Gran parte del país con temperaturas ardientes: un calor abusivo que viene desde abajo, casi de las entrañas de una tierra que quiere moverse definitivamente a la libertad. Si hace ocho años el temblor Ni Una Menos convocó a una marea de personas por vidas más justas y libres de violencias (y también puso de manifiesto la necesidad de encontrarse y marchar en tribu), ahora mucha de esa energía está puesta en nuevas urgencias que también nos queman en las manos: ¿sobrevivirá este planeta que queremos volver más justo si seguimos lastimándolo? ¿de qué modo tenemos que reagrupar nuestras consignas frente al avance de las derechas que imponen políticas de arrasamiento de territorios?

Es ahí donde el estrago del extractivismo se vuelve demanda transfeminista inapelable, porque no hay cuerpos libres en una tierra contaminada, explotada.

El grito de hoy reclama por las muertas que día tras día no pararon de multiplicarse, casi un desfile natural de nombres y caras que vemos en el noticiero y ratifican la estadística: un femicidio por día, miles de niños y niñas que se quedan sin madre, familias rotas por la impunidad. Pero también por todas las activistas de la tierra que resisten, en lengua mapuche, en el nombre de Milagro Sala y en la figura emblemática de Marielle Franco, por poner solo unos ejemplos. En estos años se fue comprendiendo que los frentes son muchos ¿Qué pedimos cuando salimos a la calle el 8M en este 2023? La puesta en valor de las trabajadoras, la importancia del cuidado, la necesidad de poner fin a la violencia de género en todas sus formas. Esto quiere decir que cuando una mujer cría y sostiene económicamente a su cría y limpia su casa además de ganar el dinero o conseguir el alimento para dar de comer, está siendo vulnerabilizada, explotada, fragilizada.

Y esas formas de vulnerabilizar son tantas que empiezan en la tele, en el gesto pequeño de decir que una chica de 20 años podría querer noviar con uno de 60 para absorber su experiencia, sin ver que la responsabilidad del tipo en ese vínculo rompe todos los códigos del respeto afectivo. Pero no importa, ¿qué magia no hace un buen culo? Ahí donde Tinelli dejó de cortar polleras se multiplicaron las correcciones políticas que son más bien performáticas, “no vamos a joder con esto que después nos rompen las pelotas” o “ese chiste no lo hagas”, “sobre el cuerpo de los demás no se opina”, pero resulta que sí se opina porque todos y todas quienes tienen lugares de poder en medios de comunicación o representativos están atravesados por las exigencias de la hegemonía estética.

Las vidas travesti trans importan. Sin embargo siguen siendo fetichizadas y exhibidas como trofeos, como caprichos o en su excepción de poderío casual: “si es talentosa no importa qué lleve entre las piernas”, pero resulta que sí importa y no por lo que lleva entre las piernas sino por su rareza, por su forma de hablar, por su corporalidad, y en sus recorridos urbanos, en su mapeo afectivo siguen estando solas, marginadas, reprimidas y corridas por un sistema que prefiere no ver o drenar su furia en identidades diverso genéricas. Este 8M es, una vez más, una oportunidad para pensar la necesidad de una reforma judicial feminista que garantice el acceso al sistema de justicia para mujeres, lesbianas, bisexuales, travestis, trans y no binaries, que dé cumplimiento a la ley de patrocinio jurídico gratuito sancionado en 2015 con perspectiva de género; y no invisibilice la realidad de niñeces y adolescencias víctimas de abuso sexual.

Después de un verano donde dos noticias colapsaron de opinólogos sobre el placer de destruir victimarios como fueron el caso Lucio Dupuy y el de los rugbiers de Villa Gesell, coronados por el mega despliegue hollywoodense de un presidente de la región que se deleita en la tortura de 2000 varones en nombre de la seguridad del pueblo salvadoreño, es también una emergencia pensar el punitivismo en todas sus formas, pero sobre todo como mutilante: si las formas de evitar un sistema cruel se ejercen a través del castigo y la tortura, como proponían quienes clamaron por la perpetua de los jovenes de Zárate, pero sobre todo porque “se pudran en la cárcel y le den su merecido”, o rogaron porque ardan en las más variadas formas del dolor a las asesinas de Lucio, tal vez no estén pensando en todas esas formas del tejido social que no dieron lugar a los eventos todavía, y que están esperando resoluciones más amables, más conciliadoras, más confiadas en la esencia humana y su capacidad de aprendizaje, educación y replanteo de los valores patriarcales, racistas y misóginos. ¿No es posible para chicos de veinte años desandar un camino y volver a la vida transformados? ¿No se podrían evitar años de tormentos en pos de recuperar a esos individuos trabajando sus nociones de masculinidad? Tal vez sea tiempo de que el 8M sea también importante para los varones y sus tan apretados modos de exigencia del deber ser hombres. Por ellos, por nosotres y por todos y todas.