El mar cubrirá la memoria para siempre, lo expresa el poema Canción de Fenelón, “…Un caracol es todo lo que soy. /No preciso de otro lugar que su textura en mis manos:/ acariciando construyo el camino, la forma impasible/ de ir hacia el silencio./ En mis oídos él va silbando la memoria del mar/ el vaivén lejano de vidas empujadas por las aguas./ El mundo es un espacio mínimo/ la forma pasajera/ que ocupa mi cuerpo dentro de este caracol…”. Hay una razón, Idangel Betancourt, escritor, dramaturgo y periodista, radicado ahora en Catamarca, nació en la hermosa ciudad de Nuevitas, provincia de Camagüey, Cuba, originariamente conocida como Puerto Príncipe que al independizarse de España recibió el nombre del cacique Camagüey.

El libro se inicia con un paseo por el bosque en el temblor que inspira la contemplación de quien lo recorre, vistiendo la sombra fugaz de animales heridos. Sonoridad y luz emergen en ese espacio de abedules y bambúes, proponiéndonos una impresión visual que no se queda en la imagen de un mundo descriptivo, sino se articula con un lirismo comprometido, como el colibrí disecado simulando el viento: “… corro hacia los otros/ o hacia el agua;/ pero no es mía la herida/ ni el temblor de ciervo que reflejan estas pantallas,/ como si Dios fuera un director de cine… Corro junto a otros animales/ ninguno de ellos muere por sí mismo o existe fuera de este set…”

Un lenguaje poético intenso donde el sonido se detiene con la muerte. Hay urgencia por modificar la realidad, escapar al pasado por “si algún día me visitas”. Los versos tienen la impronta de la nostalgia, que el autor asume con vehemencia, consciente de lo profundo; “Hay un punto en el aire/ donde se apaga el sonido/ donde el ave se detiene…hacia atrás esqueletos de palabras: mortaja/del viento… pero en este punto, la parábola cae sobre Goliat: la muerte se hace justa”.

Las Imágenes discurren en la esencialidad de la mujer con una carga simbólica e intimista, donde se construye la metáfora de lo perdido. “Una gaviota pasa por tu pecho/ y mancha la tarde…” (poema En el mar está el mar); poemas La parturienta; Motivo por la muerte de Lola;Dios ejecuta un concierto en los ojos de Selma, Naturaleza muerta, Publicidad de un niño con traje, Empeño de pureza y, también una fuerte presencia de su madre en el poema Niño en la ventana.

Una escena surrealista se desliza como un cortometraje: “La parturienta amaneció colgada de un ombligo/ A las tres de la tarde alguien gemía/ y un llanto se alzaba desde las aguas turbias… La parturienta es como un péndulo,/ en el trayecto consuela a sus hijos/ y en cada extremo está la muerte/ La muerte pende del ombligo,/ el ombligo no sabe quién/ o qué lo sostiene”.

La añoranza es clave “Si algún día me visitas”, por si acaso vuelves para encontrarte con las misma olas, nada cambiará por ti, o nada habrá cambiado. Dirá el poeta: ”Si algún día me visitas/ hazlo en la ciudad que llevo adentro”, la ciudad del recuerdo.

Betancourt abre siempre un telón, en la infatigable sensación de quien dirige una orquesta, descubre a Selma ejecutada por Dios en el bellísimo poema Dios ejecuta un concierto en los ojos de Selma; “…Yo estaba viendo a Selma/ en la sonora cuerda de su muerte./ Una ejecución, /pero qué y quién ejecuta…/ preguntaron los poetas hasta el noveno./ Entonces vi a Selma/ elevar desde la oscuridad/ el angustioso baile de sus pupilas…” 

El poema está inspirado en la película Bailar en la oscuridad, un dramático musical del año 2000 protagonizado por Björk, donde una madre checa soltera e inmigrante se radica en EEUU, sabe que quedará ciega por un desorden genético, sin embargo puede gozar de los musicales, olvidando la pobreza, la soledad, pero la fatalidad llega. Belleza, oscuridad y sufrimiento en un film inolvidable.

En la segunda parte del libro, Niño en la ventana, un largo poema donde el autor mira absorto la historia que retrata el vidrio, rostros, -entre ellos- su madre y el vecino Jesús. La fluidez de las imágenes componen ese pedazo de cielo en el borde mismo del mundo. 

De la palabra al hecho

Un paseo por el bosque

Corro hacia los otros

o hacia el agua;

pero no es mía la herida

ni el temblor de ciervo

que reflejan estas pantallas

como si Dios fuera un director de cine

enamorado de los efectos de este bosque.

Corro junto a otros animales:

ninguno de ellos muere por sí mismo

o existe fuera de este set;

somos una imagen blindada en su Sombra,

esperando un haz inútil y contemplativo,

el permiso para ser tiernos,

para decir y decir y decir:

Sofisticado sea el cielo.

Sofisticada la semejanza.

Sofisticada la verdad.


Canción de Fenelón

I

Vengo del mar con las manos vacías;

ciudad de un solo hombre:

oreja calcinada del dios de la arena

cuando el sol repartió su muerte en el viento.

II

Un caracol es todo lo que soy.

No preciso de otro lugar que su textura entre mis manos;

acariciándolo construyo el camino, la forma impasible

de ir hacia el silencio.

III

En mis oídos él va silbando la memoria del mar

el vaivén lejano de vidas empujadas por las aguas.

El mundo es un espacio mínimo,

la forma pasajera

que ocupa mi cuerpo dentro de este caracol,

un fósil que no merece una batalla,

sustancia perpetuada en los muros de la ciudad

mientras hay algo que pasa que sigue pasando…