Agnes Gonxha Bojaxhiu estaba lejos de ser la abuelita de los cuentos para dormir, a pesar de que fue muy cuidadosa en la construcción de esa imagen de “viejita buena”. Fue una mujer de una personalidad fuerte y un espíritu combativo, de gran inteligencia y tenacidad, características que ejerció ferozmente y que le alcanzaron para resolver varias cuestiones de estado en varios estados, siempre con su causa como meta final: aliviar la pobreza.

Agnes había nacido en Skopje, Imperio Otomano, pero decidió en su segundo bautismo que su nombre seria Sor Teresa de Calcuta.

Mantendría para siempre dos manos. Con la izquierda, acariciaba suavemente a quienes protegía y amaba, y con la derecha creaba ademanes que acentuaban sus frases más duras: “Las personas son irracionales, inconsecuentes y egoístas. Ámalas de todos modos.”, dijo una vez en 1978 con la palma de la mano derecha hacia arriba, y uno se quedaba pensando en cómo esa mujer amaba a la humanidad pensando eso de la humanidad. Extrañamente, su esperanza dejaba ver en su sonrisa un gesto casi permanente, como un sedimento de amargura. Creía que para construir había que comprender y amar. En ese orden. En fin, allá ella.

La mayor impresión la tuve en una conferencia de prensa que dio en Roma, en 1991, era una charla amable, hasta que una pregunta desubicada la crispó. Sor Teresa de Calcuta descubrió que el periodista le quería hacer decir algo, vio una trampa en la pregunta, y con la palma de su mano derecha hacia delante, se puso de una seriedad grave, su gesto de ojos entrecerrados impuso un silencio de acero helado y les dijo a los periodistas “Usted…ustedes, deberían tener más cuidado con lo que escriben, (y su palma derecha se transformó en un dedo acusador) más responsabilidad con lo que dicen, porque la gente se transforma en lo que lee y sus palabras andan muy lejos de las cosas” .

Michel Foucault escribió mucho sobre el conflicto de las palabras y las cosas, pero yo descubrí que el mundo se complicaba cuando en 1986, sentados en un bar en Rio de Janeiro, Eduardo Galeano me dijo: “estamos siendo amaestrados para llamar a las cosas por el nombre que esas cosas no tienen”.

Difícil siempre que las palabras coincidan con las cosas. Hay que hacer un ejercicio de honestidad muy arduo para conseguirlo. Y hay que querer hacerlo.

Creo haber dicho antes que los noticieros me ponen de un humor cruel. Esto debido a la impotencia que me genera ver la estafa moral masiva a la que nos someten públicamente tres veces al día la mayoría de los canales de televisión. La mentira como ejercicio me parece de una crueldad miserable, despreciable y absolutamente comprensible en una raza que en los últimos cientos de años no presentó ninguna mejora. Me refiero a la raza humana, por supuesto. Pero no termina allí. También existen esas empresas privadas a las que la gente llama “redes sociales”, que se transformaron en una caja de palabras dichas para esconder las cosas. Muchas palabras. Pocas cosas. Casi ninguna firma. Y podría acabar allí. Pero no. La perversa modalidad de las informatrices de los noticieros es citar cosas de “las redes” como la vox populi. Citarlas como información. Que son puestas en la pantalla como investigación para que nosotros, idiotas receptores, nos informemos de cómo nos vamos a morir todos agonizando en la misma lama de mierda que nos proponen.

No es difícil ver que primero inventan la “noticia” que quieren, luego la ponen en las redes donde nos atrapan como a peces bobos y después la bajan al noticiero. Es tan sencillo que espanta ver como la máquina de mentir usa cada día más herramientas tecnológicas para contarnos la visión que los irracionales, inconsecuentes y egoístas, necesitan que tengamos. A diferencia de Sor Teresa, usan las dos manos para destrozarlo todo.

A los que durante tantos años fueron incapaces de construir nada, no les importa cansarnos, amargarnos la vida. Y se divierten. Es más, trabajan para eso. Para, con palabras, alejarnos de las cosas. Pero las cosas existen. Pero para que de verdad existan hay que ponerlas en palabras.

Acabamos de ver sin estupor (lo que ya en sí mismo es muy grave) el intento de golpe de estado en Brasil. Y que gracias al exceso de palabras divorciadas de las cosas, oímos sin sorpresa una frase repetida en ráfagas: “y, bueno, era comprensible…”. Nadie le puso real atención cuando Caetano Veloso, dijo en Rio de Janeiro en el año 1996, en el programa Roda Vida: “Hay algo muy sospechoso y terrible, de verdad hay un deseo de una derecha truculenta en Brasil, que se manifiesta en varios lugares, ¡truculenta! fingiendo ser liberal que es brutal, ¡brutal! Que nos amenaza cotidianamente” No importó que lo dijera serio, en voz alta y levantando el dedo admonitorio.

Los grandes medios siguieron creando una serie de sentidos comunes trágicos en el cotidiano. Lo suficientemente cotidiano como para que deje de ser trágico: el bloqueo a Venezuela, (con la misma matriz que el de Cuba) el golpe en Bolivia, la pistola en la cabeza de Cristina Kirchner, hoy mismo el golpe y la masacre en Perú, y antes hacia atrás, Correa, Zelaya. Todos intentando una fantasía que nos viene costando carísimo: El pacto democrático con la derecha. Es una línea de corriente trifásica donde intentamos enchufar la plancha Siam con el previsible resultado de que todo vuele por el aire. Y nosotros con la mano pegada en el cable, también.

Esta fantasía no hace más que seguir la moda de las series en capítulos, que a veces tiene secuelas y, cuando se piensa que aquella primera que vimos hace años, ya es vieja, te ponen en el aire la precuela y para sorpresa general todo recomienza desde el principio, por ejemplo, golpes clásicos y asesinatos a presidentes. O vices. Pero esas son elucubraciones de conspiranoicos. Ya no pasa. Ni eso ni las hordas de brutos entrándose a los palacios de gobierno a destruirlo todo como marabuntas. Eso pasaba en Rumania en el ´89, hace añares y además Rumania queda re-lejos!.

A quien se le ocurriría semejantes barbaridades en pleno siglo veintiuno de nuestra civilización occidental y cristiana, por favor…nosotros somos distintos.

Ahora bien, en el nuevo escenario reconfigurado por la proscripción a Cristina Kirchner las palabras vienen ganando una vez más la partida. Así está el país, y la provincia de Buenos Aires no es la excepción. Cualquiera que quiera saltar por sobre los titulares y las martingalas periodísticas puede ver el trabajo que el gobernador Kicillof viene haciendo en la provincia desde que ganó por los votos el derecho a construir desde las ruinas haciendo cosa por cosa, lo cual está muy bien si no fuera porque con el nuevo orden político quedó y quedará en medio de un fuego, cruzado de palabras. O mejor dicho, en medio de un fuego cruzado. De palabras.

A los chinos se les atribuyen varias frases, una de ellas dice que el clavo que sobresale es el que se lleva el martillazo. Y ojalá se entienda la metáfora, porque el martillazo no será solo uno.

Con la perversidad sin inocencia que caracteriza a la oposición, tienen la facilidad de su lado. Es más sencillo armar cinco palabras para una consigna, que hacer funcionar cinco hospitales para la gente. Es infinitamente más fácil, juntar cien letras para destrozar algo, que construir cien nuevas escuelas. Lo primero es armar palabras, lo segundo es echar a andar las cosas.

Quedar expuesto por una buena gestión deviene en felicitaciones y opacamientos. Entre lo que será tapa y lo que será tapado por la libertad de empresa.

Habrá que poner mucha atención para saltarse los titulares y las martingalas de los que con palabras intentan alejarnos de las cosas, porque sí, es cierto: la gente se transforma en lo que lee.