Desde Doha

La cima del fútbol le tenía preparada otra recepción a la Selección Argentina después de 36 años, con la gloria alcanzada en la exótica Qatar. La tercera Copa del Mundo para el país llegó después de superar al defensor del título, Francia, en otra definición histórica.

El trofeo más deseado se suma a los de 1978 y 1986, y Argentina se posiciona más cerca de Brasil (cinco), Alemania e Italia (ambos con cuatro), en el grupo de los máximos galardonados.

La espera llegó a su fin con una generación que también logró el título de América el año pasado en Brasil, en otra final que quedará en el recuerdo, y que cuenta con un líder (Lionel Messi) que se ubica junto a Diego Maradona y Alfredo Di Stéfano en el podio eterno.

El delirio en esta ciudad fue total. Los argentinos que llegaron hasta aquí se convirtieron en animadores absolutos durante todo el torneo, y coronaron su estadía con un festejo que no tuvo final.

Lo que ocurrió en el estadio Lusail fue emocionante. La gente permaneció en su lugar mientras los jugadores acompañaban sus cantos desde el campo de juego, y se empezaron a alejar cerca de la medianoche, tres horas después de la consagración.

La premiación, los fuegos artificiales, el llanto y la descarga emocional se fueron mezclando entre los hinchas y los jugadores. Los que también aportaban a la escenografía eran los familiares de los futbolistas, que ingresaron al terreno en medio de las lágrimas.

La música, las luces, las banderas, los bombos y todo lo que estaba al alcance para poder festejar, se mezclaron durante un largo rato adentro y afuera. Los argentinos no querían dejar de vivir una sensación inigualable luego de tantos años.

Los nombres de Kempes, Bertoni, Fillol, Giusti, Batista, Pumpido, Burruchaga le dan la bienvenida a De Paul, Acuña, Tagliafico, Alvarez, Paredes, Di María y muchos más, para encadenar una secuencia que no tiene destino definido.

El momento transcurrido aquí quedará marcado para engrandecer aún más al fútbol argentino, que a pesar de que aportó un solo jugador al seleccionado actual, parece seguir generando expresiones de esta magnitud.

La dificultad que significa ganar un Mundial lo pueden explicar todos los que lo intentaron y no pudieron conseguirlo. Por ese motivo, el valor que tiene esta nueva Copa es incalculable, y esa euforia que tuvieron los protagonistas hizo que no quisieran marcharse del campo de juego.

Ellos pretendían permanecer ahí para tratar de entender lo que habían hecho unos minutos antes. El encuentro decisivo tuvo de todo, y los fantasmas de aquellas finales perdidas volvió a sobrevolar sobre Doha. Sin embargo, la respuesta anímica fue positiva en los momentos adversos para que el desenlace fuera diferente.

Los pocos que quedaban del equipo que no pudo en el 2014 en el estadio Maracaná tuvieron su desquite personal, y el festejo de ellos fue más particular todavía.

La vuelta olímpica apareció bien tarde, con el último esfuerzo que les quedaba a los futbolistas. Los que se sumaron a ellos fueron sus familiares, y en las tribunas las camisetas argentinas permanecían congeladas.

La mirada al cielo no faltó cuando apareció el “Marado…Marado” de los fieles, que se encargaron de recordarlo siempre. Principalmente, con ese hit famoso del grupo La Mosca, donde se lo menciona como símbolo espiritual de todo lo que cruce al seleccionado argentino.

La noche imaginada por él llegó en diciembre de 2022, un mes anormal para los mundiales. Maradona, junto a Messi, dos seres que tienen poco de normal, brindaron juntos en el imaginario para otro estruendo grande.

El torneo se empieza a extrañar y genera nostalgia de manera automática. Ese pequeño dolor, seguramente, se irá alejando por la confirmación de que el ganador volvió a Sudamérica luego de 20 años, después de Brasil en 2002.  

La Copa viaja para Argentina por tercera vez, y la reseña será defendida dentro de cuatro años en América del Norte. El delirio durará todo ese tiempo.