Lisandro Raúl Cubas vio a María Hilda Pérez en la ESMA dos veces. En la primera, estaba embarazada. Una semana después, tenía a su beba recién nacida tendida en una “canastita”. Aquella segunda vez, la última, Cori Pérez le contó que su cuñado la había ido a ver. “Le pregunté quién era su cuñado, creí que era otro detenido más. Me dijo que no, que era marino y trabajaba en la ESMA, y que le había prometido que su beba sería entregada a la familia”, declaró el sobreviviente en el marco del juicio por la apropiación de Victoria Donda Pérez, en el que el represor Adolfo Donda Tigel es el único acusado. Tiempo después, Cubas y otros detenidos clandestinos en el lugar concluyeron que el cuñado de Cori era Palito, el apodo con el que Donda Tigel era conocido.
Cubas fue el único testimonio en la primera audiencia del juicio a cargo del Tribunal Oral Federal 6 de la Ciudad de Buenos Aires, tras la feria de verano. Iba a declarar Lida Vieyra, quien presenció el parto de María Hilda Pérez, pero su testimonio fue reprogramado para el próximo lunes. Vía teleconferencia –Cubas no vive en Argentina–, y en condiciones algo complejas de conexión virtual, el testigo contó que había conocido a Cori y a su pareja, José María Laureano Donda, antes de caer en las garras del terrorismo de Estado. Con el Pato jugaron alguna vez al rugby en equipos opuestos: “Cuando nos reencontramos nos reímos de que antes éramos contrarios y ahora jugábamos para el mismo equipo durante la militancia”.
“Cayeron” secuestrados en operativos y en momentos distintos. Primero fue atrapado Cubas, en octubre de 1976. Para cuando detuvieron a María Hilda, a fines de marzo de 1977, en Castelar, y José María, a los días, a Cubas ya le habían asignado una tarea en calidad de trabajo esclavo en la ESMA: completaba organigramas con los nombres de detenides desaparecidos que la patota de la Armada iba trayendo al campo de concentración.
Los encuentros con Cori
El genocida Francis William Whamond solía hablar con Cubas durante su cautiverio. Un día de fines de mayo del ‘77 lo fue a buscar: “Vamos a subir a Capucha –uno de los lugares del Casino de Oficiales destinado a prisioneres– porque llegó una embarazada que te conoce”, fue el mensaje del represor.
Cubas testimonió que María Hilda estaba en una cama en la habitación de las embarazadas –que, aclaró luego, quedaba al lado de los baños en Capucha–. Al principio no la reconoció, pero ella sí: “Te teníamos por muerto”, le dijo Cori, quien le contó que ella y su esposo habían sido detenidos “por la Aeronáutica” y llevados a una comisaria de Castelar. “Para tranquilizarla”, aclaró Cubas en su testimonio, le dijo a María Hilda que “ya habían traído a otras mujeres a parir, que tenían un buen tratamiento”.
Alrededor de una semana después, la vio de nuevo, aprovechándose de una “guardia bastante flexible” que le permitió ir a verla. Recién entonces intercambiaron sus nombres reales. Victoria ya había nacido, estaba recostada al lado de su mamá “en una canastita”. Entonces, el sobreviviente recordó que esa canastita la había comprado el genocida Héctor Febrés, encargado de las embarazadas de la ESMA, durante un operativo en el que lo habían sacado a marcar gente por la calle. Durante su testimonio, a Cubas le preguntaron cómo sabía que Febrés estaba a cargo de las embarazadas: “Por testimonios de Kika Osatinsky, de Ana María Marti y de Lidia Vieyra, las personas que supe que atendieron partos dentro de la ESMA. Y porque los represores solían jactarse de que allí funcionaba una Sardá de la misma calidad que la real”, dijo, en alusión al Hospital Materno Infantil Ramón Sardá.
Una visita y una promesa
Durante aquel segundo encuentro, Pérez le dijo Cubas que había recibido la visita de su cuñado. “Yo le pregunto quién era, pensando en otro detenido, pero me responde que no. ‘El hermano del Pato es marino y está aquí’, me dijo”, reprodujo el testigo. Entonces no lo supo, pero luego ató cabos: el cuñado de Cori, el que “le prometió que a la niña la iban a entregar a la familia”, era el represor Adolfo Donda Tigel. “Durante 1977 (Donda Tigel) fue operativo del grupo de tareas, que salía a secuestrar, y en 1978, tras el pase a retiro de (Emilio) Massera, ascendió a jefe”, describió.
“Le decíamos Palito”, recordó, e indicó que lo veía caminar por Capucha, en el pasillo del sector de la Pecera –donde desarrollaban también actividades obligadas los prisioneros–. La jueza Gabriela López Iñíguez le preguntó cómo llegó a identificarlo: “Conocía al Pato Donda y era muy parecido”, aclaró.
Luego de aquella segunda visita, a Cubas lo trasladaron a la Base Naval de Bahía Blanca durante al menos un mes. Cuando regresó a la ESMA, Cori ya no estaba. Tanto ella como el Pato continúan desaparecidos. De la niña tampoco se supo nada hasta varias décadas después. Había sido apropiada por el genocida de la ESMA Juan Antonio Azic y su mujer. Luego de ser contactada por H.I.J.O.S. y acercarse a Abuelas de Plaza de Mayo, la ex titular del INADI Victoria Donda Pérez reestituyó su identidad en 2004.
Al finalizar su testimonio, Cubas le dedicó unas palabras a Donda Tigel, que no acudió a los tribunales de Comodoro Py ni se conectó vía telemática para escuchar el testimonio. “Tengo un mensaje para él. Tengo la esperanza de que algún día rectifique y asuma su responsabilidad en este caso, la apropiación de su sobrina, y que rompa el pacto de silencio y nos diga si sabe dónde están los cuerpos de su hermano y de su cuñada”. Le respondió el abogado del genocida, Guillermo Fanego. La ironía no merece reproducción.