En la novela Dublinesca (Seix Barral) de Enrique Vila-Matas me encontré con un término japonés que me llevó a una mínima investigación para saber de qué se trata. El término, quizás ya conocido por muchos de ustedes los lectores, es hikikomori, que se refiere a un tipo de comportamiento por el cual muchos adolescentes se recluyen en sus habitaciones de un modo pertinaz, sin salir de ella y refugiándose en la computadora o en los juegos en línea o en los celulares inteligentes.

En Japón por ciertas características culturales se presenta este fenómeno con una asiduidad alarmante que hace que se lo clasifique como un síndrome preocupante por lo difícil que resulta el retorno a la vida social y/o laboral en quienes caen en él.

Es interesante la relación que en la novela se establece entre la actitud hikikomori y la relación con la bebida, es decir con alcohol, con el alcoholismo más precisamente, porque el personaje que teme caer en ese aislamiento ha dejado la bebida hace unos años y pareciera que la fue sustituyendo por esa especie de adicción al ordenador, como llaman los españoles a la computadora. Según su esposa con la que mantiene una relación de amor y odio como es sabido y frecuente, también en otras relaciones, aunque ella no se lo diga abiertamente, él no ignora que ella quisiera decirle que “la ausencia de alcohol en su vida y el aislamiento cotidiano de catorce horas en el ordenador le han calmado y son sin duda una bendición, pero le están dejando cada día más autista. O por decirlo con mayor precisión, más hikikomori”. La situación del personaje es mucho más compleja, su relación al trabajo de editor, su desfalleciente editorial, sus sueños quizás de escritor, su imaginación de creer que Nueva York es su lugar en el mundo, es decir en el centro del mundo, su relación a sus padres a los que visita semanalmente para contarles sus viajes. Casi se podría decir que Vila-Matas construye un caso en torno a Samuel Riba, así es el nombre del susodicho.

“Le interesa a Riba desde hace días todo lo que gira en torno al tema de los hikikomori, que son autistas informáticos, jóvenes japoneses que para evitar la presión exterior reaccionan con un completo retraimiento social. (Libidinal diría Freud). De hecho la palabra hikikomori significa aislamiento. Se encierran en una habitación de la casa de sus padres durante períodos de tiempo prolongados, generalmente años. Sienten tristeza y apenas tienen amigos, y la gran mayoría duermen o se tumban a lo largo del día, y ven televisión o se concentran en el ordenador durante la noche. Le interesa mucho a Riba el tema porque desde que dejó la editorial y el alcohol, se está replegando en sí mismo y convirtiendo, en efecto, en un misántropo japonés, un hikikomori”.

Hay quienes relacionan el hikikomori a una especie de actitud recoleta propia de los ermitaños o eremitas que lo hacían por religión o por otros motivos como el apartamiento social, también llamados anacoretas, que viven en soledad, en retiro, en contemplación. Solitarios.

He tenido la oportunidad de trabajar con un jovencito de 11 años que según la madre se pasaba todo el día ante la computadora con los juegos en línea y no quería para nada ir a jugar a la calle, al fútbol o al básquet como quería la mamá. Difícil sacarlo de su silencio, promover una conversación aunque lo intentaba por distintos medios. También he escuchado a algún padre quejarse por el encierro del hijo nuevamente ante la computadora.

Es por eso que yo también me he interesado en el hikikomori porque creo que vivimos un mundo y una época que facilita ese aislamiento, ese repliegue, pero también me digo que la salida no es la vuelta a una supuesta actitud de exteriorización sino que se trataría de ayudar a encontrar una “salida” a partir de ese aislamiento autístico. El personaje de la novela de Vila-Matas está intentando salir, él mismo se sorprende cuando se levanta y se aparta del ordenador para mirar por la ventana la ciudad, como queriendo exteriorizarse por lo menos con la mirada hacia afuera. Luego va a salir. Está armando una salida a la dublinesca, va a viajar a Dublin buscando un camino, no para volver a beber como le dice la mujer cuando se entera que él quiere hacer ese viaje. Es una apuesta, un aserto que por allí es el camino, que se lo ha indicado un sueño, donde sueña hasta con un pub en una esquina de Dublin y se pregunta si ese pub existirá en la realidad. En el sueño está también la mujer que le sugiere ir a Cork y él asocia que ella tuvo hace mucho un novio de Cork. Coincidencias que lo van llevando a encontrar una salida a lo Joyce. Muy interesante. Para leer.

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