Mientras estaba en su tercer año de formación como sacerdote, Lucas Leal comenzó a cuestionar su sexualidad. Sabía que era un hombre gay, pero no se atrevía a aceptarlo. En el 2000, a los 18 años, había viajado desde Tucumán, la provincia de donde es originario, a una congregación en Buenos Aires.

Leal estaba en su fase de noviciado y, de más está decir que no solo no se atrevía salir del clóset por el binomio fe-sexualidad, sino porque por detrás también estaba toda una estructura social. Venía de una familia tradicional, había participado en actividades religiosas en su parroquia durante su infancia y adolescencia, y hasta había tenido dos novias. Además, para entonces, en la Argentina referente en derechos para las disidencias sexuales ni siquiera estaban aprobados el matrimonio igualitario ni la Ley de Identidad de Género. No se hablaba del tema.

“Yo no podía decir totalmente — o decirme — ‘sí, me gusta otro chico’. El peso cultural, el peso familiar y, además, el peso religioso que tenía en relación a eso era muy fuerte”, cuenta Leal a Soy. Llegó a pensar que lo que vivía era un “inmadurez afectiva” o un vacío que transitaba a raíz del celibato.

A los 26 años inició terapia y, de a poco, comenzó a aceptar que sentía atracción por los hombres. A diferencia de otras historias que luego Leal indagó, él sí se sintió acompañado en su congregación durante su proceso. Dos años después, y luego de haberse enamorado en secreto de varios hombres, salió del clóset y dejó el seminario mientras le apostaba a una relación con otro religioso con el que se escribían a través de mensajes de texto y al que veía en sus vacaciones.


Se pusieron de novios, pero la relación se truncó porque, luego de haber planeado una vida juntos que incluía historias románticas de viajes y una mudanza al sur de Argentina, el otro no pudo sobrellevar el peso de ser gay en su entorno familiar y social. Leal ya estaba afuera del clóset y, para él, no había vuelta atrás.

Ahora tiene 44 años, es vicedirector de un colegio católico en la ciudad de Córdoba, desde 2011 está en relación con otro hombre y es el autor de Creyentes y diverses (Del Cerro, 2025), un libro que recopila testimonios de personas LGBTIQ+ creyentes que, igual que él, decidieron salir del clóset ante la iglesia católica y siguen desafiándola para disfrutar plenamente su fe y su sexualidad disidente. Este libro fue escrito en paralelo a su tesis para doctorarse de Estudios Sociales de América Latina, en la Universidad Nacional de Córdoba.

El libro

Para su tesis, Leal entrevistó, entre 2013 y 2016, a cinco hombres gays, cuyas edades rondaban 30 y 40, y que participaban en actividades pastorales en la iglesia católica en Córdoba. Al mismo tiempo, entabló contacto con personas de la diversidad sexual de diferentes partes de Argentina que en algún momento salieron del clóset dentro de sus comunidades religiosas.

“No todos en ese momento vivían abiertamente su sexualidad. De hecho, la mayoría de los que son entrevistados no. Por eso es muy fuerte el capítulo de la tesis de la cuestión del armario: la visibilidad, la invisibilidad. La mayoría mantiene armarios más bien cerrados, la apertura del armario es como más por fuera de ámbitos eclesiales. Ahora hay una transformación en relación a eso, que sería para mí otra cosa para investigar y también en otra franja etaria”, opina Leal, haciendo referencia a los avances sociales en Argentina y también a la apertura que mostró el papa Francisco hacia los homosexuales dentro de la iglesia católica.


Si bien Francisco no significó un cambio de fondo en la comprensión de la homosexualidad en el catolicismo, lo cual para Leal sería la mayor transformación dentro de la iglesia, que el Papa haya dicho que las parejas homoparentales tienen derecho a ser reconocidas como familias, marcó un antes y un después. Y, en ese sentido, Leal señala que Francisco nombró a obispos que siguen la línea de su discurso y que difícilmente pueden dar marcha atrás a la apertura que él mostró hacia la diversidad sexual.

De los contactos que Leal logró con personas LGBTIQ+ católicas de otras provincias argentinas surgieron 10 relatos contados en primera persona en Creyentes y diverses: hombres gays, mujeres lesbianas, masculinidades y feminidades trans que entregaron años de infancia y adolescencia a una iglesia a la que más tarde tuvieron que enfrentar para salir del clóset. Algunas de esas experiencias implicaron el rechazo familiar o la expulsión de las comunidades religiosas.

Este último es el caso de Diego Ariel Donnet Álvarez, el primer testimonio del libro. Donnet Álvarez es un formoseño que, en 1999, viajó hasta Chaco para ingresar a un seminario en el que fue expulsado antes de defender su tesis, por sincerar su orientación sexual con sus superiores en un taller de sacerdocio y celibato.

Dentro de la congregación lo enviaron a terapia psicológica y el terapeuta remitió los informes de las sesiones a los religiosos, con los cuales finalmente en la congregación le dijeron a Donnet Álvarez que no estaban seguros de que en el futuro abusara de menores por ser un hombre gay o que estaba “comprobado” que los hombres gays tienen más libido que los heterosexuales, y que por esa razón no iba a poder controlar sus deseos sexuales. Eso fue en 2002.

Con su madre ya fallecida y después de su expulsión en el seminario, Donnet Álvarez viajó a Buenos Aires, donde comenzó a reconstruir su vida y estudió profesorado. Actualmente tiene 42, es docente en un colegio católico y volvió a formar parte de una congregación religiosa donde dice que no lo juzgan por su orientación sexual.

“Tantos años más tarde de aquellos sucesos que me partieron en pedazos simplemente miro hacia atrás y entiendo que nada de lo que soy, y de lo cual me siento orgulloso, nada de lo que hice por mí y por otrxs, nada de lo que haré, tendría el calor y el amor que doy ahora si no hubiese tenido que salir a caminar descalzo, roto y a la intemperie mientras aprendía a vivir de nuevo”, escribe este autor.

Acompañar ante el odio

Creyentes y diverses, además de ser un reflejo del peso de la religión en las sexualidades diversas en un país católico como Argentina, muestra cómo a pesar del odio — hoy también propiciado desde el Gobierno nacional —, hay referentes y comunidades religiosas inclusivos. Es el caso de la carmelita Mónica Astorga Cremona, conocida como la monja de las trans, por haber acogido en Neuquén a personas travestis y trans, y haberlas apoyado en el mundo laboral; o el Padre Juan, quien trabaja acompañando a personas en situación de vulnerabilidad, como mujeres trans, en el conurbano bonaerense.

Leal también destaca el caso de la Pastoral Guadalupe, en la provincia de Mendoza, donde dan acompañamiento a personas en situación de calle, incluidas mujeres trans, en temas psicológicos, judiciales y de salud. Mientras que, entre los testimonios que recopiló, hay autoras como María Gracia Lasivitas que cuenta su experiencia y la de su pareja Flor dentro de El Centurión, una comunidad conformada por creyentes LGBTIQ+. Al igual que Francisco, un chico trans, quien por un amigo conoció a esta comunidad.

En el último capítulo del libro, Leal retoma un apartado de su tesis en el que, basado en los testimonios de los gays que entrevistó en Córdoba, habla de peticiones hacia la iglesia católica: la participación plena de las personas LGBTIQ+ en los espacios eclesiales, la visibilización de estas personas dentro de la iglesia, el acompañamiento idóneo para ellas dentro de la iglesia. A su vez, estas voces exigen una coherencia entre la vida y testimonio de los líderes religiosos y una nueva comprensión de la diversidad sexual desde una antropología teológica.

Lo que necesitamos hoy es contar nosotros, las personas LGBTIQ+ que nos consideramos creyentes, que somos creyentes. Hasta ahora la iglesia habló de nosotros como si fuésemos agentes externos a la iglesia. Cambiar la narrativa supone empezar a hacer esa teología en primera persona o esas narraciones en primera persona y contar cómo vivimos nuestra sexualidad y cómo resignificamos eso que parece dicotómico o apareció durante mucho tiempo como antagónico: la fe y la sexualidad”, concluye Leal.