“Gaucho” podría ser la palabra del mes. Por estos días, las redes se llenaron de defensores y detractores del mítico personaje argentino a través de dos hechos de marcada repercusión. Por un lado, un drone captó cómo, a fuerza de caballos y boinas, se le arrebataban cámaras a periodistas que se encontraban en Lago Escondido, ese territorio nacional confiscado por el magnate británico Joe Lewis. 

Pocos días antes y por televisión abierta se premiaba al primer dúo de bailarines varones en ganar el Festival Nacional de Folclore de Cosquín, en la categoría “Pareja de Baile Estilizado” con la obra “Los amantes” que retraba una pareja homosexual en los años 50. En el escenario, la interpretación de un beso entre los personajes despertó la polémica, la celebración y el espanto a lo largo y ancho del país. Caben las preguntas: ¿Qué es un gaucho hoy? ¿Qué es la tradición? ¿Cómo el arte y el folclore pueden hablar de estas dos cosas?

Cosquín cambia su coreo

Tradicionalmente son más de 55 las danzas folclóricas argentinas. Cada una tiene sus especificaciones, su rítmica, sus permisos y libertades y une bailarine que se digne de sí debe conocerlas como resultado de años de entrenamiento y estudio. Ezequiel y Facundo Posse, tienen 20 y 10 años, respectivamente, de folclore al hombro y son quienes ganaron el rubro “Pareja de baile estilizado” en la última edición del Festival Nacional de Folclore de Cosquín. Conocen su disciplina de la A a la Z y tienen marcada su tradición, pero también se permiten innovar, hacer de ello algo novedoso, contar otras historias. En la pieza “Los amantes” —con la que ganaron— se incluye un beso entre los personajes que representan: dos varones porteños, para nada gauchos, que en los 50 se encontraban por la noche para amarse.

“Entre nosotros somos súper fríos, no nos abrazamos ni nos saludamos a no ser que sea Navidad, pero en el escenario no somos Facundo y Ezequiel, somos los personajes”, dice el mayor de los hermanos, Ezequiel, quien comenzó su formación a los 6 años en un ballet folclórico de Berazategui, de donde son oriundos. Si bien su hermano menor, Facundo, aprendió de él su pasión por la danza, fue éste quien primero incursionó en otras técnicas, como la danza contemporánea. Son estas disciplinas más modernas las que nutren y estilizan la mayoría de sus propuestas, permitiéndoles correrse de las rígidas limitaciones tradicionalistas —y casi reaccionarias— de la cultura folclórica nacional.

¿Qué les parece más restrictivo, la disciplina en sí o el ambiente del folclore?

Facundo Posse: Los dos. Pero nuestro objetivo también es abrir pensamientos y hablarle a la gente que no quiere ver eso. Pensar que alguien puede cambiar su pensamiento por algo que hacemos nos anima.

Ezequiel Posse: Estos espacios, como el Cosquín, tienen un público muy conservador, con una imagen del folclore muy tradicionalista que hace que llegar a innovar sea muy difícil. Eso no es una restricción de la danza en sí, sino de lo que está alrededor.

Si bien este año fueron galardonados y su obra, difundida, es la tercera vez que presentan la pieza en el certamen: también lo hicieron en 2020, 2022 y ahora, 2023. Comenzaron a hacerlo desde que entró en vigencia el cambio de reglamento que permitía la incorporación de parejas del mismo sexo, que va en la misma línea de la que permitió, por ejemplo, que Ferni de Gyldenfeldt sea la primera cantante trans no binaria de folclore en llegar al Pre-Cosquín.

“Dentro del ambiente nos conocemos todos, y la gente del folclore, académicos o bailarines nos han apoyado mucho desde el día uno que formamos la pareja hasta ahora con esta polémica”, dice Facundo quien también reflexiona: “De todas formas, también nos llena cuando la gente empieza diciendo ‘esto no es así’ y después se abre, es ese nuestro objetivo”.

La tradición, celosamente resguardada por sus vigilantes campestres —y otros no tanto, que hablan de ella desde el dolor de no poder ser europeos— siembra estereotipos y cosecha reproducciones, copias de eso que ya no habla de nosotros. “Nos guiamos más por las personas con las que compartimos espacios que por los 'referentes', pero también nos inspiramos mucho en historiadores o músicos, ballets del exterior y tomamos una o dos cosas de todo, desde ahí creamos”, cuenta la dupla. Así, sus obras no copian la imagen del paisano macho o la china sumisa, y se toman la libertad de usar elementos de la compañía belga Peeping Tom, así como de la picardía de Bugs Bunny o historias sacadas del unitario Mujeres Asesinas, en cosas que “les sirvan de verdad” para lo que quieren decir.

¿Cuáles son las historias que se buscan contar según la tradición?

EP: El rubro Pareja Tradicional busca recrear situaciones históricas, entonces ves un chamamé de una paisana que le está cocinando a su paisano, quien con rudeza la saca a bailar y le demuestra que es su hombre. De todo lo que hay para contar, ¿elegir contar eso? Es muy limitado.

FP: La tradición es hermosa hasta cierto punto, pero no deberían ser sólo esas las ficciones que se interpretan, hay otras también. Yo dejé de bailar malambo, por ejemplo, porque no estaba siendo fiel a mi persona con aquello que se representa, no la pasaba bien.

Aquí me pongo a bailar

Según la tradición, aprender a bailar folclore es aprender a seducir a la pareja. Los varones tendrán que aprender las mil y una maneras de buscar a la mujer y esta, a no entregarse tan fácil. Será ver cómo incluir un beso al aire o como taparse de pudor la cara. Bailar malambo es, sobre todas las cosas, aprender a mostrarse rudo, fuerte, varonil. Llegado a un punto la habilidad de los pies pasa a un segundo plano. ¿Podés sacar un poco más el pecho y poner un poco más de cara de malo? Hay que ensayar cómo ser un varón.

“Desde muy chicos tenemos horas y horas todos los días en ensayos donde lo importante es tener una chica enfrente y aprender esa ‘conquista’. Lo que se investigaba alrededor de eso, en el malambo, era no tocarse, no cruzar miradas y agachar la cabeza”, dice Facundo, que agrega: “Son códigos de danza, pero si nos quedamos ahí, no sirve”.

“Partiendo desde uno que nos deseó que Atahualpa Yupanqui nos partiera una guitarra en la cabeza, recibimos mensajes de todo tipo”, cuenta el mayor de los Posse

No hay lugar en ese código heteronormado, binario y rígido para un beso gay. “Partiendo desde uno que nos deseó que Atahualpa Yupanqui nos partiera una guitarra en la cabeza, recibimos mensajes de todo tipo”, cuenta el mayor de los Posse. “Esto nos bombardeó porque se hizo viral pero desde el primer momento que empezamos la pareja folclórica mucha gente nos apoyó pero fueron muchas más las personas que no lo hicieron”.

El polémico “beso” despertó aplausos pero también comparativas —descabelladas y absurdas— con el caso Lucio Dupuy por parte de Alfredo Caseros que, en extraña relación, pedía que las feministas dijeran algo al respecto de los “gauchos putos”. Ese elemento coreográfico está inspirado en un escena de la mencionada compañía de baile Peeping Tom, donde una pareja sostiene un contacto de labios por casi 5 minutos y con un bebé en brazos. La fuerza de ese recurso llamó a la dupla argentina a incorporarlo en “Los amantes”, una cueca acompañada del texto homónimo de Cortázar al son de “Sin palabritas” de Eladia Blazquez interpretada por Hernán Figueroa Reyes.

“Nosotros ya superamos la rigidez del folclore tradicional y trabajamos la danza desde su faceta de dramaturgia y no tanto como estética que apela a algo que ya no es más”, dice Facundo. Ezequiel agrega: “La tradición y el folclore son cosas distintas. Con el folclore y la danza se pueden traer muchas cosas de lo popular que no son de hace 200 años, pero la gente piensa que sólo se puede hablar del gaucho y sus temas”.

Se pueden encontrar en Youtube distintas piezas de los hermanos Posse: sobre los nietos desaparecidos, sobre el Hospital Interdisciplinario Psicoasistencial José Tiburcio Borda, sobre los amantes homosexuales porteños de la década del 50. La polémica por ésta última, intenta explicar Facundo, es que “se piensa que los gauchos no eran así, como si la homosexualidad no hubiera existido en el pasado”.

Sólo en una de sus obras —también disponible en la red—están personificados como gauchos: en “Los gauchos judíos” que habla sobre la inmigración y cómo esa comunidad se acomodó a la identidad argentina campestre. ¿Alguno de estos temas escapan a la historia de nuestro país, a nuestra cultura o a nuestra identidad? ¿Qué quiere decir en realidad “mantener la tradición” o “hacer folclore”?

“Nosotros nos consideramos folcloristas, así como estoy vestido, sin querer mostrarme gaucho. No somos ni gauchos ni personajes porteños perdidos en la noche pero la gente piensa que el folclore es el gaucho y la jineteada.”.

Tan libre como el pájaro del cielo

Tradicionalmente el gaucho es un desobediente. Un criollo o mestizo, un bárbaro que le escupe en la cara a la civilización y reniega de ella. Es un delincuente que el Estado busca convertir en mercenario y adjuntarlo a sus milicias. Es alguien que se escapa de eso, porque convive con el indio al que se quiere masacrar. Es un ignorante y un malevo. Al mismo tiempo es el protector de nuestra identidad nacional, la cara de la tradición. La historia mitrista de manera perversa lo convirtió en un ejemplo de trabajador, de padre de familia y de pieza clave dentro del capitalismo como mano de obra rural a la vez que portador de la sabiduría de la naturaleza. Un gaucho es muchas cosas, pero ninguno de estos relatos incluye la posibilidad de un gaucho gay.

¿Es posible incluir la tradición en nuevas propuestas?

FP: La tradición es algo que tenemos inculcado de pies a cabeza, por nuestra formación y es algo que celebramos y respetamos. Pero también escuchar una milonga y que la historia sea sobre un gaucho que toma como posesión a una paisana es algo para replantearse. No es algo que podemos seguir festejando —la canción a la que hacen referencia se puede encontrar en la cuenta de Youtube de Soledad Pastorutti y dice: "Para que sepan todos a quien tu perteneces con sangre de mis venas marcaré tu frente"—.

EP: Cuando Piazzola empezó con el tango también le decían de todo, que era un sacrilegio, que eso no era tango, que estaba haciendo cualquier cosa…

La tradición conservadora es la de hacer callar, la de esconder y la de invisibilizar. La sorpresa y seguido escarnio por un beso de dos varones en un evento televisado a nivel nacional y que carga con el prestigio de ser la meca cultural del país, sólo muestra la perversión a la que se somete a la historia al momento de querer ajustarla para validar la hegemonía —que siempre se renueva y se aggiorna y casi nunca se desvanece—.

En el libro Gauchito de Matías Segreti, se incluye una escena de relaciones homosexuales entre dos gauchos. Su protagonista, Antonio Plutarco Cruz Mamerto Gil Núñez, devenido santo popular, no se inmuta ni sorprende al ver lo que ocurre: era lo normal. Su autor explica que en la investigación previa encontró evidencia de la falta de pudor o vergüenza con la que los míticos gauchos vivían relaciones entre ellos.

Pero la tradición no siempre es fiel a la historia. “Lo que vemos en Cosquín no es lo tradicional —explican los Posse— hace 200 años no se zapateaba 5 minutos como es obligatorio hacerlo ahora, ni se hacía con fuego en las botas, camperas de cuero y gel, haciendo piruetas y malabares. Estamos en un mundo de recreación y es contradictorio decir que algo es tradicional pero otra cosa no”.

Une artista mira a la cara a la civilización y la crítica. Es une delincuente de la técnica y de lo establecido. Alguien que escapa a la norma porque convive con la rareza de la fantasía. Al mismo tiempo, es quien nos acerca la tradición y protege la cultura. Le artista es, sobre todas las cosas, une innovador y une desobediente.

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