Del amor cortés de los trovadores al amor sexualizado, toda una gama infinita del amarse. Vivimos una época en la cual lo censurado no es lo sexual sino lo sentimental. Se teme más al compromiso afectivo que al intercambio de fluidos de los cuerpos. La contemporaneidad, a diferencia de la época victoriana, no reprime la sexualidad sino los afectos. En el verdadero encuentro amoroso, decía Roland Barthes, “reboto incesantemente, soy ligero. No temo dejarme llevar por los vientos de mis sentimientos, me dejo y dejo volar".

¿Hay lógica para el amor, hay una edad, un momento, un modo único de enamorarse, o es independiente de la edad, imprevisible e indescifrable? La historia del amor se despliega como la tentativa de colmar la demanda. Lacan afirmaba que amar es dar algo que no se tiene... fórmula misteriosa que confronta a cada sujeto con su propia falta y la imposibilidad de colmarla, aun en al amor. El otro nunca está lo suficientemente presente, por cuanto es el señalador de la falta en el ser. De ahí que no exista una relación amorosa sin una parte de sufrimiento. Sufrimiento llevado al extremo en el romanticismo.

No creo que haya una edad ni modo standard de enamorarse. Eros, dios del amor, sale del caos primitivo y su flecha puede ser enviada y recibida a cualquier edad. Psique, aletargada, envidiada por su belleza, despertó de un sueño profundo gracias a la flecha de Eros, inmortalizada por los frescos de Pompeya. Lejos de ser un dios todopoderoso, Eros es una fuerza perpetuamente insatisfecha e inquieta. El amor no depende de un momento etario sino de una disposición de espíritu hacia el otro, una capacidad de vencer el temor a la entrega y abrirse a lo inesperado de todo encuentro. La pasión, diferente al amor, nos toma por sorpresa y nos devora, pudiendo llevarnos a la muerte, ya sea la propia o la del otro. Punto de incandescencia mortal, riesgo acrecentado por la idealización y deseo de posesión del ser amado. Muchos femicidios surgen de esa exigencia sin límites donde el otro deja de tener derecho a su propia existencia para el acosador, que pretende adueñarse de manera absoluta del cuerpo del otro. Es el negativo del amor, relaciones mortíferas que pueden culminar lamentablemente con la muerte. La pasión revela ser incompatible con el amor, supeditada como al goce destructivo. La relación amorosa en cambio, se va construyendo en la reciprocidad con un otro que sentimos muy cerca, pero aceptando que el amar no implica que el otro desaparezca como tal, que no es una relación especular, que el otro no nos pertenece, sino que será irreductiblemente otro. En caso contrario encontramos la adicción “amorosa", en realidad forma extrema de dependencia, algo así como la contracara del verdadero amor. Nadie es la "media-naranja" del otro, en el sentido de que vendrá a completarnos, dado que la demanda de amor por definición nunca será respondida "plenamente". Es decir que el ser amado estará siempre un poco ausente, inexorablemente. No existe demanda de amor que pueda ser colmada en su espera totalizante. No creo en el Amor como sustantivo, como entelequia, sino como gerundio: amando. Creo que existen amantes en el sentido abierto y generoso de los términos. Y en ese sentido en cada vínculo amoroso se generan diferentes modos de amor. Hay tantas maneras de amarse como vínculos amorosos puedan existir, es decir infinitos. Pero en todos me parece que enamorarse no es un estado sino un movimiento que requiere ser renovado constantemente para que perdure, sin conocer a veces el enigma que determina su continuidad o su carácter perecedero. El amor es siempre subversivo, dado que subvierte el orden social produciendo un efecto disruptivo en la zona de confort del ser narcisístico. El amor en ese sentido es relativamente asocial, busca la intimidad.

Juan Tesone es médico, psicoanalista, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Psiquiatra de la Universidad de París XII, doctor en psicología y profesor asociado de la Universidad de París-Nanterre, profesor emérito de la USAL.