Pito

Con su pito, en cambio, las cosas están claras: cuando él está en extremo preocupado o angustiado, su pito se lo termina de hacer saber, fallando donde debería funcionar. De hecho, no siempre es necesario que su pito falle para saber que algo anda mal: él puede anticiparse. Es porque algo anda mal que él sabe que su pito no funcionará.

Con todo, este conocimiento (o este saber) no es de toda la vida sino que data de su derrumbe emocional, al promediar los veinte años. Fue entonces, cuando su padre se separó de su madre, que él y su pito se vinieron abajo. Ya un tiempo antes había dado muestras de incapacidad, cuando él se separó de Efe, su primera novia: si él conocía a una chica nueva (para esto se había separado, para lanzarse a la aventura) su pito vacilaba o directamente era reacio. En cambio cuando a la sazón él se reencontraba con Efe, su pito no vacilaba, se volvía de inmediato fuente de placer. ¿Por qué si ya conocía el amor, y era un amor sólido como sus erecciones con Efe, parecía decirle su pito, él se empeñaba en buscar otro amor? Él era capaz de entender este reclamo tanto como si saliera de él mismo.

Y bien, algunos años después, en perfecta sintonía con lo anterior pero esta vez como señal de un derrumbe completo, su sexualidad terminaría de volvérsele esquiva: copiando a su padre, él también se separa de Be, la novia de entonces, aunque con resultados opuestos: ahí adonde su padre puede, él no. Él quería volver a la aventura, lo mismo que hacía su padre, pero en su lugar, le tocaba la suerte de su mamá: deprimido y expulsado de la vida social, encerrado entre cuatro paredes, corre la misma suerte que su pito: ni uno ni el otro dan señales de vida.

Pero ese confinamiento corresponde más bien a su pito, que durante meses no sale, no ya de adentro de los pantalones, sino de la capucha que lo recubre. Él, en cambio, se niega a aceptarlo en un principio: insiste en salir y probar suerte con mujeres, lo que significa que insiste en no poder.

Así se inaugura un tiempo oscuro: él y su pito caminan las calles nocturnas de la ciudad, bebiendo en exceso (su pito sí sirve para mear, lo que hacen en cualquier parte) y buscando mujeres a despecho de los resultados: si por casualidad alguien responde a su desesperación y él y la chica de turno 30 llegan a desnudarse, su pito se niega a salir; incluso se mete más adentro de su escondite.

En casos como estos, tristes y frustrantes, él no lo reprende; mucho menos lo acusa, librándose de toda responsabilidad ante la chica (lo que significaría jugarle sucio a su pito). Al contrario, luego de un breve lamento, lo pone a salvo, cubriéndolo otra vez con la ropa, disculpándose en nombre de ambos y llevándolo a casa. Una vez allí, se asegura de que su pito se haya repuesto de la humillación, y recién entonces se dispone él también a dormir, aunque con la luz prendida. La noche siguiente, sin embargo, todo vuelve a empezar.

De ahora en adelante, él siempre vivirá en pasillos, pero a esta altura una cucaracha lo acompaña desde la entrada de su casa todo el trayecto hasta la puerta de calle. Hay noches, incluso, en que la cucaracha sale con él y lo sigue hasta la esquina. En estos casos, son tres en la ciudad: él, su pito y la cucaracha. Los pasillos, esos edificios tumbados donde los desagües irrigan sus cucarachas.

¿Qué estación es esta de la que él, cuando en el futuro escriba sobre ella, recordará solo las noches? Se le ocurre que es invierno, por el predominio de la oscuridad o, en todo caso, por cómo se proyecta la luz del alumbrado público sobre cada imagen que él conserva (y de entre las cuales se destaca la siguiente: cada vez que llega al final de una cuadra, capturado como queda por los faroles de una y otra esquina, su sombra se cuadruplica).

Pero más que nada se le ocurre que es invierno por lo que implica el planteo del parágrafo anterior aunque visto desde el otro lado: la ausencia de luz. Una cosa sumada a la otra (aunque en realidad son la misma, vistas en negativo) explicaría la falta de calor, el frío, lo que mete su pito más adentro todavía.

Por fin, enterado de su imposibilidad, él renuncia a toda estrategia de seducción y da por terminada hasta nuevo aviso su relación con las mujeres (lo asustan o le da miedo su propio miedo frente a ellas). Durante un tiempo, él y su pito son simplemente vagabundos sobrios, con la luna como único testigo. Aunque es un temor que se repetirá más tarde, nunca más volverá a hacerse presente con tanta fuerza: anulado, sin deseo que alcance siquiera para salir a fracasar, este es el momento en que él más teme a la locura y a la pobreza. Es el momento en que teme pasar de vagabundo a croto.

Por lo que dura esta nueva deriva de a dos, él simplemente está a su lado, pegado al pito y en silencio. Se disculpa sin hablar por las exigencias y las humillaciones: si durante un tiempo forzó una recuperación repentina, fue porque pensó que el único modo de pasar a lo siguiente sería en movimiento.

Rendido ante la evidencia, él sigue el ejemplo de su pito: se detiene. Es un tiempo de retiro o, en todo caso, de penitencia en la casa fría que habita durante toda esta época y que comparte a los saltos con un desconocido. Sale nada más que a comprar pan, se alimenta exclusivamente de huevos y arroz. Pasa sus días bajo una luz lóbrega, como filtrada a través del fondo de un vaso. Es una luz lóbrega pero es una luz.

De manera increíble, sobreviven. El invierno parece llegar al final. Tanto él como su pito salen a tientas cada uno de su casa, con movimientos torpes, un poco enceguecidos por el exterior. Pasa el tiempo, conocen a la que será su mujer.

Actualmente atraviesa lo que él llamaría el período solar de su pito. Luego de tener hijas y de años de matrimonio, no hay nada que le niegue su potencia. Al contrario: su pito insiste, se hace presente a cada momento, busca. Le gustaría decir que su pito de hoy iguala en fortaleza a su pito joven: al fin y al cabo la juventud es la época de la plenitud sexual y él quisiera decir que ejerció como corresponde esa plenitud. Pero lo cierto es que, preocupado como estaba por mantenerse a flote, él ni de lejos experimentó en su juventud este empuje, este frenesí que hoy lo embarga. Todavía más: tal como están las cosas hoy, en constante efervescencia, él se animaría a decir que el pito es la única parte de su cuerpo con condiciones miméticas: cuando entra en acción, al coger, es el cuerpo entero el que lo hace (aunque sobre todo su pito participe del hecho).

(A todo esto: ¿está escuchando lo que él mismo dice? Si su culo le pide una rutina y su pito se alegra en la constancia, ¿no sería la fuerza que lo habita, originaria y genuina como la sospecha, una fuerza al fin y al cabo conservadora? Quizá así sea, lo que vendría a constatarse en su trabajo: en ningún otro lado como en la escritura se vive en la ausencia de toda voluntad de compensación. Esto es a tal punto así que escribir podría representar, al cabo de una vida dedicada a ello, un sacrificio vano, es decir, puro. Cambiar de vida (el incordio de cambiar de vida) supone pedirle a la vida algo más, lo que significa: pedirle a la vida una compensación, que la vida me pague por lo que valgo. Y esto es algo que él, en su vanidad, podría llegar a pensar, lo que no significa que su cuerpo fuera a estar de acuerdo).


*Nació en la ciudad de Santa Fe en 1981. Publicó libros de poemas, cuentos, novelas y ensayos, y coordinó las ediciones críticas de Trabajo nocturno. Poemas completos de Juan Manuel Inchauspe (2010) y El junco y la corriente de Juan L. Ortiz (2013). Con la novela La preparación de la aventura amorosa (2021) comenzó la publicación de la serie «De ahora en adelante», que continuó en 2022 con La leyenda del muñeco de nieve y, ahora, con El cuerpo de un escritor, cuyo fragmento se reproduce aquí.

El libro puede descargarse gratis en este link: https://www.bulkeditores.com/francisco-bitar-el-cuerpo