La fiesta está allí. Deslumbrante. La vemos como en un mosaico de imágenes sobre el vidrio de una puerta. En el escenario el jardín se imagina, toma cuerpo como un personaje más en un diseño de Micaela Slelgh que abre el espacio y consigue situarnos de a poco en ese lugar donde queremos permanecer. Estamos en esa mansión de la abuela de Isabel donde la joven invitó a su novio y a sus amigxs a pasar el año nuevo. 

Todo es snob, en el trabajo actoral se nota una impostura como una leve crítica o como la señal de un conflicto. En Fiesta en el jardín queda claro que la felicidad y el sufrimiento van juntos, que tener veinte años implica algún tormento, ansiedad, la disconformidad permanente de atravesar por todas las opciones. Hay también un extrañamiento del que rápidamente logran desentenderse, una visita tumultuosa al mundo de las clases altas.

Una fiesta puede ser horrible, agónica, puede llevar a alguna verdad, a un rompimiento o puede ser simplemente una instancia de disfrute, de coqueteo alborotado. Mucho más si se está en la mitad de la veintena y todo parece ir bien. Cierta promesa profesional, algún bienestar económico aunque todo puede ser un capítulo inconsistente y rápido. Lxs jóvenes compiten por escribir el mejor poema sobre el crimen ocurrido en la mansión de al lado donde parece que una mujer joven asesinó a su anciano marido millonario. Todo para ellxs es la materia de una ficción.

Mora Monteleone toma un puñado de textos de Katherine Mansfield y los trae a esta época para pensar una generación con cierta melancolía, un poco como si lo que ocurre en Fiesta en el jardín ya se situara en el lugar del recuerdo. La obra tiene en la escritura un elemento constituyente pero Isabel, la protagonista a cargo de Lucía Tomas no escribe. Ella admira y un poco envidia el talento de sus amigxs (cuya certeza podría discutirse, tal vez sus apreciaciones son desmesuradas). Ella solo tiene dinero y ese dato concreto le permite retenerlxs en esa casona e intentar guiar sus acciones. 

Pero Isabel fracasa, al extremo de sentirse por momentos una espectadora de la fiesta, alguien que intenta organizar algo que ocurre sin necesidad de su presencia. En sus amigxs hay una actitud displicente, como si ser dueños de un supuesto talento les diera más poder que el dinero. Candela, en la interpretación de Monteleone que se ubica en la escena como la escritora que parece hacerse preguntas, reformular lo que dicen lxs otrxs como alguien que está menos atravesada emocionalmente y que puede pensar los hechos. El novio de Isabela, a cargo de Nahuel Monasterio, tampoco es artista, es un ingeniero agrónomo que sufre las burlas de lxs amigxs de Isabel y la indiferencia de su novia que ya no lo soporta. En Fiesta en el jardín las flores, todo lo que surge de la tierra ejerce un influjo y un encantamiento como si los personajes se dividieran entre una idea romántica del artista que contempla y describe y el hombre preocupado por la vida práctica que se dedica a destruir, a hacer de lo natural un producto.

En cada función hay un escritor o escritora invitadx y ese dato le da cierto efecto de realismo, en este caso la autora fue Lucía Igol y lo interesante era ver el montaje que se construía entre los textos que la poeta llevó a escena y la dramaturgia armada por Monteleone que comparte la dirección de la obra con María Sevlever. Los personajes acudían a esos poemas en auxilio para conjugar un estado, una emoción, un deseo o para descubrir algo de su dolor que no conseguían determinar o entender.

Entonces Isabel introduce un ser de la realidad, de ese mundo ajeno donde hay personas desvalidas que sufren y que lo darían todo por una taza de té, como una intervención, como la creación de algo que ella solo puede elaborar desde lo concreto. Ana es en el trabajo de Martina Krasinsky un ser mágico, casi ficcional, alguien que parece llegar para reemplazar a Isabel posee las destrezas sociales que a Isabel le faltan y que podría reemplazarla. Isabel no es escritora pero hace que lxs otrxs escriban. Allí se esconde la extravagancia de su arte.

Fiesta en el jardín se presenta los sábados a las 21 y los domingos a las 20 en El Cultural San Martín.