"Tendría que haber traído el carnet". Con esa frase y una sonrisa de asombro, Lionel Scaloni respondió una de las primeras requisitorias periodísticas como entrenador de Argentina, cuando era un "joven inexperto" o "un pasante" asumiendo su primer trabajo con técnico profesional. Pero en poco más de cuatro años, se podría decir que terminó la pasantía, se recibió con honores y completó un doctorado con las mayores calificaciones posible para meterse en la historia grande del fútbol argentino: es el primer DT que logró los títulos de la Copa América y del Mundial, cortando además sendas rachas sin títulos de 28 y 36 años, respectivamente. 

Si desde los números la trayectoria de Scaloni es irreprochable, desde el juego y el recorrido es aún mejor. Cuando asumió de manera interina allá por 2018, nadie quería ese fierro caliente. El Mundial de Rusia, además de un fiasco desde el resultado, había dejado tierra arrasada: sin identidad, no se vislumbraba recambio, no se contaba con jugadores de proyección para reemplazar a las estrellas desgastadas que comenzaban a despedirse y la lógica marcaba que Messi iba a llegar a Qatar con 35 años, más cerca del retiro que de ser un jugador determinante. 

Sin embargo, jugándose el puesto partido a partido, Scaloni comenzó a construir. Apostó por jugadores que hoy son indiscutidos y los llevó a otra dimensión. Así aparecieron primero los De Paul o Paredes; luego fue el turno de los Cuti Romero, Molina o Dibu Martínez; y finalmente sumó otras piezas indispensables como Julián Álvarez, Enzo Fernández y Mac Allister. En mayor o menor medida, el ojo de Scaloni se posó en jugadores terrenales que explotaron en su mejor versión bajo su mandato, muchos de ellos rindiendo incluso más que en sus propios clubes.

A la par de esos aportes, armó el escenario ideal para recuperar al mejor Messi. Lo mimó, lo rodeó de la mejor manera posible y le conformó un grupo en el que todos estaban dispuestos a inmolarse por ese líder que los podía llevar a la gloria. Y además, completó el escenario con dos regresos vitales, en principio Otamendi y luego Di María, quien primero lo desafió con las palabras y luego lo convenció con su juego. Con su estilo conciliador, Scaloni sumó otras dos piezas que serían fundamentales.

Con un buen grupo y con condiciones para que lucieran sus estrellas, a Scaloni le alcanzó para ganar la Copa América. Sin embargo, el desafío del Mundial presentaba otros obstáculos y ahí emergió el Scaloni estratega: no dudó en mover piezas inamovibles después del cimbronazo ante Arabia Saudita. Sin importar los nombres propios, priorizó al equipo por sobre las individualidades, por más dolorosas que pudieran ser esas decisiones. Pensó cada partido pensando en el rival de turno, pero sin renunciar a ideas preestablecidas. Por eso no dudó en cambiar alternativamente de esquemas de acuerdo a las necesidades. También supo sorprender, como al colocar a Di María como extremo izquierdo en la final cuando todos lo esperaban por la derecha. Y más allá de tener que definir dos partidos por penales, en los seis triunfos fue dominador y justo vencedor.  

Precisamente los penales también son un aspecto clave para el DT y ese "efecto mariposa" con el que se concibió la Scaloneta. Es probable que todo hubiese sido muy distinto si Jerónimo Pourtau, arquero de Estudiantes, no detenía dos penales en la definición ante Uruguay en las semfinales de aquel torneo juvenil en L'Acudia que lo llevó a la Mayor. O si el Dibu Martínez no paraba aquellos tres ante Colombia en la Copa América. Pero está claro que esos sustos sirvieron para forjar el temple del joven pasante inexperto que se doctoró en Qatar con todos los honores.