Para Elena Bossi, el Yastay, es hijo de la Pachamama, por encargo de ella cuida los animales silvestres. Se representa como un viejo de larga barba montado en un caballo blanco, o bajo la forma de un suri grande y negro, que hace frente a los perros y pelea con los cazadores, a quienes les roba caballos y mulas. Cuida guanacos, suris, corzuelas, chancho del monte y vicuñas.

Es también el dueño de las aves, de ahí la necesidad que tienen los cazadores de dejarle comida y venerarlo para evitar el apunamiento. Suele aparecer como un relincho o montado en un guanaco, es bajito quemado por el viento frío, dice Carlos Villafuerte, quien relata varias apariciones en Belén, Fiambalá, y la Ciénaga.

Se lo conoce también como Llajtay, y se dice que es el equivalente al Coquena de la Puna, lleva una flauta, calza ojotas que son como alas en sus pies. A veces, se muestra con una cabeza de demonio, lanzando fuego por su boca. Juan Myllano y Norma Ratto en el artículo publicado en la revista del Instituto Colombiano de Antropología e Historia, manifiestan que, si bien Coquena y Yastay podrían corresponder a la misma deidad con diferente nombres según el área geográfica de donde proceden las denominaciones orales, resulta llamativa la identificación de Yastay con el diablo, razón por la cual se resaltan características como su malicia.

Una de las condiciones establecida por el Yastay es que se debe cazar solo por necesidad, evitando el sacrificio de hembras y crías. Las crónicas del periodo de contacto hispano-indígena dan cuenta de la selectividad de la caza: los animales sacrificados eran los viejos o enfermos. Los pobladores del oeste Tinogasteño, son conocedores de este demonio concebido como un ser temible y peligroso, asociados a dominios subterráneos, dueño de los cerros, minas, tapados y minerales.

El hecho que el diablo y algunos santos reciben en algunas situaciones un rol similar a las de los otros “Dueños y madres del Paisaje” similares al Yastay, -dice Julia Costilla- puede ser entendido en términos de resignificación a partir del cristianismo. Por un lado, se le otorga profundidad temporal al mito; y, por otro, se lo muestra permeable a nuevas expresiones, a partir de elementos de una religión ingresada tras la Conquista española, aunque conservando un núcleo y mensaje esencialmente andinos.

Luis Franco homenajea al señor, dueño de las aves y de las bestias de la tierra a través del libro de cuentos, Los hijos de Llastay, cuyos protagonistas son animales de la fauna del noroeste argentino.

El Llastay tiene su lado maléfico, pero el carácter protector con los animales lo dignifica a punto tal que, Adán Quiroga refiere que “Llastay y la Pacha Mama parecen gemelos en la tradición religiosa calchaquí”.

El Uturunco

Este, en cambio, es un hombre que pacta con el diablo para transformarse en un tigre más feroz, sin cola, con los ojos brillantes y no pierde el habla. Es así que las huellas de tigre terminan en huellas humanas, puede transformarse en cardó o piedra, devora ovejas, cabras, mulas y, según el Inca Garcilaso el culto al tigre fue anterior a los incas. Es el gaucho criminal que se convierte en tigre.

Cuenta la leyenda que, lleva puesto un collar de piel de animal, objeto que le permite la transmutación a un peligroso felino con cinco garras en sus patas. Sale a devorar sus presas al atardecer, eligiendo a personas que se encuentran solas en los caminos y cuando sale el sol, se transforma en hombre. Para llegar a la metamorfosis -según el mito- el hombre fricciona su cuerpo en la superficie de un cuero de jaguar, en un ritual solitario y en un escondite.

Berta Elena Vidal de Battini, (citada por la gran mayoría de los investigadores) cuenta una leyenda sobre Francisco Solano. El santo cabalgaba en una mula por el monte santiagueño decidido a visitar una familia, deja el animal en medio del camino, cuando regresa encuentra a la mulita muerta por el Uturunco. Ahí Solano lo amansa con sus palabras, -lo que se considera un milagro- para luego bautizarlo.

Los Hapiñiños, son temidos demonios desterrados, ladrones de tierra, enemigos de la formación de los pueblos, de las heredades, de la agricultura, son como ángeles malos, cuyo ñuño (seno femenino, teta, mama, ver Diccionario Quichua de Lelia Inés Albarracín) deforme espantaba a los hombres. Por eso dice Quiroga, que hapiñiño es un fantasma o duende que solía aparecer con dos tetas largas. El terror se apoderaba de los indígenas, muy conocidos en el imperio incaico. Su nombre aparece en el Valle de Tafí, Tucumán, el Ñuño, Orco Grande y el Ñuñorco Chico.

Uturunco (F.: AdriánGiacchino)