Racing de Sayago, Uruguay, impulsa una campaña en contra de la violencia en el fútbol. Y lo hace apostado todas sus fichas al fútbol infantil y, especialmente, a erradicar la violencia de los padres que insultan a los árbitros, les gritan a sus hijos que pongan pierna fuerte y se enojan con los técnicos que no colocan en la cancha a quienes ellos quieren. 

La Escuelita de Sayago puso sus propias reglas. Al padre violento que insulta en la cancha se lo convoca a una charla y, si persiste en su actitud, se le impone a su hijo una fecha de suspensión. La comunicación de la sanción se realiza mediante una nota enviada al padre, quien debe comunicársela a su hijo explicándole el motivo por el cual se quedará sin fútbol el próximo domingo.

Los botijas de Racing ahora salen a la cancha con una leyenda en la espalda que proclama: “me avergüenzan tus gritos”.

La noticia nos trajo a la memoria el cuento “Homero”, que formó parte de una campaña lanzada hace unos años por el Ministerio de Educación con unos libritos que se repartían en las canchas.

Homero 

Por Juan José Panno

–Homero.

–¿Qué?

–Homero no me estás dando bola, prestame atención.

–Sí.

–¿Estás tranquilo?

–Sí.

–Bueno, tranquilizate, tran-qui-li-za-te, ¿me entendiste?

–Síiii.

–Escuchame bien, entonces, prestá atención a lo que te voy a decir, no seas pavo porque es muy importante: mirá que el partido de hoy es vital para pasar a la segunda ronda.

–Sí, ya sé.

–No me interrumpas, Homero. Y escuchame: salí a la cancha como si fuera un partido más, olvidate de la responsabilidad enorme que tenés, olvidate de la clasificación, olvidate de todo, vos salí a jugar tranquilo, ¿eh? Tranquilito.

–Sí, tranquilo.

–¿Te ataste bien los cordones? ¿Te pusiste bien las canilleras? A ver, a ver... ajustátelas un poco más, pero Homero, ¿qué hiciste?, Homero, ¿qué hiciste?

–¿Qué hice?

–¿Te dije o no te dije que te pusieras dos pares de medias? ¿No te tengo dicho mil veces que hay que jugar con dos pares de medias para estar más cómodo? Contestame, Homero...

–Sí.

–Cuando termine el primer tiempo vas al vestuario y te ponés otro par de medias. Las gruesas. Las trajiste, ¿no?

–Pero...

–Pero nada. Shhhh, calladito, la boca...

–Ufa.

–Ufa las pelotas. Y me escuchás: no te olvides que en los primeros minutos el referí no echa a nadie, así que lo agarrás al nueve de ellos de movida y lo ablandás, una buena murra, pero con la pelota. Y después... a ver, a ver... después, ¿qué tenés que hacer, Homero?

–Rechazar la pelota.

–Pero pedazo de animal, no ves que no estás concentrado, te das cuenta que así no vas a llegar a ninguna parte. ¡¡¿¿Cómo vas a rechazar si le hiciste foul al nueve??!! ¿Qué hay que hacer?, decime Homero, por Dios te lo pido.

–No sé, no estudié...

–No te hagas el vivo Homero que yo no soy tu madre. Agarrás y lo ayudás al nueve. Primero levantás los brazos y ponés cara de yonofui, fue sin querer y después te acercás al nueve y lo ayudás a que se levante, hacés que le pedís disculpas y le decís despacito, al oído, que en la próxima se la vas a dar en la cabeza. Vas a ver que después ni la toca. ¿Está claro?

–Sí.

–Bueno, entonces si te llama el referí vos ponés las manos atrás, agachás la cabeza, le das la razón, ni una palabra...

–Bueno.

–No interrumpas, Homero y escuchame porque ya está por empezar el partido. No te olvides de agarrarlo del pantalón al nueve de ellos en los corners. Lo agarrás del pantalón y lo pisás y enseguida levantás la mano y le decís al referí que el nueve de ellos te está agarrando del pantalón. ¿Está?

–Sí, está.

–En los corners a favor, prestame atención Homerito por lo que más quieras, en los cornes a favor, vos te hacés el otario, como que te estás atando los cordones y de golpe salís disparado a buscar la pelota.

–Bueno, ¿ya está?

–No, esperá. No seas ansioso, tranquilizate, esperá y escuchá bien lo que te voy a decir; mirá que en cada partido te jugás el puesto, vos fijate en cumplir primero con lo tuyo, no te compliqués, tocá a los laterales, dale la pelota a los del medio y que ellos se arreglen, no te vayas al ataque, no pasés la mitad de la cancha, sólo subí en los corners, mirá que podés perder la pelota y si te hacen un gol de contraataque pagás los platos rotos vos, así que hacé la tuya, despacito, tranquilito, siempre bien parado en el fondo, sin desordenarte.

–Bueno, ¿listo?

–Nooooo, pará, pará, paráaaa. Acordate que en las pelotas divididas siempre hay que ir con la pierna fuerte, un poquito arriba, sin hacer plancha, pero levantando un poquito la punta, así, ¿ves? Mirá que sino te pueden lesionar a vos y siempre es preferible que el lesionado sea un contrario, vos tenés una responsabilidad muy grande, Homero, no te olvidés de eso y entonces no podés salir de la cancha lesionado. Eso sí, no te pasés de rosca a ver si todavía no te echan de la cancha, hay que ser vivo Homero, el fútbol no se inventó para los giles, ¿entendés?

–Sé.

–Qué vas a entender vos si sos un otario, avivate, Homero, avivate de una buena vez.

–Bueno, va a empezar.

–No te apurés, vos tenés que ser piola, le protestás la primera al referí y si lo ves blandito, si no dice nada, le empezás a pedir todo, le hablás en voz baja, sin hacer bandera, que no te escucha nadie. Y si ves que el tipo se pone duro, violín en bolsa y chito, no volvés a abrir la boca.

–¿Ya está?

–Sí, andá tranquilo. Y pensá que no se puede perder. Tran-qui-lo.

Homero Rafaeli se metió en la cancha para jugar un partido del campeonato interno de Vélez Sarsfield en la categoría hasta nueve años y Eduardo le dijo a la pasada a Rosa, su mujer:

–¿De quién habrá sido la idea de organizar estos campeonatos? La verdad que son fenómenos, los piben se divierten como locos.

–Sí –dijo Rosa.