14 al 15 de junio, 2005

Caminaba por la calle de madrugada con un curso de veinte personas en medio de la oscuridad más absoluta. Yo sacaba una monedita de mi bolsillo, la levantaba por sobre nuestras cabezas y la moneda brillaba con un resplandor dorado que nos iluminaba.

 

24 al 25 de junio, 2005

Era una noche de invierno. Yo tenía dos casas. De una tenía que salir; a la otra tenía que llegar. Guardaba un par de zapatillas en cada casa. Iba de una a otra en medias, abrigadas, pensando: "Me pongo las zapatillas cuando llegue". Y no llegaba porque me había olvidado la dirección. Entonces retrocedía. En el camino se me iban ensuciando las medias y la gente me miraba mal. Pero tampoco volvía porque no me animaba a cruzar una explanada de asfalto.

 

28 al 29 de junio, 2017

Llevo a mi gato a la veterinaria. Camino con él por la ciudad hasta que llego a un confín que reconozco de sueños anteriores, pero sin saber que estoy soñando. Atravesamos un lugar peligroso y lleno de agua. Al gato se le despega un manojo de bigotes y se los pego. A la orilla del agua hay una multitud ruidosa. Tengo que decir una bendición cuyo texto no recuerdo y me queda lejos para consultarlo; entonces improviso la bendición. Mi voz apenas si alcanza a oírse porque la multitud habla encima. La que más fuerte habla es mi hermana fallecida, Adriana.

    

29 de junio, 2005

Mi inquilina me avisa de los trastornos de mi antigua casa. Hay humedad. Hay dos fantasmas. Uno es bueno. Ella es la segunda que lo ve. Me dice lo mismo que el vidente anterior: "Es tu abuelo". La otra presencia es la de una joven morena de largos cabellos negros. Una mujer fue asesinada en esa casa, por su marido, hace cien años. Yo no le había dicho nada a mi inquilina para no sugestionarla. Pero parece que no hicieron falta presentaciones.

 

29 de junio, 2017

Ceno en un comedor y bar de calle Mitre. En otra mesa, cenan un hombre de mi edad y un adolescente encorvado de remera gris. El hombre le enumera al chico las veces en que tiene programado llevarlo y pasarlo a buscar, y se disculpa por la vez en que no podrá ir a buscarlo. Le pregunta si le importa. "No", responde el muchacho de gris. Es el único sonido que emite en largo rato. El hombre de mi edad le explica que no va a estar en el fin de semana. "Te voy a extrañar", dice. Le pregunta muchos detalles. El chico vuelve a decir "no" a algo más y se queda rígido en su silla. El hombre sigue hablando y le transmite una queja de "tu madre". Así termino de entender que son padre e hijo. El hijo se agita en su silla y emite una diatriba feroz, furiosa, agolpando las palabras entre dientes con rabia. El padre lo oye con mueca de mártir.

 

29 al 30 de junio de 2012

En el primer sueño, vos me preguntabas por escrito (texto centrado, a doble espacio, en letras azul celeste, fuente sans serif) sobre la posible influencia de la religión en tu poesía.

En el segundo sueño, yo trataba de encerrarme con vos en el baño de tu casa; vos intentabas arrastrarme hasta una calle en construcción. En esa pulseada se nos iba la noche.

 

30 de junio al 1º de julio de 2017

Me mudo a un departamento de pasillo que es el más cercano a la calle, en un pasillo donde hay sólo dos. En el del fondo vive Alma Maritano. Me cuenta de las numerosas visitas que recibe: sus amigas, sus alumnos, y cómo les encanta charlar hasta cualquier hora. Le pregunto si se oyen desde mi departamento y no sólo me responde que sí, sino que agrega: "Nunca duró nadie ahí". Lo dice con entusiasmo. Parece estar orgullosa de su vida social, que le insume todo el día y gran parte de la noche, de modo que la gran cantidad de envíos que recibe queda acumulada en el pasillo porque ella no tiene tiempo de llevarlos a su casa, y me estorban el camino. Comienzo a llevárselos a su puerta, para hacerme espacio de circulación, sin esperanza de que haga ese trabajo ella. Son cajas pesadas, llenas de libros y papeles.

Uno de los objetos acumulados es distinto a todos los otros. Es curvo y parece una mezcla de varios fragmentos de distintos instrumentos musicales de madera, unidos por piezas de otros materiales. Las maderas están curtidas por la intemperie y sin embargo, cuando trato de que el instrumento suene, suena afinado. No tiene notas precisas sino que emite una modulación. La música que produzco es como un tango, es como tocar un tango en un violín pero sobre una forma que tiende a dispersarse por su propio peso. Algunos de los movimientos del objeto son el resultado de mis acciones y otros no. "Tiene un alma", le digo a Alma. De la intensidad de los movimientos espontáneos del objeto y de su condición de abandono deduzco que lo habita un espíritu enojado y vengativo. Nos asustamos. Desde la planta alta del pasillo, arrojo el instrumento a un techo a dos aguas, inaccesible. Se dobla en dos. Alma se calma.

Me despierto pensando en que está muerta. Temo que el sueño sea de mal augurio. Vuelvo a dormirme. Tengo que hacer una tarea doméstica y me enojo porque no me sale, de modo que mi familia me envía a Oliveros en una combi. No discuto porque sé que es inútil. Confío en que no me admitirán. Sube conmigo en la esquina frente a mi antigua casa una anciana indígena, menuda y sonriente, que tiene puesta una remera blanca estampada con inscripciones en trazo fino, de colores vivos y claros. Nos admiten pero nos tratan bien, con afecto y respeto. Unos talleristas entusiastas y cultos alientan a la anciana a hacer copias de su remera, cuyas estampas forman un mapa de México, creado por investigadores de la propia comunidad indígena a partir del archivo de un género menor folklórico que es "la intimidación". Este consiste en enviar al adversario un mapa detallado de los lugares que no tiene que pisar.