Pascual Fabián rescata con orgullo el oficio de pastor que heredó de sus abuelos y que transmitió a sus hijos. “Vengo de familia de pastores y productores, mi abuelo vino para esta zona y fundó en la Puna el pueblo de Antofalla, que en 2004 fue reconocido por el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI) como comunidad originaria coya atacameña”, dice. Pascual tiene a sus animales en la puna catamarqueña, a 3.500 y 4.200 metros de altura, en el paraje Calalaste.

Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) Argentina, el pastoralismo es un sistema productivo de ganado bovino, caprino y ovino que representa la fuente principal de ingresos y de seguridad alimentaria para muchas familias del Gran Chaco, la Puna y la Patagonia.

Sin embargo, las áreas dedicadas a este sistema productivo presentan múltiples riesgos asociados principalmente a la degradación de sus recursos naturales, tales como la pérdida de la cobertura vegetal y la expansión de la frontera agrícola sin prácticas adecuadas de manejo y conservación de suelos y aguas, lo que afecta la disponibilidad de pastos fértiles.

En este contexto, es importante desarrollar e implementar políticas públicas dirigidas a mejorar las condiciones en las que se desenvuelven las familias pastoralistas en Argentina, principalmente en temas de acceso a los recursos productivos.

Trabajo cotidiano

Además de un plantel de 250 ovejas, Pascual Fabián tiene una tropa de 150 llamas. Todos los animales pastorean para alimentarse libremente por la Puna en lugares que van rotando según la época. En verano pastorean en los humedales de altura y en invierno van a otras zonas. Eso sí, cuando llueve poco y no hay pasto resulta muy difícil alimentar a los animales porque hay que suplementar la dieta con forraje como alfalfa y maíz, lo cual implica un alto costo extra.

“Nos levantamos a las seis de la mañana, desayunamos, preparamos la vianda y salimos. Sacamos la hacienda y vamos a pastorear todo el día, acompañándola y vigilándola, es un trabajo familiar”, describe. “A veces viene alguien a trabajar con nosotros porque buscamos la forma de siempre estar cubiertos, es un trabajo de todos los días, sin feriados ni fiestas, es una tarea permanente. Vendemos los animales y lo que ganamos es más que nada para pagar los gastos. Nos autoabastecemos de carne y, como también hacemos agricultura, tenemos verduras de hoja, habas, papines y quinua, a la vez que tenemos huevos y leche. Así que hay de todo y hasta vendemos a los vecinos”.

Pablo Frere, secretario ejecutivo de la organización Redes Chaco y Punto focal de Pastoraméricas, destaca la importancia social y económica de esta práctica. “Un estudio realizado sobre la contribución socioeconómica del pastoralismo en el mundo mostró que una gran cantidad de familias están vinculadas a la cría de animales con este sistema y en cuanto a lo económico, a la creación de riqueza, representa unos 300 millones de dólares anuales solo en Argentina. Esto refleja que es un sector que contribuye a la riqueza de un país y que es una riqueza que se muestra no tanto en el PBI sino en el día a día de los pueblos y las comunidades locales, donde circulan los bienes que se intercambian”.

Arraigo

"Tratamos de incentivar a nuestros nietos para que se mantenga la tradición en las nuevas generaciones. Es importante no perder esta cultura, queremos conservar vivo nuestro campo”, cuenta Pascual Fabián.

“Ahora hemos quedado solos en el paraje y este es nuestro lugar, el que nos permite la unión familiar y salir del pueblo de Antofagasta, que aunque está muy cerca es bien distinto. La gente se ha ido de los parajes por falta de horizonte, por eso hay que generar políticas para que la gente tenga su hacienda, ayudarlos durante un tiempo hasta que tengan su plantel y que luego sigan solas. Hay que dar herramientas y proyectos para que arranquen”, reflexiona Pascual, quien también impulsó una cooperativa para la esquila de vicuña en silvestría. “Son animales protegidos que se han recuperado, ya no están en riesgo de extinción y hay mucha gente que se está capacitando en este tipo de esquila, que se realiza en noviembre y diciembre. Hacemos el arreo, en un predio determinado se realiza la esquila y luego se liberan, sin lastimarlas ni estresarlas”.

La fibra es un producto que se vende bien y representa un ingreso adicional. El siguiente paso es que la gente local se capacite para darle valor agregado, por ejemplo, a través del hilado y del tejido.

Los jóvenes se van a los centros urbanos y muchos ni llegan a tener un buen empleo y terminan en la indigencia, lo cual es terrible porque en la ciudad sin plata no se come. Por eso es clave entender la importancia del campo, de la cultura, las tradiciones y de cuidar de la naturaleza porque si no cuidamos lo que tenemos, el día de mañana no vamos a tener nada”, indica Pascual.

* FAO Argentina