete. Hay guitarreros con sus apuntes, esos cancioneros anillados de antaño, manchados y ajados por algún fuego sorpresivo; y también los hay memoriosos que cantan hasta el amanecer sin ningún “machete”.

El guitarrero es un ser sin nombre, una entidad santiagueña que recibe la categoría de guitarrero, desde el día que así lo presentaron y quedó bautizado para siempre:

─Che, va venir este chango que es un gran guitarrero… ¿Y vos? ¿Qué sabes hacer?

El guitarrero aglutina, convoca, genera una dinámica distinta. Por momentos protagoniza y por momentos sabe desmarcarse en un silencio respetuoso.

─Cantate una que sepamos todos─, así murmuramos… todo un sentir melodioso.


Algunos profesores suelen decir en la facultad o la escuela “no me guitarrees”, como si el vuelo imaginativo del estudiante con poco estudio no tuviera ningún valor.

La guitarreada es el instante mágico del encuentro. Todos son imprescindibles en esos momentos en los que sobreviene el silencio que lo llama. El guitarrero puede esperar algún pedido para agarrar el envión, pero nada más. No especula.

En la guitarreada tararean todos. Algunos hacen sus pedidos y allí está la singular ceremonia impostergable y sorpresiva en su devenir. La guitarreada fluye y se va encaminando: el placer se desgrana en cada copla, en la prestancia de todos para escuchar y para cantar.

Coquito Cáceres fue uno de esos guitarreros notables de Santiago. Su picardía cuando entraba al desaparecido Rincón de los artistas es aún recordada. Antes de interpretar un clásico tango rememoraba la visita de Gardel por Santiago, haciendo constar que fruto de una relación que “El Zorzal” tuvo con una santiagueña había nacido él, dicho lo cual vociferaba: de Lepera y mi papa interpretaré el tango Volver”.

El acto creativo de la norma reside, la mayoría de las veces, en la sociedad, en aquello que se llama costumbre. Un teórico del tema diría “el centro de gravedad de la norma está en lo social.” Luego vienen los legisladores rezagados que elucubran discusiones que muchas veces la sociedad ya superó.

El guitarrero, aquí, en Santiago, es una especie que abunda, por lo tanto, necesita una regulación urgente como distinguido sujeto de derecho. os legisladores santiagueños deberían trabajar en el proyecto de ley “Coquito Cáceres” para institucionalizar el derecho y la obligación de guitarrear. También se podría establecer el Día del nacimiento del bohemio guitarrero, para convertir la provincia en una guitarreada masiva y horizontal por plazas, veredas, parques y patios. Grandes rondas musicales sin escenarios y sin tiempo, para que vuelvan guitarreros inmortales a reverdecer con la siembra de nuevas rondas.