A una de sus gallinas le puso el nombre de Curuzú Cuatía. Algo de lo sonoro se fue deslizando con el cocoroco. Después de morir su perro de la infancia no quiso tener más animales por un tiempo prolongado. Pero un día a la salida del colegio fue a una veterinaria y compró un patito. Lo llevó a su casa y su madre, que no era bichera, se encariñó mucho con Patí, como lo llamaban. También tuvo un tero Terú, gusanos de seda, bichos bolitas, gatos y animales literarios. Esa fauna formó parte de la cosmovisión del mundo de Sylvia Molloy.

Durante la pandemia escribió Animalia, que se publicó luego de morir en el mes de julio del 2022 por Eterna Cadencia. Tenía una casa en New York, pero en los últimos años decidió pasar más tiempo en su casa en las afueras en Long Island. El último tiempo estuvo enferma y apenas visitaba su dormitorio. Se asentó en el sillón que estaba en la galería, entre la casa y el afuera. Ahí leía, descansaba, pensaba y pasaba sus días junto a su mujer y sus gatos. De ese estar surgió este nuevo libro que da cuenta sobre sus diferentes experiencias con lo animal, con lo otro. Hay cierto rehusamiento a encontrarnos con lo extranjero. Asusta. No lo soportamos porque nos confronta con nosotrxs mismxs, pero llamativamente la experiencia más temprana que vivimos es la otredad.

La primera vez que ella decidió convivir con lo extranjero, con la diferencia, con lo animal fue cuando una vecina le ofreció una gatita abandonada, le tocó el timbre y le preguntó si la quería adoptar. Para ese entonces ella vivía sola, se había ido de la casa de su infancia con la necesidad de no convivir con nadie por primera vez. Quería estar sola. En su último libro escribe: “Acaso la reticencia materna al contacto con lo otro, acaso mi propia inseguridad, me hayan marcado”. Pero frente a la propuesta de su vecina sucumbió la idea que para ser una misma hay que encontrarse con lo otro, más aún si pertenece a una especie distinta.

Sylvia Molloy se fue de Argentina en varias oportunidades. A sus 20 años se fue a estudiar a la Soborna, Francia donde se doctoró en Literatura Comparada. A los cuatro años volvió y estuvo unos cinco años más hasta que se volvió a ir porque no le reconocían el título ni podía dar las equivalencias. Hasta que un día consiguió un puesto en Estados Unidos por tres años y se fue quedando allá. Fue docente en las universidades de Yale y Princeton. Se estableció entre América del Sur y América de Norte. Comenzó a alojarse en ese entre.

En cada uno de sus libros arma una trama en la que recupera recuerdos, le advienen voces o imágenes, y escribe esa profundidad que tiene ver con la dimensión de la cercanía y la distancia. Su escritura son retazos autobiográficos que se van hilvanando entre la tinta y la hoja, entre el castellano y algunas palabras en inglés y en francés. Su lengua trilingüe. De niña hablaba español y a sus tres años y medio su padre le empezó a hablar en inglés. Luego aprendió otra lengua, el francés como intento de recuperar la lengua que su madre nunca llegó a hablar. En su casa de la infancia, hablaban inglés por la mañana y español por la tarde. Cumplían el mismo cronograma que tenía el colegio. Con su hermana se tentaban en hacer mezcladitos de lenguas, en desviar la lengua, pero si sus padres las pescaban eran castigadas. Lo hacían en privado para no ser escuchadas.

Hay en ella una atracción mutua entre recuperar una lengua y rescatar recuerdos, casi al modo de esa gravedad que opera entre nuestro cuerpo y la tierra. En su último libro tiene presente la imagen torpe de los patos mientras caminan, casi del mismo modo cuando ella usaba tacos. Como también observar, en pandemia, a uno de sus gatos posado en el techo como una veleta. Construye una lengua privada de los cuerpos, en esos pies que recuerdan caminar, en las yemas que reconocen temperaturas y como el viento muerde la piel.

Sylvia Molloy habita un entre que no es entre una cosa y otra, sino una franja de gaza no limitada en la que se arma algo de la dimensión en ese movimiento indeterminado. Entre dos casas, entre la galería y el afuera, entre tres lenguas. Entre Argentina y Estados Unidos. Su escritura se produce entre lo fijo y lo que se va escribiendo. Su cuerpo entero recuerda y emerge entre las letras. Un entre que desafía lo binario, bascula sin la necesidad de definirse en un lugar predeterminado. A modo de interrumpir lo seguro, lo planificado. Casi al modo de un desplazamiento animal.