Hace una semana que vivimos en estado de éxtasis, como colgados de una nube, en modo orgullosos campeones del mundo y no podemos parar de hacernos preguntas, muchas de las cuales no tienen respuesta posible? ¿Es verdad todo esto? ¿ No fue una fantasía colectiva? ¿Cómo se procesa tanta felicidad futbolera? Y si es verdad que la vida es eso que pasa entre Mundial y Mundial, ¿no es injusto que el próximo campeonato se juegue dentro de tres años y no cuatro? Los franceses tuvieron cuatro años y medio para sentirse campeones entre Rusia y Qatar. ¿Por qué nosotros no? No nos choreen. 

Y a propósito de los franceses,  cuentan que si ellos juntan firmas para que el partido final se juegue de nuevo, nosotros juntaremos el doble para que se dejan de llorar. Y surge entonces la pregunta: ¿no es maravilloso el ingenio popular? Una de las preguntas recurrentes de estos días es ¿hay que ver de nuevo o no el partido final? Una teoría es la de verlo una y otra vez y disfrutarlo como la primera. La otra, con menos adherentes tal vez, entre los que se incluye por ahora este cronista, es no volver a ver nada y quedarse en la montaña rusa emocional que fue todo aquello, sin contaminarla con nada. A ver si en la repetición no termina desgarrándose el pobre Dibu Martínez en la atajada del final a Kolo Muani. 

De todas maneras no estaría mal revisar detalles de todo el torneo. Hay algunos goles, como el de Julián Álvarez contra Croacia que merecen ser repasados cuadro a cuadro y comparados en perspectiva histórica. ¿Es fantasía de uno que Di Stéfano solía hacer goles como ese? ¿Era Álvarez contra Croacia o era Kempes contra Holanda? ¿Es verdad o es fantasía que el que lo acompañaba en la corrida era Molina? ¿Qué hacía Molina de 11 si juega de 4? Y aquí es dónde surge el recuerdo de Tarantini en el Mundial del 78 que muchas veces aparecía en la diagonal opuesta como Molina y se lo veía muchas veces de 7 porque la idea que predicaba César Luis Menotti era la de “orden para defender y desorden para atacar”. ¿Habrán hablado alguna vez de este tema Lionel Scaloni y Menotti? 

Y seguimos preguntándonos: ¿Fue esta la mejor final de la historia? ¿Dónde queda la del 86? ¿Y la del 78? ¿Y Brasil-Italia del 70? ¿Qué sabemos de Alemania-Hungría en el 54? Se pueden ubicar todas en una misma línea, pero los vaivenes en el resultado y la tensión emocional extrema no terminan por ubicar a Argentina-Francia en el primer lugar del podio? Algunos goles argentinos en este Mundial fueron obras de arte. ¿Qué canal estaban viendo los especialistas de la FIFA cuando decidieron no poner el gol de Di María contra Francia como uno de los mejores del Mundial? Y lo mismo con el de Julián Álvarez después de que Messi se llevara a la rastra a Josko Gvardiol, el pibe croata de la máscara.

Nos preguntamos también si no es posible trazar estas paralelas. ¿Por qué después de un humillante 4 a 0 contra Holanda en el 74, en el 78 les ganamos muy bien la final? Y por qué cuatro años después de haber sido ampliamente superados por Francia en Rusia, más allá del resultado, les dimos semejante baile en Qatar? ¿Será que siempre estamos volviendo?

Entre todas las cosas que nos dejó el Mundial aparece la canción emblema con la música de La Mosca que disparará la pregunta del millón. Una de las primeras veces que la escuchamos fue en un subte de Doha. Era el partido contra Arabia Saudita y faltaban todavía unas horas para el comienzo. De pronto entraron en el vagón tres pibes y tres pibas jovencitas. Todos con camisetas argentinas. Una de las pibas, con pantaloncito corto y piernas de jugadora de fútbol llamaba la atención por los saltos que pegaba y cómo rebotaba en el piso mientas cantaba “En Argentina nací, tierra de Diego y Lionel…”. Después vimos todas y escuchamos todas las versiones posibles y el día de la final nos juntamos con otros periodistas a celebrar. El dueño del boliche ponía la canción, metía alguna música latina en el medio y otra vez la canción, una y otra vez. El boliche se llenó de argentinos e inmigrantes que durante unas tres horas no paramos de escuchar que “al Diego, en el cielo lo podemos ver”. En el regreso a Buenos Aires nos recibieron las nietas de siete años cantado de punta a punta eso de ” Muchachooooos”.

Y aquí viene la pregunta del millón que seguramente compartiremos con mucha gente que esté leyendo estas líneas: ¿Cuándo cuernos vamos a poder sacarnos de la cabeza esa canción con la que nos acostamos y despertamos?