Hombre con cinco penes como víboras erectas, uno entre las piernas y los otros cuatro en la cabeza. Surgen en la nuca y culminan en cuatro glandes como diamantes de una corona. Cada miembro mide dos veces la altura corporal de su portador. Se diría que el desafío es sostener ese exceso fálico. Esta escultura se encuentra entre otros rastros ancestrales de cultos fálicos en la región de Anatolia, pero todo el orbe es testigo de monumentos al genital masculino erguido. Los monolitos fálicos hablan de imaginarios fuertemente signados por el patriarcado. Nuestra época también está afectada de amor “pénico”. En días mundialistas observamos a los futbolistas festejar con mímica de “te la mero” tanto cuando hacen un gol, como cuando atajan, como cuando son premiados o si ven el trasero de una árbitra que se agacha para acomodar la pelota. El pene es un arma festiva y/o destructiva y/o admirativa y/o libidinosa. Se adoran falos sobre las cenizas de las víctimas de ese priapismo social (machismo, odio, fobia).

La obsesión por el genital masculino erecto no es de hoy ni de ayer y nadie sabe quién la instituyó. Los monumentos de piedra toscamente obscenos y las vidrieras con sofisticados dildos donde los penes ganan por goleada reflejan como un juego de espejos deformantes y misógino la lucha desigual por la equidad de derechos.

“¿Tuviste una nena? ¡Qué pena! Sigue intentando ya llegará el varón”, una frase común en algunas regiones caucásicas en las que se registra el mayor número de abortos selectivos a nivel mundial después de China. Según proyecciones internacionales si continúa el descarte de fetos hembra en 2060, habrá más de novena y tres mil desaparecidas caucásicas “que jamás llegaron a nacer”.

El machismo no tiene género, nos atraviesa y traspasa. En estos días (en Twitter) surgió un brote de patriarcado fogoneado por mujeres o rednautas que se hacen pasar por tales. Y con técnicas digitales compiten en misoginia con recónditas culturas que aún toleran o estimulan el asesinato de bebés que nacen con vulva.

Veamos. “Cuando nació mi hija la quería meter otra vez en la panza para que salga varón. Ellos aceptan lo que les decís, las nenas todo lo cuestionan y contradicen”, lanza una mamá misógina. “El nene con una pelota o una play es feliz, no necesita nada más y la mayoría de las veces es menos caprichoso porque con una boludez puede jugar todo el día”, contesta otre. “Hablo de mi experiencia. La nena es más rebuscada, más combativa, siempre pidiendo explicaciones, cuestionando los no. Pelea con sus amigas. El varón es todo lo contrario. Para mí es más fácil la crianza del varón”, amplía una tercera. “No son fáciles las hijas mujeres. Toda la vida diciendo no tengo ropa, qué me pongo, estoy aburrida, qué hago, qué puedo comer. Los varones son más simples. Básicos se le dice hoy”, remata otro tuit anti mujer.

Existen proposiciones de las ciencias psíquicas que reflejan valoraciones misóginas ya pregonadas por las religiones monoteístas. Siempre las mujeres un escalón más abajo. A los varones físicamente parece que no les falta nada, las castradas son ellas. No deja de ser curioso que hasta en la ciencia se infiltren sospechas discriminatorias y exclusión de lo no binario como en la religión católica y otros monoteísmos.

Con género no se nace, el género se hace. Se nace con genitales y en función de ello nos endilgan un sexo. Hay que recorrer un largo camino para llegar al género y en esa travesía la familia y la sociedad inciden y la autopercepción determina. Pero culturalmente se construye sexualidad naturalizado la vida heteronormada, aceptando el dominio fálico, escondiendo (o destruyendo) genitales hembra. Niña, si antes de nacer ya te acusan de ñoña, lo más probable es que cuando vayas creciendo seas tan ñoña como te imaginaron además de cargar con una autoestima destruida.

La supuesta facilidad de criar varones es una salpicadura más del patriarcado y, como casi toda aseveración corporativa, funciona. Queda pendiente ahondar en el fenómeno de hombres y mujeres fascinades con el pene, incluidos Sigmund Freud y sucesores. Castración. Falta. No saber qué quiere una mujer. Donde un niño ve caballos, el creador del psicoanálisis ve vergas. Algunos criterios científicos se rigen por el poder macho.

Las twitteras citadas y demás personas misóginas están colaborando con las subjetivaciones discriminatorias en general y con las que asuman sus hijes en particular. Esas personas ven como natural las ventajas de nacer con pene. Algo que sería intrascendente si no fuera porque el imaginario pasa a la acción agresiva. La construcción de masculinidades violentas -en el deporte, el hogar, ciertos colegios de elite- fomentan el odio en una cáscara de nuez, como caprichitos de tontuelas, pero también cataratas de fobia por las diferencias.

En nuestras sociedades digitales la presencia del órgano penetrador es tan omnipresente como los atributos de Príapo entre los paganos. El centro neurálgico de Buenos Aires está signado por un falo de 67 metros. Washington lo tiene más largo: 169 metros con 14 centímetros. Esos centímetros son lo que más se parece a la realidad de la mayoría. La media del pene flácido es de 9 centímetros con 16 milímetros; y 13 centímetros con 12 milímetros erecto. Tan corta la realidad, tan larga la aspiración.

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La vulva pulposa y rajada entre las piernas gordezuelas y los abundosos senos de la Venus de Hohle Fels, de 35.000 años de antigüedad, nos muestran que también hay registro de vulvas prehistóricas. Pero la visibilidad de la genitalidad hembra no es hegemónica como el falo. La relativa visibilidad de la vagina va de la mano de la relación de poder minoritaria. En el norte argentino existe escultura y obras de alfarería con evidentes aperturas vaginales, pero los monolitos fálicos son más abundantes e imponentes. Se ve la relación de poder. Cuando más derechos obtenga la mujer más se visibilizarán sus genitales, como la glamorosa vulva semiabierta de “El origen del mundo”, de Gustave Coubet. Ciertas twitteras quizá revisen sus prejuicios machistas y más personas nos preguntemos qué aporte estamos realizando contra ese monstruo irracional de la discriminación y la cancelación, en este caso, mediante figuras genitales. Claro ejemplo de que las imágenes son asimismo políticas.