Desde Barcelona

UNO A diferencia de muchos, Rodríguez no suele armar listas/deseos de las cosas que le gustaría hacer sino de las cosas que no tiene por qué hacerlas. Y cuando lo comenta o recomienda lo acusan de amargo o de pesimista. Entonces Rodríguez les explica que no, que todo lo contrario: es mucho más fácil y rápido hacer realidad el deseo de no hacer algo que el de hacerlo. De acuerdo, no hay épica en no hacer algo; pero sí hay mucho más instantánea satisfacción y, puede ser, de signo negativo. Pero también es verdad que, con el cada vez más rápido paso de los años, también hay cada vez menos posibilidades de rendir asignaturas pendientes. En cambio, siempre se puede no reprobar una y otra vez. Basta con no presentarse a examen. Ahora mismo, por ejemplo, nada desea más Rodríguez que no ir a ver la tan demorada y ahora anunciada como si se tratase de la Segunda Venida continuación de Avatar de James Cameron.

DOS Y lo cierto es que Rodríguez ni se acuerda de cuándo y dónde vio la primera. Googlea y descubre que fue en el 2009 y que, todo parece indicarlo, entró y salió de un cine para hacerlo. Recuerda vagamente su argumento eco-anti-militarista-colonialista que le sonó al pulp John Carter en Marte. Y, sobre todo, a El nombre del mundo es Bosque de Ursula K. Le Guin que, publicada en 1976, podía leerse como una casi automática metáfora de Vietnam y todo eso. A propósito de las "similitudes", en prólogo para reedición de su novela, Le Guin se limitó a comentar que le mencionaron que tenía un cierto parecido "con un film de alto presupuesto y gran éxito" que "invierte por completo la premisa moral de mi novela, presentando su problema tan central como no resuelto, en que la solución pasa por la violencia. Estoy muy feliz de no haber tenido nada que ver con ello". Cameron, por su parte, sí reconoció en Avatar influencias de Lawrence de Arabia y de 2001. Y de Titanic.

TRES Y Rodríguez recuerda, sí, que en la película había un malo malísimo y muchos nativos de color azul y de rostro entre felino y/o producto de una de esas cirugías plásticas a las que se le fue la mano del bisturí: Blue Goodies de naturaleza más bien hippie que eran como los parientes muy lejanos y opuestos de los Blue Meanies de Yellow Submarine. Y, de pronto, un marine parapléjico era como "insertado" en el cuerpo de uno de los locales y corre mucho y se enamora demasiado y... Y ahora Rodríguez sigue googleando y se entera (no llega a recodarlo) que los azulejos en cuestión se llaman Na'vi y que todo transcurría en una luna habitable del sistema Alpha-Centauri llamada Pandora y muy rica en mineral unobtanium y... Lo que sí recuerda Rodríguez es que, en su momento, Avatar fue vendida y ofrecida como un hasta entonces impensable prodigio técnico (y seguramente así lo era) por un James Cameron cada vez más parecido a una versión hollywoodense de los mesiánicos personajes de Ayn Rand. Y Rodríguez recuerda también su sensación al ver Avatar fue la de haber caído en la marmita mágica en la que Roger Dean mezclaba sus tintas y diseños para aquellas vivaces portadas del soporífero Yes, ideales (en especial Tales from Topographic Oceans) para sestear con persianas bajas el verano. Ahora todo vuelve y sigue con la acuática y submarina Avatar: The Way of Water. Se ha reestrenado la remasterizada primera parte (que ha recuperado el sitial de más recaudadora de la historia luego de que, por un rato, Avengers: Endgame tomase la delantera) como aperitivo nostálgico o platillo de entrada para quienes no la vieron en pantalla grande. Y se avisa que ya hay tres partes más en trámite. Y hasta hay quienes piensan que sus vidas va a mejorar por volver a Pandora.

CUATRO Y esto es lo que más interesa a Rodríguez. Porque se entera de que, a lo largo de todos estos años sin viajar a Pandora (curiosamente, Avatar no ha dejado gran rastro en la cultura popular ni fue fenómeno del merchandising à la Marvel & Co.) los fans siguieron yendo por las suyas con una ayudita de las redes sociales. Así, hay adoradores de Avatar que no conformes con lo de la fan fiction han ido mucho más allá: se han preocupado por aprender a hablar el idioma de los Na'vi (del mismo modo en que tantos otros se preocuparon por dominar lenguas de la Tierra Media o Poniente). Pero, no satisfechos con ello, también han fundado una pseudo-religión convencidos de que la película les "transmite" una suerte de poder espiritual. Y, hey, Rodríguez no es insensible a estas cuestiones: disfrutó enormemente de Andor, producto Star Wars sin Fuerza ni jedis y con el gran Tony Gilroy (responsable los guiones de la saga Bourne y de esa obra maestra que es Michael Clayton) al frente. Y (aunque jamás le perdonará a Steven Spielberg el faltazo, quien bien podría haberla dirigido junto a The Fabelmans, como en su momento hizo con La lista de Schindler y la primera Parque Jurásico) se emocionó con los avances del recién revelado coming soon... de la nueva y se presume última de Indiana Jones. Y Rodríguez piensa un poco en que siempre recibe un chute de emoción cada vez que vuelve a ver esa escena en que todos se ponen a cantar "La Marseillaise" en el Rick's de la ahora octogenaria pero por siempre joven Casablanca; pero no por eso siente ganas incontenibles de unirse a la Resistencia o partir a pelear a Ucrania. Los iluminados por Avatar, en cambio, sí darían lo que fuese por que los tiñan de azul de ultramar e irse lejos. Porque en eso se basa toda su fe: en dejar este mundo para llegar a otro. En corretear y volar y nadar por las junglas y arrecifes de Pandora y dejar de mal vivir con padres y abuelos. Ahí está ese chat de fans millenials invitando a intercambiar experiencias acerca de "Formas de lidiar con la depresión que causa saber que el sueño de Pandora es intangible". Blues, sí. Casos de "depresión postavatar o postpandórica" ante un "mundo gris". Algo apenas redimido por, ocasionalmente, recibir telepáticamente instrucciones de parte de ese ente divino llamado Eywa: "presencia" que rige el equilibrio medioambiental de Pandora amenazado por los humanos y que, seguramente, a alguno de ellos, aquí y ahora, les ordena ir al museo más cercano y pegarse a un cuadro del período azul de Picasso. Consultado sobre el asunto y síntoma, Cameron sonó más parecido a feroz coronel que a espiritual Na'vi: "Si realmente sienten que no están disfrutando lo suficiente de las maravillas de la naturaleza en sus vidas, deberían darse un jodido paseo por el bosque", tronó. "O bucear", añadió recordando que ahora la cosa venía líquida. Después, Cameron ordenó (Rodríguez simuló no haberlo oído, no desea, no viaja, se va a quedar en casita) que fuesen a ver su nueva película. En el cine y en 3D, por supuesto. Porque así la experiencia es mucho más inmersiva (como en la, yes otra vez, recientemente consagrada por encuesta de Sight & Sound, en lo más alto, pero tan terrestre y terrena, Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles de Chantal Ackerman), como si uno estuviese allí, en Pandora.

A lo largo de 192 distantes y remotos y apartados minutos.

 

Algo es algo.