Que en 2022 se sigan haciendo canciones (como género) es un desafío que solo el romance autoriza. Seguir adelante en los procesos líricos, alistar y abrigar esa criatura, es una proeza. En una época en la que se vive como una evolución la posibilidad de adelantar audios de WhatsApp y cuesta ver completo un video random de menos de dos minutos, hacer canciones es una empresa tan compleja como publicar novelas.
La canción como personaje transita momentos de desinterés, está siempre luchando contra la intrascendencia y la subestimación. Es suave, frágil, pero si está bien lograda, al menos una de sus frases te hará levantar la cabeza. No en el sentido motivacional, sino en el de haber formado parte de la historia que sirve de ejemplo, porque no hay mejor hit que la identificación del relato.
Todo esto se vincula con la sensación de utilidad que se busca crear. El meme de Messirve, donde Lío se calza los anteojos de CQC, sintetiza a la perfección ese síntoma de época. No sólo lo quiero todo y lo quiero ya, sino que además quiero que sea funcional. "Esto no es arte, mami, it's branding", reconoce Sara Hebe en Almacén de datos.
Las canciones, según la lógica de la industria, deben ser pensadas para reventar estadios, con melodías catchy, frases para tirar estado o viralizar un tuit, y no vayan a olvidarse de las coreos de Tik Tok. En esa competencia furtiva a merced de la funcionalidad, la supremacía de los sentimientos yace agonizante frente al pecho erecto de algoritmos maquiavélicos.
La canción es fe, el último bastión de la artesanía en la música. Es romance y sentir que, a pesar de los embates del tiempo moderno, todavía quedan motivos para seguir intentando. Es humana; si hasta podemos verle las cicatrices. Y es también pensar en el cómo antes que en el qué. Son esos modos en los que Fermín trabaja. Nobleza antes que efecto, cuerdas por encima de beats anfetosos, diversión por el solo hecho --¡como si fuese poca cosa!-- de divertirse. Si los oficios se están extinguiendo, alguien debe encargarse de que el de la canción se mantenga vivo.
Las canciones de Fermín reciben la chinche urbana, pero no como el tag comercial con el que se usa la expresión; urbana en términos de amuleto contra los males del asfalto, estampitas contra una ciudad sin pausa. Tienen prisa como semáforo de avenida, son de acompañamiento cíclico, pueden subrayar un buen momento e invitan al mejor de los bailes: ése que sucede sin presión social.
Nacido en Chascomús, Fermín ronda en más de un proyecto artístico, cuyas dimensiones acabaron llevándolo, como de casualidad, a establecerse como un productor de renombre, en el marco de un panorama local que los registra y reconoce. Miembro fundamental de la Post Mortem band y una de las mentes maestras detrás del disco más festejado del año, a la hora de aparecer con su material propio hace a un lado el agite, el mosh catártico, el trap, el rap y todos sus bemoles: sus métodos para alcanzar intensidad son otros.
"Siento que hago música para descubrir a quiénes les estoy cantando", acepta Fermín. "Como una suerte de batiseñal para quienes resuenen con esta forma de sentir o pensar. Muy de a poco, los voy conociendo. Un denominador común fundamental es el sentido del humor. Nada de lo que hago va tan en serio, ni siquiera las cosas a corazón abierto, todo siempre tiene una cuota de ironía porque así veo el mundo y deseo que las personas que resuenen con lo que hago sean personas que perciban las cosas de esa misma manera.
--Pasaron años para que se entienda que la figura del productor es tan importante como la del artista. ¿En qué lugar te sentís más cómodo?
--Nunca me proyecté como productor musical, fue un trabajo que terminé haciendo por accidente, quizás por la necesidad de que ciertas cosas sucedan. Se fue dando por ese impulso de realización, de lograr que el hecho artístico se transforme en sonido y se comparta, por lo que no logro diferenciar qué me pasa cuando trabajo para otros o cuando hago mi música. Para mí es todo música y a todo le pongo el mismo amor. Después, en algunos proyectos estoy más al centro y en otros más en la periferia y está todo más que bien con ambos roles, ambos tienen cosas que disfruto un montón. Por otro lado, el reconocimiento que estamos recibiendo los productores es una plataforma fantástica, no solo para nosotros, si no para el público también, que puede enriquecerse con un montón de interlocutores nuevos.
--Este es tu segundo EP y también tenés un disco. ¿Qué pensás de la escena? ¿Y cómo se mueve tu deseo en relación a todo lo que hacés?
--Me encantaría pensar en términos de escena pero siento que estamos todos muy en la nuestra, lo cual tiene sus cosas lindas también. Obviamente fantaseo con ser parte de una gran ola de nuevo pop argentino que se lleve puesto todo, pero no depende de mí, lo decide el público. Estamos en un momento espectacular de la música alternativa en Argentina, con cada vez más artistas que se la juegan a hacer algo distinto, a tomar ciertos riesgos, a preservar lo creativo y lo artístico por sobre lo comercial o lo que gusta a los algoritmos; y eso sinceramente me emociona. No paro de ver propuestas increíbles, el underground está prendido fuego. En un punto estoy muy regido por los valores de la contracultura, para mí lo genuino no se negocia, tanto para hacer como para escuchar música, y ver que esa idea está tomando fuerza me llena de entusiasmo.
--Domiciliaria, tu primer EP, salió en plena pandemia. ¿Lo sacaste ya con la intención de abrir tu camino como artista, o tuvo que ver más con un impulso?
--Domiciliaria fue un espasmo, salió de un momento a otro. No tenía proyectado ser solista ni sacar material ni construir una carrera. Me propuse hacer cuatro canciones en cuatro días y lo lancé, sin preámbulos. Fue el principio de mi carrera solista. En paralelo, ya se venía cocinando Orden y progreso, que era más un ensayo estrictamente pop y que contiene algunas canciones de mi banda anterior; es una suerte de retrospectiva, un cierre de capítulo.
--¿Y dónde entra tu nuevo EP?
--Siento que Mañana es peor es la continuación de Domiciliaria, acá volví a tomarme un montón de licencias estéticas y traté de liberarme todo lo posible de lo más racional del proceso. La cuarentena me limpió de un montón de ideas y expectativas que tenía para con la música, y eso me permitió tirarme a la pileta como solista, como productor, como persona. En ese proceso, para mí Mañana es peor cierra la puerta de ese pasado para siempre y abre una infinidad de puertas nuevas para el futuro. Hoy lo que guía este proyecto es seguir mis caprichos musicales a fondo, sin ningún condicionamiento, y poder utilizar esa música como medio de expresión genuina, sin tapujos.
--Vivís dos realidades bien distintas arriba del escenario, siendo músico de Dillom y protagonista de tu propio show. ¿Cómo manejás esa diferencia?
--La mayor diferencia más allá de las canciones es la cantidad de público y la energía que tiene. El de Dillom es super masivo y adrenalínico, y el show responde a eso, es una hora de una trompada atrás de otra. Mi show es más íntimo y un poco más progresivo, más colgado, propone una cosa más de baile e introspección. Después, mi experiencia es muy parecida. Compartimos mucho equipo de trabajo, por más trillado que suene realmente se siente como una gran familia, y ambos proyectos me apasionan a fondo. La experiencia de girar con Dillom es muy enriquecedora y siento que ambos proyectos se retroalimentan constantemente a nivel creativo.
--"El agotamiento sale cada vez más caro" decís en Mañana es peor :(. La dinámica de la música (y del mundo) obliga a hacer cosas todo el tiempo, sin tregua. ¿Cómo lidiás con eso?
--¡Como el culo! De eso habla un poco la canción. En este momento estoy intentando ponerle un freno al ritmo vertiginoso y replantearme un montón de cosas. Charly García dice que la música es una cárcel y hay algo de cierto, en cuanto es algo que me apasiona tanto que si no le pongo límites me ocupa el 100% de mi tiempo y pierdo contacto con mi costado más humano, con mi intimidad, con mis vínculos. Estoy en un proceso de sanación muy fuerte en ese sentido.
Sin fiesta no hay after, pero las canciones de Fermín parecen engancharse en un pari reflexivo. Como de la escuela de Ms Nina, "perreando por fuera, llorando por dentro". El golpe de efecto lo logra en las letras, mientras es bien amable con las melodías. Como cuando te consienten antes de darte una mala noticia. O como una trompada luego de salir a tomar un helado.
--¿Es algo pensado?
--Sin dudas es una búsqueda muy marcada, pero no sé si hay un proceso tan pensado. Para mí el contenido de las letras es hasta casi más importante que la música, y le pongo mucho empeño. Pero es bastante inconsciente: voy bajando frases o juegos de palabras en la composición, y completo esas ideas a lo largo del proceso. La mayoría de la música que me gusta no es necesariamente feliz, y la mía funciona de la misma manera: cuando estoy feliz, simplemente estoy disfrutando, rara vez estoy escribiendo.
--La escritura parece tener mucha importancia para vos
--Para mí es una forma de procesar la realidad, de canalizar mis sentimientos, y la traducción de eso en música es una forma de conectar con el otro. Me gusta también proponer algo distinto en este momento donde la música algorítmica y compuesta para targets específicos está dominando el mercado global. No siento que lo que tengo para decir sea especial, simplemente quiero compartir mi visión del mundo porque en mi experiencia es muy sanador encontrar interlocutores válidos que resuenen con la emocionalidad de uno. A mí eso me salvó la vida, me hizo no sentirme tan solo. Ya con que una sola persona sienta eso con mi música, yo ya gané.
--En la música mainstream priman los resultados inmediatos, y lo que le pasa al público al escuchar un tema parece haber perdido todo valor, porque no es monetizable. ¿Vos qué tenés en cuenta al componer?
--Ninguna de estas cosas. No me interesa dejarlas entrar en mi proceso creativo ni ser parte de la maquinaria del entretenimiento, ser otra salchicha en una fábrica de salchichas. Hay un montón de cosas a las que decido no exponerme. Mi pasión es el arte, y para mí el arte es puro deseo, puro capricho; todo lo demás queda fuera aunque eso signifique perder guita o tener menos exposición o lo que sea. Exposición, ¿pero a qué público? ¿Y a qué costo? Entiendo que mi camino no sigue la idea del éxito que hoy prima en el mainstream. Antes quizás me daba miedo quedarme afuera, pero hoy me da lo mismo. Para mí lo genuino siempre termina trascendiendo. Esa es mi apuesta. Y mi deseo es que a los shows vengan quienes realmente se sientan parte de la construcción del proyecto, quienes resuenen con mi sensibilidad. Sean 5 o 5000.
--Hay un consenso tan marcado en que todo es simulacro que existe una nueva red social para "ser real". ¿De qué manera sentís que sos auténtico? En términos artísticos y en cuanto a la fantasía de la que se vale el pop para existir.
--Creo que hay una cuota importante de juicios de valor en la dinámica de las redes sociales, donde todo el mundo puede ser juez o verdugo de cualquiera y donde cualquier opinión vale lo mismo más allá de los fundamentos, donde la imagen prevalece por sobre el contenido. Creo que eso es algo super tóxico que un poco nos está llevando a la ruina. Pero, bueno, tampoco me interesa estar vociferando explícitamente estas problemáticas cuando en el fondo a nadie le importa. Para eso está el arte también. En la basura están la mayoría de los tesoros.