Una conducción del Banco Central dominada por la ortodoxia académica y el negocio financiero, con una gestión sin éxitos visibles, que sube y baja la tasa de interés reflejando su desorientación, que rifa reservas para financiar la fuga de capitales, que no logra domar la inflación, que debilitó el patrimonio de la entidad y que ha creado una impresionante bicicleta especulativa con las Lebac, decidió la expulsión del único director que ha estado advirtiendo del desastre monetario, financiero y cambiario que se está incubando con esa política.

A la dupla Federico Sturzenegger y Lucas Llach (cuya tarea oficial conocida más relevante es la de ser tuitero en su cuenta personal), presidente y vice de la autoridad monetaria, respectivamente, se les cayó la careta de “la independencia del Banco Central”. Esa independencia es, en teoría, respecto al Poder Ejecutivo. Fue la consigna preferida del mundo de la ortodoxia y, por lo tanto, de las finanzas para cuestionar la administración monetaria y financiera del populismo. En realidad, esa idea es utilizada para capturar el manejo de un espacio de poder clave para definir la política económica en función de los intereses de los bancos.

La remoción del director Pedro Biscay no debe ser asimilada al desplazamiento del presidente del BC, Martín Redrado, ordenada por Cristina Fernández de Kirchner, en enero de 2010. Igualar ambas decisiones sólo confunde y está en función de justificar la persecución ideológica y política de la oposición a la que se ha lanzado la alianza macrismo–radicalismo. Redrado se rebeló a una decisión de política económica del Ejecutivo resistiendo su implementación (la utilización de reservas para pagar deuda) y se atrincheró en el Banco Central. Finalmente renunció y, pese a abandonar el cargo, uno de sus directores, Carlos Pérez, continuó en funciones cuestionando la gestión heterodoxa de la entidad hasta culminar su mandato sin que el kirchnerismo lo persiguiera ni removiera. Biscay se ha dedicado a observar críticamente una política que considera errónea, realizar aportes para mejorarla e incluso advertir acerca de cuestiones legales de iniciativas que se debatieron en el directorio.

El presidente Mauricio Macri decidió arrasar con la autoridad de Sturzenegger, quién la aceptó con disciplina, dejando a la actual conducción del Banco Central como títeres de una función que hasta economistas de la ortodoxia evalúan como horrible.