La necesidad de implementar un plan de estabilización de precios va ganando consenso al ritmo de la aceleración de una inflación que amenaza con alcanzar los tres dígitos. Dado que la reciente política de precios justos no alcanza a calificar como plan de estabilización, varios analistas comienzan a realizar sugerencias de los contenidos que debería tener el mismo. Uno de ellos, apoyado por ciertos sectores del empresariado pero que también cuenta con entrada en el basto mundo del peronismo, indicó su receta para un “plan bomba” contra la inflación.

Una suba fuerte del dólar compensada parcialmente por mayores retenciones, un aumento de los salarios por encima del dólar y una suba de tarifas aún más pronunciada, sería el preludio para un congelamiento total de los precios por seis meses. La suba del dólar desalentaría ciertas importaciones hoy administradas vía restricciones cuantitativas, y mejoraría las chances exportadoras. El aumento de las retenciones disminuye el impacto de la devaluación sobre ciertas materias primas y, a la vez, mejora la recaudación. Esa medida junto a la baja en el gasto de subsidios que produce el aumento de tarifas, reequilibraría las cuentas del Estado. Por su parte, la suba salarial compensaría el impacto de esos aumentos sobre los sueldos bajo convenio. El objetivo es lograr una estela de precios relativos que recomponga la competitividad cambiaria, el salario real y las cuentas fiscales, para luego entrar en un congelamiento que las vuelva perdurable en el tiempo. ¿Quién pierde? De lograrse ese esquema los que pierden son los empresarios que venden al mercado interno y los que tienen ingresos por fuera de las paritarias (empleo informal).

La falla del “plan bomba” contra la inflación es que sobrestima la importancia de alcanzar ciertos precios relativos y la capacidad estatal de disciplinar a los formadores de precios, mientras que subestima la importancia de la puja distributiva y la inercia inflacionaria. Bajo esa visión, la suba del dólar junto al reequilibrio de las cuentas públicas, disminuiría la presión cambiaria facilitando la estabilidad de precios. Aún si admitiéramos esos efectos de largo plazo, el efecto inmediato de devaluar y pegar un tarifazo es un aumento generalizado de los precios en el corto plazo que el plan piensa disuadir dictando un congelamiento. Difícil pensar que la mayoría empresaria acepte mansamente congelar los precios luego de semejante shock de costos. Lo más probable es caer en un desabastecimiento generalizado con una inflación acelerándose. En ese caos, las expectativas de devaluación se exacerban echando por la borda los efectos de la devaluación inicial en materia de estabilidad cambiaria.

Cuando la inflación adquiere dinámicas inerciales muy pronunciadas, los cambios de precios relativos actúan acelerando aún más la tasa de aumento de los precios. Por ello, un plan de estabilidad debería evitar cambios bruscos de precios como condición necesaria pero no suficiente para su éxito relativo.

@AndresAsiain