Pensó que había que resguardarse del mundo. Con los interrogantes a cuestas, Fito Páez, que ya lucía anteojos para contrarrestar la miopía en ciernes, hizo del silencio una forma de vivir, llenándolo de música. Y fue entonces que decidió estudiar piano. La señora Bustos fue su primera profesora de piano. Sesentona y coqueta. Le enseñó algunas piezas clásicas pero el alumno recuerda los corpiños voluptuosos de la imponente profesora.

 

Domingo Scarafía nació en Colonia Josefina en 1914. Hijo de inmigrantes italianos, su destino estaba marcado a seguir los pasos de su hermano José: estudiar en un colegio salesiano para ordenarse sacerdote en la pampa gringa. Domingo hizo casi todo el seminario hasta que renunció a ser cura y se escapó a Rosario, a la casa de la hermana de su madre, donde aprendió piano con los maestros Leo Crelerot y Vicente Scaramuzza, e inició una vida profesional acompañando a cantantes y solistas. Cuando Crelerot falleció que 1938, Scarafía se hizo cargo de los alumnos de su conservatorio. 

El instituto se ubicó en la planta alta de una amplia casa sobre calle Balcarce 666, donde además del conservatorio vivía la familia Scarafía. Fito Páez, el niño, solo tenía que cruzar para tomar la lección de piano. Empezó a tomar clases con Scarafía, un maestro riguroso que hablaba como si fuese “ucraniano” y que además había sido el profesor de Margarita, su madre. 

El maestro le entregó un libro indispensable para todo estudiante de música que pretende tener conocimientos y formación en lectura musical: Adiestramiento elemental para músicos, de Paul Hindemith. Se trata de un método utilizado en todos los conservatorios oficiales y privados del país, así como por el docente particular, y permite acceder a la lectura musical tanto en los inicios como en la formación avanzada del músico. Un trabajo de consulta y práctica permanente sobre negras, blancas y redondas (y sus silencios), compases de 2/4 y 4/4, clave de sol, corcheas y semicorcheas, los sonidos mi y do, acentos métricos; compás y ritmo; síncopa; compases compuestos, escala cromática.

El viejo le pasaba los ejercicios de digitación de rigor para piano: "Para Elisa" de Beethoven, "Marcha turca" de Mozart, por ejemplo. El pibe era muy vago para leer partituras, tenía problemas para aprender los sistemas, pero tenía buen oído. Scarafía apreciaba su esfuerzo en aprender y cada vez que el pibe le decía “maestro, tóqueme la pieza de nuevo”, el viejo la tocaba de vuelta, y el pibe observaba el movimiento de sus dedos y volvía rápido a su casa con las anotaciones de las composiciones, y las tocaba tres o cuatro veces hasta que las memorizaba. 

Al otro día volvía a cruzar la calle Balcarce hasta el conservatorio. El maestro le tomaba la lección. Coloca la partitura delante de sus ojos y Fito toca. Fito simulaba que lee la música ante el silencio del viejo. El engaño duró hasta el día que Rodolfito cometió el error infantil de pedirle que tocara "Rhapsody in Blue" de George Gershwin, una de las obras más importantes e innovadoras del cancionero norteamericano que tanto le gustaba a su padre Rodolfo.

--Perfecto --dijo el maestro y preparó una adaptación para piano. El tema empieza con una escala cromática desde la primera nota hasta la cuarta escala, todas iguales. Hasta ahí estaba todo perfecto para Páez. El tema, la preocupación del alumno, era la subida que Gershwin escribió originalmente para oboe: tenía que ejecutar todas las notas en el piano y en un compás se equivocó.

--A ver, repite el compás número 12 porque escucho algo que está mal --interrumpió el maestro, parado a la diestra del alumno. Y Fito se equivoca y acaba de darse cuenta de que el viejo lo descubrió: no está leyendo.

--A ver, toca el compás 74 --le pide el viejo. Y el pibe no sabe dónde está.

--Toca ahora el 36 --le ruega, ya impaciente, el maestro. Y el pibe vuelve a equivocarse. 

El maestro, harto de la simulación, cierra con fuerza la tapa del piano. “Acá no vengas nunca más”, le ordena. 

“Fue un momento horrible para mí --recordó Páez-- y para él también porque me quería como si fuera un nieto. Yo era un favorito suyo, no debí haberle hecho eso, se sintió mal. Pasaron los años, él falleció y la hija, Norma Scarafía, me dijo: ‘No sabés cómo te quería papá. Y lo feliz que se ponía cuando te escuchaba tocando aquí o allá, estaba muy orgulloso de vos y hasta enseñaba tus canciones en el conservatorio’. Para mí eso fue un hermoso regalo de la vida”.

Fragmento de "La vida después de la vida", primera biografía de Fito Páez, cuya tercera edición se presentó recientemente en Rosario.