No debería haber llamado demasiado la atención si en cada puerta del Luna Park un señor llamado Morfeo hubiese ofrecido optar entre una píldora azul o una roja. En cambio, había empleados del estadio que repartían anteojos 3D una vez traspasados los molinetes, pero la sensación de entrar a la Matrix arrancó apenas comenzado el show de Kraftwerk, el miércoles por la noche. Lana y Lilly Wachowski pueden haber hecho la saga de tres películas sobre Neo y las máquinas dominando a la humanidad, pero los verdaderos visionarios de esa ilusión colectiva (o el único mundo real para millones de personas) fueron Ralf Hütter y Florian Schneider, que imaginaron el futuro cuando las hermanas cineastas iban al jardín de infantes y los Daft Punk ni siquiera eran un proyecto de sus respectivos padres. El futuro ya llegó, pero incluso se hizo pasado. Vaya sorpresa: fue justo como lo había predicho el cuarteto alemán, de cuyos miembros originales hoy sólo permanece el septuagenario Hütter.
El comienzo del show, con “Numbers”, fue para quienes eligieron la misma píldora que Neo: los números escapaban de la pantalla 3D, que volvía a atraparlos para convertirlos en parte del flujo de datos, mientras adelante en el escenario cuatro hieráticos señores alemanes manipulaban los aparatos ocultos en sus respectivos “escritorios”. Sí, éste es ese mundo que parecía utópico, frío y distante cuando Kraftwerk hablaba de “Computer World”. Décadas antes de Tinder y Happn, estos señores planteaban “data dates”, citas virtuales para tiempos ideales de “Computer Love”. ¿Y qué decir de los “hombres máquina”, a los que definían certeramente como “semi humanos” y a la vez “súper humanos”? Sólo basta con pensar en un marcapasos o en prótesis de titanio para adoptar “Man Machine” como verdad absoluta.
Si las máquinas ayudan al corazón, ¿cómo no van a haber adoptado su ritmo? Ese bombeo de sangre constituye el beat primitivo de Kraftwerk, que luego muta en diversos impulsos eléctricos (corpóreos, naturales o generados por una usina). Así, puede asumir la forma creciente del sonido del contador geiger ante la cercanía de vestigios nucleares (“Radioactivity”) como la respiración de un ciclista (“Aéro Dinamik”). También toma cuerpo de metal sobre metal en los rieles y las ruedas del “Trans-Europe Express” –metáfora ferroviaria de la reconexión de la Alemania de posguerra con sus vecinos continentales– o el tráfico de una “Autobahn”, con Mercedes Benz y Volkswagen en la animación de la pantalla. ¿Son esos autos moviéndose en varios sentidos el modo en que el humano imagina el flujo de datos en un cable o en el aire? Desde los 70, Kraftwerk plantó con música certezas en terrenos donde apenas unos pocos se hacían las preguntas correctas.
Pero si el futuro del que hablaba Kraftwerk ya pasó, ¿qué tiempo vive ahora la banda? Reconfigurada en su arsenal electrónico Kling Klang a través de las décadas, ofrece una recreación de su visión pionera en 3D, con un aprovechamiento de los recursos que a veces genera asombro y empatía (la geolocalización de Buenos Aires y el plato volador que aterriza en la puerta del Luna Park durante “Spacelab”), y en otras deja un poco pagando (el segmento dedicado a varias partes de Tour de France”). Recuerdos del futuro pasado, donde Fukushima se cuela como última prueba del justificado temor a lo nuclear (hola, Donald, ojo con ese botón), o donde “The Robots” ya están en más lugares de los que cualquiera tiene conciencia. “Estamos programados para hacer/ cualquier cosa que quieras que hagamos”, plantea una vez más Hütter, sabedor de que el tiempo le dio la razón. Y ahí está la ominosa frase en ruso: “Soy tu esclavo/ soy tu trabajador”. Sí, claro, eso creés si elegiste la píldora azul...
En medio, el coro de un Luna Park repleto en el hit “The Model” y la única oda nostálgica de Kraftwerk, “Neon Lights”. O sea, melancolía iluminada por luces de neón, en una canción que probablemente Hütter relacione con el tango –más tarde, su despedida del escenario fue una referencia a que en su ciudad natal se creó el bandoneón– y en la que los franceses Air parecen haber basado su carrera. Y también “Electric Café” y “Planet of Visions”, más cercanas en el tiempo, y ya sin las cualidades de anticipación ni la imaginación de los comienzos.
“La música ideas portará”, apareció en la pantalla durante “Techno Pop”, insertada entre “Boing Boom Tschak” y “Music Non Stop”, para un final demoledor del concierto. De eso se trata Kraftwerk, hoy como ayer: de reflexionar en sonido y (pocas) palabras sobre un mundo en el que, por ejemplo, su cuarta visita a Buenos Aires estuvo a punto de no concretarse por una ridícula prohibición de todo lo que se acercara a la música electrónica. Esta vez, las ideas encauzadas a través de los sonidos le ganaron a la multiplicación de los agentes Smith que vigilan la Matrix.