“Gracias Tamworth. Palabras que jamás pensé decir juntas”, ironiza Nick Cave sobre el escenario y el público se ríe del chiste que hay que contextualizar. Tamworth es una ciudad de alrededor de 40.000 habitantes en Nueva Gales del Sur, el estado de Australia cuya ciudad más famosa es, por supuesto, Sydney. A Tamworth se la conoce como “la ciudad de las luces” porque fue la primera del hemisferio sur en tener alumbrado público eléctrico y también como la Capital Australiana de la Música Country porque, en enero, se hace ahí el festival nacional del género –que es muy popular, especialmente entre las comunidades indígenas– y cuenta con su propio Hall of Fame, avenida con estatuas de estrellas como John Williamson, Slim Dusty, Smoky Dawson, Tex Morton, Jimmy Little, Col Hardy... casi desconocidos fuera de su país, salvo por la estrella Keith Urban que de todos modos nació en Nueva Zelanda. También tiene su gran teatro donde se entregan los Country Music Awards con la estatua de una guitarra dorada enorme, que también adorna un paseo cercano. En ese lugar toca Nick Cave esta noche, o mejor dicho, tocan Nick Cave y Warren Ellis, en la gira titulada como su nuevo álbum, Carnage. Australian Carnage para ser precisos, del 22 de noviembre al 17 de diciembre. Sin los Bad Seeds, la banda se completa con tres coristas, Wendi Rose, Janet Ramus y T Jae Cole, el baterista Larry Mullins y Colin Greenwood, el bajista de Radiohead, que de alguna manera terminó en este pueblo con muchos títulos de grandeza pero que, en realidad no es París ni Nashville, es semirural, caluroso y sencillo, no tan diferente a una ciudad chica de la provincia de Buenos Aires.

Nick Cave ironizaba esa noche por dos motivos: porque nunca pensó tocar en Tamworth y porque jamás creyó que los fans del country le abrirían los brazos. Pero lo hacen. De hecho, en el concierto, lo primero que sucede es la aparición de una mujer sobre el escenario con un ramo de rosas. Cave la abraza largo. Más tarde dirá: “Vamos a cantar un tema country pero con música rara. Porque eso somos, ¿no, Warren? Músicos country raros”. Warren Ellis no dice nada, o apenas asiente con su barba de sabio y loco, un Rasputín violinista salvaje. Se aman, estos dos. Se entienden con la mirada, se hacen reír. “Carnage” es la canción "country" y es una belleza y mucho más en vivo: “Y es sólo amor/ Con un poquito de lluvia”. Nick Cave siempre fue un animal del escenario por su intensidad eléctrica y suicida, pero también sus canciones son mejores a pesar de las desprolijidades propias del vivo. Estos conciertos, su regreso a Australia después de varios años de pandemia y, sobre todo, después del aparente suicidio de su hijo mayor, Jehtro, son implacables y excelentes. Dicen los diarios al otro día “una misa”, “los mejores de su carrera”, “una experiencia trascendente cercana a lo sagrado”. Son shows magníficos como siempre, y si los adjetivos ya se caen al suelo por el peso de la hipérbole es porque faltan palabras para explicar lo monumental de estos conciertos. Es un efecto lento, un crescendo catedralicio que no hay que ser fan para entender. Aunque, es cierto, esta gira no tuvo concesiones: poco o ningún hit salvo en los bises y concentración en la trilogía trágico éterea de Skeleton Tree (2016), Ghosteen (2019) y Carnage (2021), los discos nacidos del duelo por Arthur, el hijo adolescente de Cave muerto en 2015.

El año pasado murió Jehtro, con orden de alejamiento de su madre porque la golpeaba, adicciones varias, pasado de modelo fotografiado por Hedi Slimani, delitos menores, ezquizofrenia, una estadia en la cárcel y un suicidio en motel roñoso de Melbourne. La vida cruel del hijo de un rockstar. No es casual que, al principio de los shows, la gente no sepa bien qué hacer. No es frialdad anglosajona lo que los mantiene sentados, o no solo es eso. Hay algo de requiem en estos shows y algo de predicador que pide por sus propios pecados, que ruega a un dios enorme y cruel. Y hay algo de ángel de la guarda en Warren Ellis, que cuando toca el violín convierte todo en elegíaco: las canciones son lamentos de pérdida aunque también son expresiones de vitalidad terca, el rugido contra la muerte de la luz. Hasta hay una concesión a la pura alegría: “Breathless” del enorme y no tan revisitado disco doble Abbatoir Blues/ The Lyre of Orpheus (2004).

También cuentan historias. “Hoy temprano nos fuimos a nadar al dique. Y de repente cayó una lluvia bíblica. Así que nos refugiamos como pudimos en un pub y nos dieron de comer y nos secaron. Le dijimos a los dueños, no nos conocían, que tocábamos esta noche. ¿Están acá?”. Están. Quizá un poco confundidos cuando Cave se mete entre la gente con la canción “Hand of God” y grita sobre un reino en el cielo como si salieran serpientes de los rincones en una iglesia revival. O preocupados cuando, a los 64 años, para volver al escenario sencillamente se arroja hacia atrás esperando que alguien lo sostenga y lo suba, seguro de la adoración de la gente. Claro está, lo suben.

Tamworth, porque es un pueblo chico quizá, tiene el honor de un pequeño cambio de lista de temas y Cave toca “God Is In The House”. Y Warren Ellis les regala un solo de violín en el cover de “Cosmic Dancer” de T-Rex que, según Cave, es el mejor de la gira y quizá lo sea, porque medio teatro termina llorando. Ellis tiene una silla muy particular, toca casi siempre sentado, y es flexible al punto de que, a veces, estira su cuerpo y queda casi totalmente horizontal, como si tocara sobre la cama. De lejos, parece flotar: un truco de magia.

En este show toqué por primera vez a Nick Cave. Apoyada sobre el escenario le acaricié la pierna, luego, debajo, lo tomé de la cintura. Mi objetivo, desde Perth, donde festejé mi cumpleaños en uno de sus shows, era tomarlo de la mano, algo que tampoco logré en Buenos Aires. Pero yo mido poco más de 1.50 y él 1.90 y aunque tiene una elongación envidiable no es el hombre de goma. Mi marido me alzó en brazos para que pudiera alcanzarlo, pero Nick se mostró elusivo. Mientras, un fan le pedía a Warren Ellis que le firmara su libro, El chicle de Nina Simone (que fue tapa de este suplemento) y otro le rogaba por su propio chicle y Warren se lo sacaba de la boca y se lo daba y yo tratando de darle la mano al príncipe de las tinieblas y nada. Eso si, a mi marido le pisó la mano, que tenía apoyada sobre el escenario, con sus elegantes zapatos Gucci negros.

Hace tiempo que Nick Cave no da entrevistas y se comunica con los fans a través de The Red Hand Files, una especie de newsletter a la que se le envían preguntas y él contesta con su pomposa candidez habitual. Lo hace con regularidad y de vez en cuando expresa sus malestares contra el estado de las cosas, aunque sobre todo sus respuestas son despliegues de afecto. Sobre el rock actual y los debates sobre colectivos ofendidos y cancelación (él, que escribió sobre violencia y deseo toda su carrera y de milagro no está prohibido) dice: “El permafrost del puritanismo podría ser el antídoto para el cansancio y la nostalgia que atraviesan al rock”. Esa falta de trato con la prensa pareció romperse un poco en la gira australiana, pero el primer indicio fue el libro de conversaciones Faith, Hope and Carnage (2022) con Seán O’Hagan. Ahí también pasa de opiniones a momentos de gran intimidad: “Creo que el arte debe ser confrontativo e incómodo y hacer mucho más que reafirmar tu punto de vista. Para mi generación, esa idea en particular está en nuestros huesos. Cuando era un músico joven, sentía que mi tarea sagrada era ofender”. Si, pero los tiempos cambiaron, Nick, le dice Seán. Y Nick: “Mierda que si”.

Más adelante parece dar con eso que nadie se atreve a decir, y que flotaba en muchos de los shows australianos, quizá más que en otros porque es su casa, donde es casi un hijo pródigo que se fue joven pero siempre vuelve. La idea flotante era que este hombre, más religioso y triste que nunca, está inundado de culpa. ¿Y cómo acercarse a eso más que en puntas de pie, sobre todo cuando el padre en duelo es alguien que parece tan inestable y principesco y lejano? Todos los que conocen a Nick Cave en los últimos años dicen que no puede ser más amable y gracioso, pero son demasiados años de malhumor y maltrato. De a poco se nota esa necesidad sincera de conexión y ahí se levanta el velo en canciones como la desoladora “Balcony Man”: “Soy una bolsa de sangre y huesos/ Que gotea sobre tu silla favorita// Soy un pulpo debajo de las sábanas/ Que baila alrededor de tu mundo con las manos y los pies/ Pero al menos se que esto es verdad/ Esta mañana es maravillosa, y vos también/ Sos lánguida y encantadora y perezosa/ Y lo que no te mata te vuelve más loco”.

Seán O’Hagan le pregunta qué está buscando en los shows, en las conversaciones con los fans, en los discos, incluso en el libro. Y Cave dice:

–Absolución.

No había escuchado esa palabra desde que iba a confesarme cuando era chico. ¿Hablás de perdón o de algo más profundo?

–Si, hablo de ser perdonado, de ser liberado de mi culpa.

No sé cómo responder a eso. ¿Lo decís en referencia a Arthur?

–Si.

De nuevo, no se qué decir. Seguramente no te sentís culpable de lo que pasó.

–Seán, no me culpo directamente ni quiero sonar depresivo, pero cuando veo el trabajo que hago y el modo en que vivo mi vida en general hoy, es cada vez más claro que todo es un intento de... Siento que como padre él era mi responsabilidad y yo miré para otra parte en el momento incorrecto, no fui lo suficientemente vigilante. A Susie, mi esposa, le pasa lo mismo. Y creo que en el trabajo que hacemos los dos, no hay una palabra o una nota o una costura que no diga ‘lo sentimos tanto’. Así que pienso que todo nuestro trabajo pide que se nos quite la carga de nuestra culpa. No sólo a nosotros, sino a Arthur, porque creo, al menos cuando lo siento cerca, que él también siente mucho lo que le pasó y lamenta el dolor enorme que nos causó su muerte. Y quiero que deje de sufrir. A veces me sobrepasa.

Nick aún no habló más que para agradecer las condolencias de fans y amigos sobre la muerte de Jehtro, a los 31. Algo claramente cambió: Mick Harvey vino al backstage en algunos shows de Melbourne. Su salida de los Bad Seeds fue traumática y el mismo Cave reconoce que la lucha de poder dentro de la banda, con él, Warren, Blixa, Mick, se había vuelto una celda con muchos capangas. Es solo un ejemplo. Jehtro nació en 1991, hijo de su relación breve con la modelo Beau Lanzeby. Ese mismo año nació Luke Cave en San Pablo, el hijo brasileño de Nick con Viviane Carneiro y el objeto de su atención y amor los primeros años, algo que no tuvo Jehtro. Parece que la relación se recompuso pero Jehtro siempre hablaba de ese abandono primario. Los dos embarazos, la vida rockera, el exilio sudamericano, los extremos. El segundo disco de Nick Cave & The Bad Seeds se llama The Firstborn is Dead. El primogénito ha muerto. La referencia es el hermano mellizo de Elvis Presley, que murió en el parto y fue el primero en nacer. Cuando Arthur tuvo el accidente fatal, parecía una profecía. Ahora no quedan dudas de que es, en efecto, lo autocumplido.

En 1975 Peter Weir, el director de El show de Truman estrenó Picnic en las rocas colgantes, basada en una novela de 1967 de Joan Lindsay. La película, ensoñada y weird, trata sobre la desaparición de unas estudiantes de secundaria en la Australia victoriana: esta piedra de origen volcánico, altísima, con su base rodeada por un intrincado bosque, fue lugar de esparcimiento a fines del siglo XIX después de que fueron desplazados sus habitantes ancestrales, las tribus de los Dja Dja Wurrung, Woi Wurrung y Taungurung. Mucha gente cree que la desaparición –en la película vuelve una sola chica pero no recuerda lo sucedido– fue real. Es ficción. Sucede que la roca pende sobre el paisaje como lo que es, un templo a dioses desconocidos, y se sabe que tiene túneles verticales y cuevas en las que es inútil buscar a aventureros o espeleólogos, porque son demasiado estrechas y profundas.

Nick Cave y Warren Ellis eligieron este lugar para sus shows más importantes en la gira australiana, con Courtney Barnett y Kurt Vile como teloneros. Mucha gente llegó desde Melbourne en micros, porque el parking estaba lleno de lodo. Algunas fans jóvenes llevaban vestidos victorianos blancos bajo el sol, chicas góticas del fin del mundo. El show, cuando cayó la noche y la roca presidía todo como un espectador mudo, fue hermoso aunque el frío lejos del escenario –había sillas numeradas– era desgarrador. En este lugar se hicieron ceremonias de iniciación y de líneas de la canción, rituales ancestrales barridos por los antepasados de Cave y Ellis, que nacieron cerca, al menos en términos australianos: digamos en pueblos chicos del mismo estado, Victoria. Por eso quizá aunque ninguno de los dos cae en ese tipo de misticismo aborigen la conexión con el lugar en la noche helada fue evidente. Un breve documental sobre el show, Kingdom in the Sky, ya se puede ver en YouTube. Por primera vez en años “Into my arms”, la canción de The Boatman’s Call que Cave escribió en rehablitación no suena como un regalo a los fans sino como una plegaria moderna, una canción de cuna y consuelo.

Por este show estoy en Australia, en el medio del campo, con tres pulóveres y los pies helados. La gente cree que en Melbourne hace calor quizá por el Abierto de Australia, pero no: la ciudad recibe de lleno el viento antártico todo el año, del otro lado del mar solo queda el continente de las montañas de la locura. Cuando vi este show anunciado en la gira me dije: quiero verlo en su país y también el de parte de mi familia –mi marido es australiano–, no se si no será la última vez para él y para mi, sobre todo para mi, seguirlo en una gira extensa por un continente. Y ahí estuve, congelada, rezando: “Pero creo en el amor/ Y se que vos también”.

Salir de ese predio, de la presencia de la roca, se sintió como superar una prueba. Autoimpuesta, pero prueba al fin. No vi todos los bises pero me enorgullezco de haber soportado, temblando, los 15 minutos de la terrible "Hollywood".

Esta noche “I Need You” suena increíble: la canción más dolorosa y minimalista de Skeleton Tree. Es el Concert Hall de la Opera de Sydney, una maravilla acústica, pero también está el alivio y la tristreza del último show. Skeleton Tree es un disco que, confiesa Cave, no le gusta. Está un poco maldito, o muy, cree. Ghosteen es un asunto diferente, desde la tapa, una especie de paraíso naif con unicornios. La primera canción, “Spinning Song” contiene en una línea el último recuerdo de Susie Cave antes de que escuchara la noticia de la muerte de Arthur. “Estás sentada en la mesa de la cocina/ Escuchando la radio/ Y te amo/ La paz va a venir, con el tiempo/ Ese tiempo va a llegar para nosotros”. Como casi todo Ghosteen es ambient basado en la melodía de la voz quebrada y hasta con falsetto. “Lo pusimos en streaming”, cuenta Cave, “muy contentos porque nos gusta mucho el disco y empezaron emojis de vómito y mierda y comentarios tipo donde carajo está la batería”. Para grabarlo hicieron extensas sesiones en Malibú, en el estudio de Chris Martin, el cantante de Coldplay. Él y Warren estaban rotos, explica. También Andrew Dominik, amigo personal, director de los documentales sobre Cave y banda One More Time With Feeling y This Much I know To Be True y de la intensa y criticada Blonde. “No hablábamos de nuestros problemas, los habitábamos” cuenta en el libro “La atmósfera era extraña. Fantasmal incluso. Chris venía mucho pero tiene una energía totalmente diferente, es una persona dulce y lo quiero mucho, es mi amigo, lo que parece sorprender a la gente. Obviamente nuestra música es el día y la noche pero a quién carajo le importa. Siempre me atrajo su generosidad de espíritu y su relación con el mundo. Tenía algo parecido con Michael Hutchence. Nos entendíamos, en un nivel fundamental nos amábamos, pero nuestra música eran dos mundos diferentes. Le mostramos algunas cosas grabadas: él no tiene miedo de decir lo que piensa. Le gustaba casi todo pero a veces hacía sugerencias complicadas que podían alterar radicalmente una canción”. En este punto O’Hagan, casi horrorizado, pregunta: “¿Cambiaron algo por sugerencia de Chris Martin?” Y Cave: “Si. La tercera canción del disco, ‘Waiting For You’, es una balada, pero originalmente tenía un loop industrial super agresivo que sonaba durante todo el tema. Cuando se lo mostramos a Chris nos dijo: ‘Yo adoro lo que hacen y a ustedes pero... ¿podría escuchar la canción sin esa puta fábrica de latas?’”. 

Rompan todo, dice Nick Cave en el show de la Opera House de Sydney, esa obra de arte expresionista del arquitecto danés Jorn Utzon que tardó casi veinte años en inaugurarse –empezó en 1957, se terminó en 1973–. Nadie le hace caso, pero la gente tampoco responde a los guardias de seguridad que piden alejarse del escenario. Porque es Sydney y porque se va de Australia y todo el tiempo dice cuánto va a extrañar su país, regala “The Ship Song”, canción de amor para Anita Lane, integrante original de los Bad Seeds y su novia durante años (y siempre amiga). Warren Ellis saluda al público gritándoles “mi gente”. Después se abraza con Colin Greenwood, su favorito. Esta noche la murder ballad “Henry Lee”, grabada originalmente con P.J. Harvey, suena muy sensual y Nick Cave besa en los labios a Janet Ramus, vestida con un espectacular vestido de la marca de Susie Cave, The Vampire’s Wife: ex modelo y belleza de otro planeta es digna sucesora, aunque muy distinta, de su amiga Vivienne Westwood.

Confesión. No tenía entradas para este show de la Opera. Estaba en una lista de espera. Hasta que una lectora mía, de Canarias, me contactó por redes y me dijo: “Soy amiga del ingeniero de sonido. Vio en mis historias el show de Tamworth, que compartí. Le conté que me gustan tus libros. Seguro te consigue entradas”. Las consiguió. Gracias a los dos, gracias a Lance, hincha de Argentina y River. Lo saludé antes del show y me dijo: si vemos el partido en el hotel, vengan.

El partido era la final del Mundial.

No, pensé. Jamás.

Por suerte no me invitaron. Lo digo en serio. ¿Ustedes verían esos penales delante de Nick Cave?

 

Letras, salmos y cerámicas

Faith, Hope and Carnage

Nick Cave y Sean O’Hagan

El libro, editado por Canongate, consiste en conversaciones entre Cave y su amigo periodista, cuarenta horas de charla realizadas sobre todo en pandemia. Cave habla de cómo ayuda a Susie con su marca y sus vestidos, de las muertes de su madre, Mark Lanegan, Hal Willner y Anita Lane, de religión, de cómo huyó de su casa hacia París y dejó solos a su esposa y a su hijo Earl después de la muerte de Arthur y analiza en profundidad sus últimos tres discos, hechos casi en solitario con Warren Ellis.

 

The Complete Lyrics 1978-2022

Nick Cave

Aunque Cave siempre editó sus letras aquí por primera vez están absolutamente todas, desde Birthday Party a hoy, con una introducción de Andrew O’Hagan. Incluye el ensayo La vida secreta de la canción de amor, de 1999, Grinderman, temas de bandas de sonido (con Warren hicieron desde la serie Dahmer hasta Blonde), poemas escritos para los lectores de The Red Hand Files y en la tapa una ilustración de la pintora polaca Aleksandra Waliszewska, colaboradora habitual de Nick y Susie Cave, artista emblema junto al ilustrador eduardiano Louis Wain, en cuya biopic The Electrical Life of Louis Wain (2021, de Will Sharpe) Nick Cave aparece en un cameo como H.G. Wells.

The Devil, A Life

Nick Cave, Thomas Houseago y Brad Pitt

En la pandemia Cave volvió a uno de sus primeros amores: las artes plásticas. Después de confesar en el libro que quiso ser pintor, explica que realmente sirve para la cerámica. Y a eso se abocó con característica intensidad al punto de no poder dormir algunas noches pensando en un color particular. Ya hizo esta serie completa, una historia del Diablo, y la mostró en el Sara Hilden Art Museum de Tampere, Finlandia, con trabajos del escultor británico Thomas Houseago y ¡Brad Pitt!

 

Seven Psalms

Nick Cave

Su más reciente disco son siete piezas spoken word, con un poco de ayuda de Warren Ellis. Acá no hay furia y humor como en Carnage (“White Elephant”, por ejemplo), es pura plegaria. “Señor, no puedo esperar un momento más/ Porque el ciervo está de pie triunfante sobre la colina/ y sus cuernos rastrillan relámpagos”. Es un álbum para sus fans más fervientes: para quienes quieran sexo y muerte, From Her To Eternity sigue ahí, tan siniestra y actual como siempre.