“Ibsen, Grieg, Munch y Mayhem”

La frase-eslogan se lee en la contratapa de The Death Archives: Mayhem 1984-94, el libro de memorias editado en 2018 por Thurston Moore de Sonic Youth que cubre la primera década de vida del grupo que llevó al black metal noruego a los primeros planos internacionales. El dueño de la frase es también su autor, Jørn “Necrobutcher” Stubberud, bajista, miembro fundador y un tipo al que le sobra confianza para codearse con los próceres de la historia grande de la cultura noruega. Después de todo, con casi cuarenta años de carrera encima, Mayhem es el máximo exponente de un género musical que se ha convertido en uno de los productos de exportación más importante del país escandinavo. Y como tal, el próximo 19 de marzo el grupo visitará por cuarta vez Buenos Aires, una de las últimas escalas de su gira Southern Ritual 2023.

Claro que la historia no siempre fue así. Necrobutcher y el otro fundador de Mayhem, el baterista Kjetil Manheim, se criaron en Langhus, suburbio de Oslo donde todavía se respiraba la austeridad previa al boom económico que haría de Noruega uno de los países más ricos y modernos del mundo. El territorio desolado de viviendas grises y padres conservadores del cual todo adolescente quiere escapar.

El escape lo encontraron en la música pesada que comenzó a proliferar durante los primeros años 80. Fascinados por la suciedad de Mötorhead y el satanismo de Venom, pero también por la velocidad hardcore de GBH y la rabia contestataria de Dead Kennedys, Necrobutcher y Manheim formaron Mayhem con la expresa idea de tocar la música más extrema y fea posible. Con la incorporación de Øystein “Euronymous” Aarseth, la banda encontró a su líder perfecto: un guitarrista visionario, lleno del carisma y el ímpetu necesarios para ir en contra de todo y de todos.

Mayhem, 1990

En 1987, Mayhem grabó y editó Deathcrush, un mini-LP producido de manera independiente que compilaba algunas de sus primeras canciones: arranques de violencia sonora que apenas superaban los tres minutos y exudaban una crudeza pocas veces vista, incluso dentro de la escena subterránea del metal, donde las producciones lo-fi estaban a la orden del día.

Para Deathcrush, Mayhem invitó a dos vocalistas amigos, Eirik “Messiah” Norheim y Sven “Maniac” Kristiansen. Fue sobre todo en los gritos desgarradores de este último donde empezó a vislumbrarse un nuevo estándar; una redefinición de los límites con los que el heavy metal podía chocar. Para varios futuros músicos noruegos, cruzarse con ese extraño vinilo ensobrado en una tapa con un logo gigante del grupo e ilustrada por dos manos amputadas colgando sobre un fondo rosado (producto de una falla de impresión) fue toda una epifanía: el entendimiento de que ellos también podían crear algo así de extremo, así de horrible, en sus habitaciones.

Muchos señalan la llegada de Dead como el punto de quiebre en la historia de Mayhem. Nacido con el nombre de Per Ohlin, se trataba de un joven cantante sueco que llegó a Noruega para probarse en la banda después de enviarles un demo en casete que acompañó con un ratón crucificado. Su obsesión con el ocultismo y la muerte dotaron al grupo de un aura decididamente más peligrosa. Un cambio de sonido y actitud que se planteaba como una reacción radical a la exposición y el éxito comercial que estaban teniendo otras ramificaciones de la música pesada como el thrash o el death metal, que para comienzos de los 90 vendían cientos de miles de discos y habían sido aceptados por MTV.

Dead, cantante de Mayhem, 1990

La presencia de Dead era magnética: enterraba las ropas que usaba sobre el escenario, respiraba el aroma de la muerte de bolsas con restos de animales arrollados en la carretera, se maquillaba para parecer un cadáver y se automutilaba. Excentricidades que acompañaba con una poesía sofisticada −de la mejor del género− y unos gritos que realmente sonaban venidos de ultratumba. Pero debajo de su imagen icónica también se escondía la historia de un adolescente que sufría de depresión y había sido víctima de una golpiza en la escuela secundaria en la que le reventaron el bazo a patadas y casi muere desangrado.

Sólo existen un puñado de grabaciones de Mayhem con su voz, y prácticamente todas son en vivo. El 8 de abril de 1991, Dead se voló la cabeza de un disparo de escopeta en la cabaña que el grupo usaba para ensayar. Euronymous, el primero en encontrar el cuerpo, inmortalizó la imagen en una fotografía que, en 1995, uno de sus contactos en Colombia publicó como tapa del disco pirata The Dawn of the Black Hearts. Además, el guitarrista les mandó a sus amigos más cercanos astillas de la calavera de su ex compañero, souvenirs macabros que hablaban de la atmósfera cada vez más espesa en la que la banda se movía. Como él mismo diría más tarde, “cuando tratás con el lado oscuro es importante aprender una cosa: no hay NADA que sea demasiado enfermo, malvado o perverso”.

Mayhem, 1990

La muerte de Dead profundizó todavía más el mito de Mayhem. Por un lado, la música del grupo se alejó definitivamente del primitivismo y mutó en una extraña mezcla de velocidad, destreza técnica, disonancia y, sobre todo, una indescriptible aura de maldad. El verdadero black metal noruego. Por otro, Euronymous abrió la disquería Helvete (“infierno”) en el centro de Oslo, creó el sello independiente Deathlike Silence y se convirtió en el padrino de una generación de adolescentes que formaron sus propios grupos, muchos de ellos con destino de íconos.

Nombres ineludibles como Darkthrone, Emperor, Immortal o Thorns están ligados de manera íntima con la influencia que Mayhem y su líder ejercían por entonces. Pero el que quedaría asociado por siempre a la historia de la banda fue Burzum, la banda de un solo integrante formado por el multiinstrumentista Varg Vikernes en 1991.

Nativo de la ciudad de Bergen, Vikernes pronto se convirtió en uno de los colaboradores más cercanos de Euronymous. Tanto era así que el músico de Mayhem lo sumó a la banda como bajista (Necrobutcher nunca pudo superar las fotos de Dead) y le editó su primer disco en 1992. Varg era también un apasionado por las armas, el nazismo y el fuego, y ese mismo año incendió algunas de las históricas iglesias de madera de la época vikinga que todavía quedaban en el país, lo que desató el equivalente local al pánico satánico estadounidense de los años 80.

En ese contexto se grabó De Mysteriis Dom Sathanas, el debut larga duración de Mayhem.

Lleno de riffs intrincados, ritmos a la velocidad de la luz y la voz operática del sesionista húngaro Attila Csihar −que llegó a la banda por ser uno de los favoritos de Dead− se trata de un disco que sigue sonando futurista. Su producción prístina y a la vez de una reverberación aterradora fue fruto del paso del grupo por la emblemática sala de conciertos Grieg Hall, en Bergen. El broche de oro que necesitaba un álbum contra el cual, al día de hoy, se miden todos los demás discos del género.

De Mysteriis Dom Sathanas fue el testamento de Euronymous, que no llegó a verlo publicado porque Varg Vikernes lo asesinó a cuchillazos el 10 agosto de 1993 por motivos que nunca quedaron del todo claros, pero entre los que se cuentan celos, peleas de poder dentro del círculo más extremo de músicos noruegos y deudas impagas. Al año siguiente, Vikernes fue condenado a veintiún años de prisión y se convirtió en el cuco de la sociedad noruega hasta la aparición del terrorista neonazi Anders Breivik.

Con la muerte de Euronymous la banda desapareció, pero solo por un rato. En su funeral, Necrobutcher y el baterista Jan Axel “Hellhammer” Blomberg decidieron revivir a Mayhem, que pasó la segunda parte de los 90 reinventando su sonido, cambiando de formación y viviendo una improbable vida de estrellas de rock. De repente, sus miembros aparecían en tapas de revistas, daban pésimos conciertos de tan saturados de drogas y alcohol que estaban y hasta enfrentaban pastores que querían exorcizarlos en televisión.

Mayhem 2021, por Esther Segarra

Con el cambio de milenio, la edición de sus discos menos festejados y el black metal en su peor momento de popularidad, parecía que la historia de Mayhem se encaminaba a un final anunciado. Sin embargo, la banda siguió grabando y girando por el mundo y, lentamente, el mundo volvió a prestar atención.

La última década encontró a Mayhem disfrutando de su legado. Las incorporaciones de los guitarristas Morten “Teloch” Iversen y Charles “Ghul” Hedger le devolvieron a la música del grupo cierta vibra vieja escuela, y hoy dan los mejores shows de su carrera. Sea celebrando el legado de De Mysteriis Dom Sathanas tocando el disco en su totalidad, presentando nuevas canciones o grabando un EP de versiones punks junto a sus ex vocalistas, se los nota por fin cómodos dentro de su piel; trabajando con un profesionalismo que nadie hubiera imaginado que pudieran tener.

Por supuesto, el mito sigue siendo redituable. A los documentales y libros sobre la historia de la banda que aparecen cada tanto, se suma la fascinación que Mayhem (y el black metal todo) siguen generando en los círculos ajenos al estilo. Hoy una primera edición de Deathcrush con su fallida tapa rosa o De Mysteriis Dom Sathanas se venden en miles de dólares y Neseblod, la disquería ubicada donde funcionó Helvete, es un lugar de peregrinación para fanáticos de todo el mundo.

También está el estreno de la película Lords of Chaos (2018) en Netflix, con Rory Culkin como versión hollywoodense de Euronymous. Un film que pasó sin pena ni gloria pero que es síntoma de ese extraño fenómeno por el cual a veces el género asoma la cabeza en los lugares menos pensados, como las remeras de Kanye West y Billie Eilish, o en Ed Sheeran queriendo grabar un disco con Cradle of Filth.

En 2021 Mayhem recibió un premio Spellmann (el Grammy noruego) honorario por su carrera, y el jurado los calificó como “una leyenda y una grandeza de la música noruega”. Ya lejos de ser los enemigos públicos número uno del país, son abrazados con un orgullo que jamás hubieran imaginado.

Son los verdaderos embajadores del lado oscuro.

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