“Fuimos nosotros” era el titulo de una carta que publicó el jugador de rugby Tomás Hodgers a pocos días del asesinato de Fernando Baez Sosa en 2020. La carta se hizo viral por dos cosas: porque abría las compuertas del detrás de escena del rugby y porque un varón expresaba sus sentimientos.

El terrible crimen sucedido a la salida de un boliche en Villa Gesell a raíz de una pelea produjo indignación y un dolor inconmensurable, pero también tuvo algunos rasgos de oportunidad para discutir y pensar en torno a cómo se constituyen masculinidades que responden a mandatos atravesados por la clase, la raza y el género que enraízan prácticas, componen pactos y reproducen discursos que desencadenan en una violencia que puede terminar con la muerte de personas. ¿Cómo continuó ese debate sobre la masculinidad al momento del crimen y que resabios hay hoy durante el juicio, tres años más tarde? ¿Es posible que se hayan obturado las discusiones sobre cómo se llega a ser un varón que porte una masculinidad viril, racional y superior? ¿Por qué los varones no hablan de su cuerpo y sus sentires?

El mapa de la masculinidad

El último Mundial de fútbol puso en escena de manera reiterativa la emoción de los jugadores de fútbol y su llanto como una expresión aceptada y celebrada. El varón llorando como algo específicamente ligado a la pasión por el deporte: “En el Mundial ciertas demostraciones de afectos entre varones hegemónicos hizo un movimiento. Creo que el desafío está ligado en visualizar los mandatos de restricción emocional, fortaleza, autosuficiencia, búsqueda de reconocimiento y éxito” explica Esteban Vacher, Coordinador Operativo de Intervención y Contención en Situaciones Críticas de la Defensoría del Pueblo de CABA. La destreza para expresar sentires que no estén vinculados a la competencia en sí misma, por ejemplo en los jugadores de fútbol, está vedada. Es un terreno minado porque el peligro es la explosión de un sistema que se basa en masculinidades que callan sus sentimientos, que no hablan de los problemas con sus cuerpos, que escapan constantemente a la fragilidad y que deben  ser aprobados en un modo de ser.

Las peleas a la salida del boliche ya dejaron heridos y muertos en muchas oportunidades. El ensañamiento de un grupo de varones contra otro más debil también es un clásico.

El ejemplo del fútbol, viene a cuento no solo por lo frescas que resultan las imágenes sino porque clarifica cómo funciona el moldeamiento. No hay una revisión de los trayectos de deportistas que se van de sus hogares desde muy pequeños, que muchas veces tienen la responsabilidad de cargar en las espaldas el futuro de una familia, que en su mayoría enfrentan el fracaso como derrota y que nada de eso puede ser expresado: “No hizo falta el Mundial para desterrar los prejuicios de que los hombres no lloran, lo que creo que es importante es que no quede reducida la expresión emocional de los varones a los logros o derrotas deportivas. Creo que esto habla de un movimiento lento pero continuo hacia un modo de entender mandatos masculinos donde la búsqueda del poder y el éxito incluye la desvalorización o el arrasamiento del rival y esto es importante marcarlo desde las infancias. Creo que hay una cuestión generacional por el momento histórico en el que nacieron y se criaron estos jugadores, y los perfiles de sus parejas. Muchos de ellos vivieron el Ni Una Menos, no es que ellos hayan marchado con un pañuelo verde, pero sus compañeras de barrios, sus hermanas, quizá sus novias o sus madres están imbuidas por el feminismo, entonces me parece que ahí hay algo que permite mostrar otro tipo de masculinidades más comprometidas con su sentir” explica Vacher.

Ariel Sánchez encabeza la Dirección de Masculinidades para la Igualdad en el Ministerio de Mujeres y Diversidades de la Provincia de Buenos Aires, desde ese espacio toman la tarea de crear estrategias para desarmar los mandatos de masculinidad hegemónicos por considerarlos un factor de riesgo: “Lo que hay que generar son formas de habitar las masculinidades que estén más vinculadas al cuidado de sí mismos y al cuidado de las otras personas” explica en diálogo con Las12. Los programas para masculinidades con enfoque de género de la Dirección se realizan en organismos públicos, organizaciones sociales, sindicatos, instituciones educativas y deportivas en donde se puedan leer las trayectorias de los varones y los conflictos cotidianos desde una perspectiva de género: “Para instituciones deportivas tenemos programas introductorios donde se desarrolla que son los mandatos de masculinidad, pensar a entrenadoras y entrenadores como constructorxs de otros modelos mas allá del modelo de competitividad y crear espacios en donde cuenten qué les está pasando. Incluso en etapas más profesionales, cuánto registro hay de la salud mental, de las trayectorias de esos pibes que desde muy chicos son llevados a un club a probarse, transitan toda su juventud y adolescencia y tal vez las cosas no salen como querían. ¿Qué pasa con la vida de esos pibes?”. Según Ariel esta dinámica que puede pasar en la vida de un aspirante a futbolista o en un futbolista puede transpolar a los mandatos de masculinidad de “educar para que se pueda con todo”, es decir para no registrar emociones, para no hablar.

Juan Branz en su libro Machos de Verdad. Masculinidades, deporte y clase en Argentina. Una etnografía sobre hombres de sectores dominantes que juegan al rugby desmenuza al hombre heterosexual, racional, educado, fuerte, viril y corajudo tomando como territorio de investigación la cotidianeidad de un grupo de jugadores de tres clubes de La Plata y al rugby como un espacio de distinción moral, social y cultural. En donde este deporte produce y moldea un tipo de ciudadano masculino: ¿Por qué la carta de Tomás Hodgers que se fuga de ese ciudadano orgulloso y decente se hizo viral inmediatamente después del asesinato de Fernando? ¿Con qué fibra hizo contacto? Tal vez una de las respuestas sea la asimilación y la responsabilidad de un mandato muy específico que puede terminar con la vida de una persona: creerse superior moral y físicamente.

Según Esteban Vacher “uno vive los privilegios de clase, étnicos y raciales propios con mucha naturalidad, es decir, cuando uno no es víctima de discriminación o no es la parte débil de una desigualdad es difícil darse cuenta de que uno ocupa un lugar privilegiado”, por eso señala que es necesario profundizar y enriquecer no solo el trabajo con varones sino también darle importancia del enfoque de género y las disidencias sexo–genéricas para que de esta manera se pueda explicar la violencia entre varones desde la perspectiva de género, sin caer en el supuesto de que si la víctima de violencia no es mujer o disidencia no amerita un debate sobre sobre masculinidades/poder/violencia.

Graciela Sosa, la mamá de Fernando, habló en muchas oportunidades de que el crimen contra su hijo fue un crimen racista. 

 

Racismo y antipunitivismo

“No olvidemos que el 2020, el año en que mataron a Fernando Baez Sosa fue el mismo año que el racismo tuvo una gran repercusión mediática a nivel mundial por el asesinato de George Floyd” dice Alejandro Mamani, miembro de Identidad Marrón y agrega: “con Floyd nadie dudó de que se trató de un crimen racista en manos de la policía pero acá nos cuesta un montón ver el racismo en el asesinato de Fernando” y señala que la mediatización del caso trae el debate de cómo vemos y como sucede el racismo en América Latina: "La madre de Fernando ha dicho en muchas entrevistas que mientras ve una y otra vez el video en el que golpean a su hijo, no solo ve la violencia sino que también ve que lo discriminaban por su color de piel. Pensar en el racismo es mucho mas complejo de pensar en si hay o no black players en la Selección Argentina o recetas que vengan del norte para explicarnos qué es el racismo. Fernando Baez Sosa era hijo de migrantes, como podría ser cualquier argentino post migración y eso se relaciona con la argentinidad, quiénes entran y quiénes no”.

Alejandro Mamani señala que en la redes sociales ha sido muy común encontrar comentarios respecto a cómo se cagaron la vida los rugbiers: “Ahora se discute el antipunitivismo pero este debate se da en un momento social en el que los sujetos que probablemente terminen privados de la libertad entran en el imaginario de la clase media argentina. Está muy bien ser antipunitivista y pensar en lo mal que están las cárceles pero también hay que tener presente que casi la totalidad de las cárceles en Argentina tienen a la mitad de su población sin sentencia firme” concluye,.

Gustavo trabaja en la cárcel de Bower en la provincia de Córdoba, según él, nunca se pone en debate el sentido de la cárcel: “la cárcel sigue siendo un depósito para el castigo de los presos y la sociedad sólo demanda eso. Demanda penas cada vez más severas y eso responde a una cuestión cultural que tenemos como sociedad, que depositamos en el otro, un tipo de castigo relacionado a la violencia” explica y agrega “los rugbiers actuaron de una forma muy machista que la tenemos atravesada la mayoría de los varones que respondemos a través de la violencia como medio de resolución de conflicto”. 

Esa violencia no es reconocida ni asimilada como la construcción de hombría encarnada por la gran mayoría de varones blancos, heterosexuales y de clase media, en primer plano aparece la condena y la pregunta sobre ¿qué pasa después? se difumina en el aire. En este sentido, Gustavo, que trabaja en sistemas carcelarios desde hace 10 años, explica que la Ley en nuestro país habla de reinserción social, que es algo que no se tiene en cuenta ni social, ni económicamente. ¿Qué reinserción existiría cuando se pide una perpetua? ¿Qué deseamos como sociedad exigiendo este tipo de condenas?

Tres años después del cruel asesinato a Fernando Báez Sosa la mirada está puesta en la condena y en este sistema judicial deficiente. La familia no tiene otra opción que contar con eso y con un duelo interminable. Son imprescindibles las discusiones y los debates que van a contracorriente de la espectacularización de un caso, que como muchos otros, podría pasar de largo sin que nos preguntemos por el después.