Para Maruki Nowacki, que nació en Quilmes en 1981, todo es fácil, evanescente y ambiguo. Todo se hace con las manos y todo queda inconcluso. Esas son las reglas del arte. El universo alberga los materiales más variados y extraños, menos uno: la certidumbre, la nitidez, la fijación del sentido. Nowacki pasó sus buenos años estudiando diseño gráfico y trabajando con indumentaria y joyería; recién el año pasado hizo su primera muestra individual, La música es una trampa, en Agatha Costure, en una esquina de Villa Crespo. A pocas cuadras, cruzando Juan B. Justo, inauguró a principios de este mes 

La muestra, curada por Alejo Ponce de León, se abre como acertijo. Algo del título parece estar presente en los objetos y situaciones: una transformación, un cambio de estado como convertirse en varón. La artista se rapó en sueños, pero lo que cayó al suelo de la galería no fue su pelo castaño sino polvo blanco en grandes cantidades, parecido a la cal que las fuerzas de seguridad utilizan como símil cocaína para quemarla y fotografiarla en sus operativos. También quedó un maniquí transparente colgado del techo y un objeto que podría ser un mapa o un trabajo escolar para la clase de ciencia en un mundo con otras leyes físicas. Es una superficie que se ondula, también colgada del techo, y forma un pliegue, como la página de un libro al momento de correrla con el dedo o como una mermelada espesa al empujarla con el cuchillo. Y entre las dos caras del pliegue sale una mano: un brazo entero que va de un lado al otro.

El curador dice que la muestra es “lo contrario de una instalación”, tal vez porque no tiene nada afuera: la exhibición no refleja, discute ni lamenta ningún espacio exterior. Las instalaciones necesitan algo externo a ellas mismas, un jardín de realidad del que traer flores. Algo que no esté en la galería para llevarlo a la galería. Es así al menos desde Kurt Schwitters. En Soñé que me rapaba... más bien hay estados superpuestos y contradictorios de la información, que caen libremente en su ambigüedad. No hay vinculación de los objetos con el exterior, pero porque no hay nada lo suficientemente fijo tampoco. A la pieza central de la muestra la rodean dos líneas en el suelo hechas con tela de colores, naranja y violeta, que le forman un perímetro irregular. Aunque en verdad es una sola línea que forma un bucle y cambia de color, como una banda elástica plegada sobre sí misma. Y entre las dos iteraciones de la misma línea se insinúan unas partículas doradas. A dos puertas que llevan a la cocina y el baño, Nowacki las pintó también de naranja y violeta. (La gracia es que al abrir cualquiera de ellas se llega al mismo espacio de un metro cuadrado con otras dos puertas.) Una placa de acrílico en el piso tiene la leyenda detallada del mapa: lo violeta y lo naranja representan lo real y lo irreal, y lo absurdo (el dorado) que los conecta a ambos.

Todos los materiales de Nowacki son acrílicos, gomas, géneros. Con ellos Nowacki realizó un vestido, colgado del maniquí transparente que cuelga del techo. Es un maniquí sin cuerpo, apenas una columna vertebral incolora. La cinta ondulada, también colgada con tanza, de un material parecido al de una colchoneta para yoga, tiene una mano calada y otra, un brazo entero, que la atraviesa. Por todos lados hay polvo, líneas, tornasolados y superficies que se transforman.

Internet es el pasado inmediato

Hace unos años internet se comió al arte. Se lo tragó y vomitó un conjunto de imágenes errabundas, extraídas con buscador, manipuladas con Photoshop, luego impresas, ploteadas, pegoteadas en parantes y cortadas a impresora 3D, en el espacio de exhibición. En coincidencia fortuita con la crisis de 2008, el artista promedio de cualquier país occidental se reconoció como un trabajador inmaterial, un manipulador de formas susceptibles de ser reproducidas en toda superficie. Internet produjo fiebre, sospechas y arte barato: no un arte a ser hecho con las propias manos sino impreso en la tienda gráfica de la esquina. El arte postinternet, al que con diversa suerte se lo comparó con el cubismo y el dadaísmo, ya no era la subcultura académica del arte digital de los años 90, desarrollada en el ambiente enrarecido de las universidades, con campeones alrededor del mundo como Olia Lialina. Era algo mucho más popular, accesible, definitivamente conectado con el presente. Desde comienzos de esta década las principales publicaciones de arte contemporáneo se abocaron a rumiar el significante internet, y hasta los críticos de Artforum más entrados en edad tuvieron que hablar de memes.

Maruki Nowacki tiene algo de ese arte postinternet de hace casi diez años, y es el interés en la topología, las transformaciones y continuidades de las superficies. A la topología se la define como “el estudio de las propiedades y las relaciones espaciales entre figuras con independencia de su cambio de forma y tamaño”. Uno de los ejemplos típicos del objeto topológico es la cinta de Möbius. Y uno de los lugares más seguros para divisar las aplicaciones de esta rama de la matemática es ese típico plano irregular tornasolado, editado en Photoshop, .gif o render 3D, subido al perfil de Tumblr de un artista de treinta años que intenta comunicarse con el mundo a través de superficies que se hunden, se curvan y se pliegan, prismas que se refacetan, triángulos que engordan, etc. En el fondo se trata de funciones matemáticas no mucho más difíciles que las que se enseñan en la escuela secundaria. Programas como Photoshop hacen los cálculos para que los usuarios crean que están cambiando la forma de su objetos con el cursor, cuando en verdad la función subyacente se ocupa de las invariantes de la figura. Lo que vemos son efectos morfólogicos, dice el arte postinternet, de transformaciones topológicas. Algo parecido al tema de la cal quemada y la cocaína sin quemar.

La computadora y la máquina de coser

Pero para Maruki Nowacki es más concreto, más poroso, más elemental. La morfología nowackiana incluye una pecera donde se mojan imágenes impresas en tela, mucho polvo en el piso (que los gatos de la casona de Villa Crespo donde funciona la galería llevan y traen por todas partes), acrílicos de exhibición comercial, tela, hilo, etc. En la formación de Nowacki hay demasiado trabajo analógico y demasiada máquina de coser como para que el traje postinternet le calce cómodo.

Sus objetos por eso son como los .gifs de una civilización preinformática. Miran con sus ojos bizcos hacia dos tradiciones, con reservas en ambos casos. La primera es la que menciona el curador: la instalación hipersaturada, donde el objeto sufre una transformación (o no) al migrar de la realidad social al espacio de la exhibición. La otra es la del arte posinternet en su variante racionalista, donde el objeto no es más que el precipitado momentáneo de estructuras lógicas, gramaticales y algebraicas que lo exceden. (Un poco como ocurre con la naturaleza en la filosofía de Manuel de Landa, que la tribu postinternet global convirtió en mascota.)

Nowacki parece socavar los razonamientos de ambos campos, pero también enarbolar sus símbolos como banderas robadas. Al énfasis de la instalación en la realidad literal (ese mensaje inherente a cualquier instalación que dice “así es el mundo, vean: latas de Speed, enchufes, zanahorias que se pudren”) lo convierte en un juego laberíntico de ambigüedades. Al énfasis postinternet en la inexistencia lineal de la realidad y su intrínseca mutabilidad de efectos (todo lo que vemos, lo que olemos, lo que sentimos en verdad es resultado del trabajo de algoritmos, patrones, redes subyacentes, entidades milagrosas y bullangueras como los átomos, las puertas lógicas y las neuronas), Nowacki le consagra el trabajo de sus dos manos para dejar asentado el precedente, o la excepción, de que lo irreal y lo real pueden darse la mano y convertirse el uno en el otro, como en su cinta bicoloreada. En su visión artística la materia es demasiado maleable como para asumir un sentido fijo. Pero también es demasiado cercana como para difuminarse en una nube de efectos convertibles y exportables. La muestra simula la edición digital en el espacio físico y así gana distancia de ambos. Los algoritmos son manos con dedos y uñas. Los datos son polvo que vuela y entra por la nariz. Apenas hay que hacerle un rulo a las cosas para que sigan siendo lo que son, pero en otro camino: trabajar es soñar frente a la máquina de coser, transformarse sin alejarse un centímetro del propio lugar.

La muestra de Maruki Nowacki se puede ver en UV estudios, Humboldt 401, de  lunes a viernes de 16 a 21 hasta el 5 de agosto.