Pedro Otero no sabía quién era Pajarito Zaguri. Un día de hace siete años se mudó a un PH de Boedo y de repente lo conoció. Al principio, era su vecino viejo del departamento de abajo, cuya tos con carraspera profunda se escuchaba desde lejos. “Era lo único que sabía”, relata este fotógrafo, docente y novel director de cine. “Así fue hasta que un día de diciembre que hacía como 35 grados me tocó el timbre. El viejo tenía la cara arrugada y, con una sonrisa medio socarrona, me dijo que se había quedado sin luz. Como los tapones de entrada estaban en mi unidad, intentamos arreglarlos, pero no hubo caso. Nos saludamos, se presentó como Pájaro y se fue”. Podría decirse con una certeza casi sin contrastes que El mago de los vagos, el documental sobre uno de los creadores del rock argentino, arrancó ahí, en ese encuentro cotidiano, inverosímil y casi surrealista, que terminó con la extensión de un cable para que el viejo Pájaro pudiera prender un ventilador y reactivar la heladera.

Solo faltó una cámara ahí. Y también en los diálogos que, ya casi amigos, Pájaro y Otero mantenían de arriba hacia abajo, entre la ventana de éste y el patio interno de aquel. “Cuando le dije si quería lo del cable me contestó: ‘sí, ayer, lo quiero ayer’”, se ríe Otero, que ya divisaba en el vecino de abajo a un tipo medio pillo. La reciprocidad entre ambos siguió cuando Pájaro, en agradecimiento, le llevó dos discos suyos: Y en el 2000 también y Sexogenario. “Fue muy loco el gesto. Me sorprendió que me dijera que era músico y que hacía blues. Sinceramente, subí cagándome de risa con los discos. Nunca me hubiera imaginado que el viejo hacía música y que la música estaba buena. No soy del palo del rock. No lo conocía. Es más, había escuchado Almendra, pero nunca a Manal y menos a él”, admite el cineasta, que descubrió al Zaguri músico a través del librito interno de uno de los discos. “Pensé ‘puta, o este es un mentiroso peligroso o es uno de los tipos que inventó el rock’. Entonces llamé a un amigo rockero y me confirmó la segunda: ‘Sí, boludo, es uno de los que inventó el rock argentino’”.

Otero supo entonces que el documental ya había empezado. Que solo hacía falta poner una cámara en medio de esa relación algo bizarra, pensar algún guión, y que el azar cotidiano hiciera el resto. “Me dije que ahí había una cosa re linda, porque a los tipos que inventan algo, o los leés en una revista o los ves en el cine, no están en el departamento de abajo tosiendo, pidiéndote luz o regalándote dos discos porque les tiraste un cable. Entonces me puse a investigar y a escribir, nunca con una intención biográfica que lo entronara, ni que le hiciera una estatua, o que dijera ‘hay un antes y un después de...’. La intención fue transitar la contradicción. ¿Qué hace este tipo acá abajo, sin un mango y fumando faso malo? Esa fue la pregunta que me motivó a laburar”, detalla Otero, cuyo trabajo de ochenta minutos ya recibió un premio la sección Hora Cero en el Festival de Cine de Mar del Plata.

–Lo que emerge claro es que el documental es una continuidad lógica de esta relación un tanto inverosímil. En este sentido, se despega de El rey del rock and roll, el otro documental que se hizo sobre la vida de Pájaro.  

–Con un acceso al personaje por la puerta de atrás, sí. La película se hace cargo de la forma que tuvimos de conocernos, no solo porque el procedimiento está exhibido, sino también porque es un acceso a su vida desde un costado marginal. Si bien hay información, hay un marco, hay algo que va saliendo, también hay un problema formal que es precisamente la inclusión del proceso, y eso genera algunos inconvenientes en el relato, en nuestro vínculo. Después, bueno, aparece un drama en medio del rodaje.

–Su muerte, el 22 de abril de 2013.  

–Bueno, sí, se publica la noticia de su muerte. Yo ya no me veía más con él, porque nos habíamos mudado los dos, pero empezamos a enterarnos de algunos rumores que decían que estaba vivo. La película se hace cargo, empieza a investigar, y genera un final atrapante. Además de ser un documental sobre un tipo, el trabajo transita un drama. O dos, porque uno es qué pasa con este tipo y el otro es qué pasa con los mecanismos de representación sobre esta clase de tipos. O sobre por qué, dicho de otro modo, se puede llegar a dudar si el tipo está muerto o no; por qué no se hizo famoso o, como dije antes, por qué está debajo de mi PH tosiendo y fumando paraguayos, y no en otra situación, como otros pioneros como él. Algunos de ellos murieron temprano, otros tomaron caminos diferentes, y yo creo que Pajarito quedó en el medio. No murió trágicamente, como pasó con Tanguito o Miguel Abuelo –algo que podría haber pasado tranquilamente–, y tampoco tuvo trascendencia. Se trata de alguien que está fuera de la matriz. Es inexplicable e incómodo. Disruptivo.

–Lo que primero que se dice sobre Pajarito es que cuando grabó “Rebelde” con Los Beatniks era mejor publicista que músico. Que por iniciativa suya, Moris y varios más se bañaron desnudos en una fuente, para llamar la atención y vender más discos.

–La peli también se cuestiona qué es verdad y qué es mentira de su historia en la construcción de los relatos, y en este sentido investigué la secuencia de la fuente. En todos los medios sale que lo promocionaron en una camioneta, algo que los Stones harían nueve años después, y que se les ocurrió ir a bañarse en pelotas en la fuente que está en Suipacha y Juncal, frente a la boite Mau Mau. Arreglaron con el director de la revista Sí, éste les prometió que si no ganaba Boca los sacaba en la tapa, Boca no ganó y salieron en tapa. Pero no en bolas. Encontré la revista original en Mercado Libre, la compré a 36 pesos, y no hay un solo desnudo. Se metieron a la fuente, sí, pero todos vestidos. El me respondió que el fotógrafo había velado un poco las fotos y que, como eran todos bastante blancos, habían salido así.

* El mago de los vagos se exhibe en Malba.cine (Figueroa Alcorta 3415) todos los viernes de julio a las 20, y todos los días hasta el miércoles 19 de julio, a las 12.10 y a las 18.40, en el Cine.ar Sala Gaumont (Rivadavia 16.35).