Las palabras sobran para un domingo conmovedor e inolvidable, pero hay un puñado de ellas que palpitan fuerte en el corazón de argentinas y argentinos: las que dicen que Lionel Messi no tiene cuentas pendientes con el fútbol. Pero además de haber levantado (y besado) el trofeo soñado como el mejor jugador del Mundial, el capitán quedará en lo más alto de una cima difícil de alcanzar: la del jugador con más presencias en la historia de los mundiales, con 26 partidos jugados en citas por Copas del Mundo.  El argentino, en la noche en que se coronó campeón del mundo, se quedó con un récord histórico: superó la marca del alemán Lothar Matthäus, campeón del mundo en 1990 y subcampeón en 1982 y 1986 y dueño de un hito que reinaba en el fútbol desde hace 24 años.

Messi lució, goleó, corrió y luchó en una final sufrida pero soñada (AFP)


Números de un rey del fútbol

A sus 35 años y luego de una excelsa actuación en Qatar, el argentino se impuso con el número dorado de 26 partidos, superando también a otros emblemas históricos del fútbol mundial, como el alemán Miroslav Klose (24), el italiano Paolo Maldini (23) y el portugués Cristiano Ronaldo (22). Entre los argentinos, Messi le sacó cuatro de diferencia a Diego Armando Maradona, quien jugó 21 encuentros en cuatro Mundiales distintos: España 1982, México 1986, Italia 1990 y Estados Unidos 1994. 

La FIFA reflejó el día en que Messi igualó a Matthäus (redes FIFA).

Los números acompañaron esta aventura del 10, que cada vez que tocaba la pelota sobre el césped qatarí revelaba su condición de angelado heredero de las artes del mejor fútbol, con fintas y frenadas memorables, con asistencias maravillosas, con su mirada divina de cada partido y su mejor cosecha de goles en Mundiales: sus siete gritos sagrados, dos en esta final. A ese juego también lo acompañaron las cifras, quizá para convencer a los que solo se rinden ante la ciencia más dura: en Qatar, Messi no solo se convirtió en el jugador con más presencias en Copas del Mundo; también se erigió en el jugador que más veces usó la cinta de un seleccionado en la historia de los mundiales (de los 26 partidos, fue capitán en 20) y, a nivel nacional, superó ni más ni menos que a Gabriel Batistuta como el máximo goleador de la Albiceleste desde el nacimiento de la máxima competencia de la FIFA, con 13 gritos en cinco Copas del Mundo. Como no hace falta ni remarcar, Leo también hace lucir a sus compañeros: por eso, es además el único que ha registrado al menos una asistencia en cinco Mundiales, sin que ningún otro lo haya conseguido en más de tres.

Una historia de amor de 16 años

En Qatar, Leo recordó (y también lo hizo todo el plantel argentino) a Alejandro Sabella y a Diego Maradona, seres queridos del fútbol argentino que ya no están entre nosotros. El diez fue dirigido por los dos. Y es que la historia de Messi en Mundiales, de Messi con la celeste y blanca, es una historia de amor, aunque en algún momento, hubo quienes quisieron hacer creer lo contrario. Una historia de amor familiar contada por varias generaciones. Desde padres y abuelos que celebraron títulos del mundo hasta nietas y bisnietas que hacían su debut en este, el primer Mundial que quedará grabado en su memoria. 

Una historia que empezó en 2006, de la mano de José Pekerman, otro histórico emblema del fútbol nacional, y terminó aquel mundial en tierras alemanas con esa imagen de un aniñado Messi sentado contra el banco de suplentes, indescifrable, pero seguramente pleno de ganas de entrar a jugar. Siguió en 2010 con el Mundial que será inolvidable para él porque lo dirigió Maradona, más allá de la dura eliminación a manos de la máquina teutona por 0-4. 

El recuerdo de Messi tras el fallecimiento de Sabella (Instagram Messi).

Sabella fue el conductor, en 2014, de aquel equipo que debió y pudo haber sido campeón, cuando se perdió la final en Brasil y quedó claro que la vida mundialista de Messi estaría en gran parte signada por una nación: Alemania. La Copa del Mundo de 2018 reveló un tiempo de la Selección -el técnico era entonces Jorge Sampaoli- que dejó expuesto el contexto de transición que se vivía, y a pesar de todo se despidió en octavos de final ante la brillante Francia -que sería la que levantaría la Copa-, no sin antes convertirse en el único equipo en todo el torneo capaz de hacerle tres goles.

Una huella de Leo: "jugar siempre"

Messi llegó a este Mundial más grande y experimentado, curtido y con un grupo joven que lo acompaña a la par y se nutre de él para crecer. Con cinco mundiales a cuestas, la cinta en el brazo y los ojos de sus tres hijos mirándolo crear sobre la cancha: así es cómo Leo quiebra un récord que, sin embargo, no es solo de presencias. Ni siquiera solamente uno de presencias significativas, por lo que sus aportes dejaron en los minutos que estuvo sobre el verde césped. Valdría decir que es un hito de presencias absolutas: porque Messi entra pero no sale de la cancha. Por eso el suyo también es un hito de minutos, una loa a la continuidad del mejor fútbol mundial, de ese que no solo es maravilloso sino que es eterno y se despliega en toda su dimensión de pitazo a pitazo, mientras todo lo demás en el mundo se detiene.

El récord de Messi está poblado de su ADN mágico, ese que por su magia parte del fútbol no supo descifrar a tiempo y le cayeron críticas ciegas y sordas de su lirismo. Una huella genética que el rosarino tuvo desde el primer momento en que se calzó la celeste y blanca. Al cumplirse 15 años del título mundial sub-20 que el 10 argentino lideró con apenas 17 años, Francisco 'Pancho' Ferraro le reveló a Página/12 un inolvidable diálogo con aquel pequeño Messi que, ya por entonces, vivía su vínculo con la Selección con la misma intensidad con que lo vive hoy. El DT lo había sacado a los 80 minutos del 1 a 0 ante Alemania -por la fase de grupos-, luego de que expulsaran a Juan Manuel 'Chaco' Torres, y el rosarino no salió para nada contento. Después, a la noche, lo llamó a Ferraro y le pidió perdón, no sin dejar de explicarle sus razones, cuando el técnico le preguntó por qué lo había hecho. "Porque yo quiero jugar siempre", le dijo.

Pero el rosarino no solo escribirá una página más en la historia del fútbol mundial por haber superado a Lothar Matthäus, ni siquiera solamente por haberse consagrado campeón del mundo. También quedará en la selecta y eterna memoria popular por haber jugado su mejor cita mundialista, aquella en la que sembró las mayores alegrías de un pueblo que sufre por el fútbol y añora siempre un héroe que lo salve. Allí lo tuvo a Messi. Los números, entonces, quedan a un costado. ¿Cómo se mide la felicidad de un pase filtrado, de una triple gambeta que termina en una asistencia maravillosa, del gol que abre un partido cerrado con cerrojo o del doble grito de gol en una final? El fútbol se ha convertido últimamente en el reino de las estadísticas, pero no hay que olvidar que también (y sobre todo en nuestro país) es todo aquello que no se puede medir.

¿El último show?

Valga una última curiosidad: todo empezó hace 16 años y 6 meses, justamente un 16/6, cuando Leo saltó al campo alemán en reemplazo de Maxi Rodríguez para debutar en un Mundial de mayores. En ese estreno en 2006, de apenas 15 minutos en la goleada por 6 a 0 ante Serbia y Montenegro, la camiseta argentina no le pesó en el cuerpo: ese día sumó a su récord personal su primer gol y su primera asistencia. De aquel día a este domingo inolvidable, si hay alguna tristeza que se atreve a asomar será por ese límite que la edad juega a ponerle a tanta alegría, desparpajo y amor por una camiseta. En su último show mundialista -él dice hoy, pero el tiempo dirá mañana-, Lionel Messi se despidió sin dejar cuentas pendientes con el fútbol. Y lo mejor, lo saben quienes siempre fueron felices gracias a él, es que nunca las tuvo.