En mayo de 2019, en el lapso de unos pocos días, las artistas lituanas ​​Rugile Barzdziukaite, Vaiva Grainyte y Lina Lapelyte notaron cómo sus vidas daban un vuelco de ciento ochenta grados. Meses antes, Sun & sea (Marina), la ópera-performance que habían estrenado en Lituania en 2017, había sido elegida para representar a su país en la Bienal de Venecia, la exposición de arte más antigua del mundo.

La Biennale, como la llaman sus habitués, es bastante más que una gran exhibición celebrada cada año impar: es un evento gigantesco que atrae a coleccionistas, galeristas y a viajeros de todos continentes, y que toma por unos cuantos meses la ciudad entera, de por sí muy concurrida por turistas. Por un lado, la Biennale promete captar algo del momento artístico global. Por otro, al estar organizada en pabellones nacionales, se vive un poco como los juegos olímpicos: los creadores involucrados en la representación de cada país se convierten, en caso de ganar alguno de los premios que están en juego, en embajadores del arte de su patria a nivel mundial.

Rugile (directora de cine y teatro), Lina (música y compositora) y Vaiva (escritora) habían sido invitadas a montar una versión traducida al inglés de su ópera contemporánea, una propuesta visual y sonora extrañísima y magnética que recrea una playa llena de veraneantes que en determinado momento se ponen a cantar canciones no menos extrañas.

Sun & Sea se mostró en el pabellón de Lituania, que está bastante alejado del epicentro de la Bienal. Hoy, son tantos los países interesados en participar del gran evento de arte, que muchos alquilan iglesias, depósitos y otros edificios en cualquier lugar de la ciudad para albergar los trabajos de sus representantes nacionales, por fuera de los jardines donde se organiza históricamente la exposición internacional.

Durante los primeros tres días de apertura para prensa y galeristas, solo algunos curiosos se alejaron del centro neurálgico de la Bienal para ver qué tenía para ofrecer el pabellón lituano. Pero, poco antes de la apertura de la Bienal al público general, cuando se anunciaron los premios y las chicas de Vilna se cargaron el León de Oro a la mejor participación nacional, el interés por Sun & Sea entró en una escalada que no se detuvo hasta hoy, casi cuatro años después. Casi 90 mil espectadores se acercaron a ver la obra en la ciudad italiana.

Después de Venecia, Sun & Sea comenzó a ser invitada a algunos de los museos y festivales más destacados de la escena contemporánea, sobre todo dentro del circuito europeo y norteamericano. Ahora, después de un debut sudamericano en el marco del Festival Santiago a Mil durante enero, la obra dará un paso por Buenos Aires, donde hará dieciséis funciones, a razón de cuatro por día durante cuatro días. Será en el espacio Colón Fábrica, el espacio de La Boca donde se almacena mucha de la producción escenográfica, la utilería y los telones del teatro, que se utiliza por primera vez como escenario de un espectáculo.

UNA ÓPERA EN LA ARENA

Todavía me produce extrañeza ir a lugares muy lejanos para mí, por ejemplo a Santiago de Chile, y que la gente conozca Sun & Sea. Quiero decir: que la gente sepa de mi trabajo y se entusiasme con él”, se sorprende Lina, compositora y música formada entre Vilna y Londres. “Lo más loco es pensar que ahora tenemos una voz. Una voz que genera interés: esa es quizá una de las cosas más difíciles de conseguir en el mundo del arte. No pocas veces me pregunto qué tengo que hacer con eso, qué derechos y obligaciones conlleva. En ese sentido, yo espero genuinamente que nuestra pieza pueda disparar nuevos pensamientos, nuevas reflexiones en torno a ciertos temas”.

No todo es color de rosas, aclara Vaiva, la poeta y dramaturga del terceto: “Es raro, todavía es muy raro. Recibís invitaciones, podés empezar a elegir más y mejor los trabajos en los que te metés, y es emocionante saber que con tu obra llegás a muchísima gente a la que no hubieras esperado llegar. Pero, como todo, tiene un precio: ¡este cambio de vida también rompió relaciones!”.

Si bien la peculiar experiencia de Sun & Sea pide ser habitada de cuerpo presente y es incapturable en video, algunos trailers en Youtube permiten hacerse una idea de lo que ofrece el vivo de esta puesta. La acción se desarrolla en una playa artificial, que a esta altura fue recreada en teatros, museos y otros espacios expositivos en más de veinticinco ciudades. Y es llevada adelante por un coro de actores-cantantes que representan a diferentes personajes cotidianos disfrutando de un día de vacaciones. El público los mira desde arriba e incluso, si quiere, desde diferentes sectores: parte de la propuesta es que los espectadores puedan desplazarse por el espacio, como si fuesen gaviotas que están sobrevolando la escena playera.

Los performers están tendidos en la arena, toman sol, leen, juegan pelota-paleta, pasean a sus perros por el paisaje costero, charlan. A medida que la ópera avanza, la audiencia es invitada a participar de los pensamientos y de las conversaciones que los veraneantes tienen entre sí y consigo mismos. Esos diálogos están en boca de sujetos arquetípicos de la vida contemporánea, reconocibles a la legua, como el varón de edad media adicto al trabajo, la familia acaudalada que ya paseó a sus hijos por casi todas las playas del mundo o el veraneante intelectual lleno de preguntas existenciales que en momentos de ocio afloran con todavía más fuerza.

Esos devaneos mentales, desde los más banales hasta los más profundos, se van agrupando bajo el paraguas de algunos temas comunes. A medida que la obra avanza, es fácil empezar a notar las recurrencias: las reflexiones en torno a la forma en que llevamos nuestras vidas en la sociedad capitalista y posmoderna, el frenesí con el que consumimos todo lo que está a nuestro alcance y el impacto que estos actos tienen en los entornos naturales a los que tanto nos gusta ir a descansar son el andamiaje que estructura las distintas escenas. “Los colores del mar y del cielo cambiaron”, canta, por ejemplo, una de las performers, mientras otra confiesa: “¡Lloré tanto cuando me enteré de que las abejas están cayendo masivamente del cielo y con ellas toda la vida vegetal del mundo morirá!”.

Eso es lo que explica el gusto de los medios por describir Sun & Sea como una “ópera urgente y necesaria” que tematiza “el cambio climático y la crisis ambiental”. Pero, lejos de la pretensión pedagógica o de la campaña ambientalista, las tres creadoras dicen que lo que les interesaba era, sobre todo, capturar cierto espíritu de fin de época y suscitar en el público algunas reflexiones sobre ese lugar bastante oscuro hacia el que parece estar yendo el mundo. Un lugar al que a veces parece que estamos yendo a gran velocidad y con el que nos vamos a chocar, en una suerte de estallido apocalíptico, y a veces parecemos dirigirnos más bien en lenta agonía. Y todo eso que cuentan, lo cuentan de un modo que antepone la experiencia estética al mensaje, en cada uno de los planos que componen su trabajo.

El libreto de Vaiva, por ejemplo, elude algunas palabras que funcionarían como una referencia directa para quien está oyendo (jamás se mencionan palabras como “plástico” o “cambio climático”, por ejemplo). El texto no está exento de guiños irónicos, lo que ayuda por completo a esquivar la solemnidad. La composición de Lina mezcla estilos que van desde la música clásica hasta el pop y la electrónica. Y la instalación visual de Rugilè es, en sí misma, un deleite visual: el paisaje con el que se encuentran los espectadores está hecho de toneladas de arena clara, reposeras, lonas y sombrillas en colores engamados porque, como cuenta la directora, “así como la obra ofrece un coro de voces que deben estar en armonía, es importante prestar atención a todos los elementos visuales, por más pequeños que sean, para generar también un coro de colores”.

Las autoras de Sun & Sea (foto: Andrej Vasilenko)

QUE TENGAS UN BUEN DÍA

Contado así, podría pensarse que las tres artistas tuvieron roles muy delimitados en la creación de su obra. Pero, si bien está claro que cada una tiene su especificidad dentro de la tríada que conforman, todas acuerdan en que la creación de esta ópera es responsabilidad cien por ciento compartida. “Si bien yo soy la directora, las tres creamos esto en conjunto, y constantemente estamos cuestionando las decisiones que tomamos, ayudándonos mutuamente a pensar. Por supuesto, no siempre nos resulta fácil corrernos de nuestro ego, pero intentamos trabajar de una forma no jerárquica, escuchándonos de forma constante”. Por eso es que asisten a esta –y a todas las entrevistas y reuniones que puedan– de a tres: es su forma de enunciar que en este trabajo funcionan como un monstruo de tres cabezas, y que ninguna es más determinante que la otra en el proyecto.

Esta forma de trabajar en conjunto, siempre contaminada por el pensamiento del resto del equipo, ya había sido ensayada por el trío en una colaboración previa y funciona para ellas como un ejercicio de escucha que las alimenta también en lo personal. Hace diez años, las chicas estrenaban Have a Good Day!, una ópera contemporánea coral que narraba la vida interior de diez cajeras de un supermercado. Sobre un escenario iluminado con luces frías y segmentado en diez tarimas que funcionaban como perfecta metonimia de las cajas de los grandes centros de compras, la música y las letras indagaban en todo eso que pasaba por la cabeza y por el cuerpo de esos personajes, más allá de los mecánicos saludos de “buenas tardes”, “gracias por su compra” y “que tenga un buen día” que le daba título de la pieza.

En su libreto, Vaiva construía para cada una de las mujeres una personalidad y exponía los dramas personalísimos que las desmarcaban del resto, aunque para los compradores que eventualmente pasaban por la tienda todas parecieran ser la misma persona. “Si bien las dos obras que hicimos son muy distintas entre sí, Have a good day! también era una pieza sobre el consumo, con lo cual Sun & Sea podría leerse como una continuación de nuestra investigación sobre esta cultura de comprar y comprar en la estamos inmersos. Obviamente, acá enfocamos el tema desde un punto de vista muy distinto”, reflexiona Lina.

Cada una de las tres lituanas, que hoy rondan los 40 años, tiene, además, una trayectoria artística por separado. Rugile no solamente es directora de teatro, sino que también se dedica al cine. Dirigió varias películas, incluyendo Ten Minutes Before the Flight of Icarus (2010) y Acid Forest (2018), presentada en el festival de Locarno. En su trabajo, lo que más le interesa es centrarse en temas como la identidad, la memoria y la relación entre el ser humano y el medio ambiente. Como escritora, Vaiva surfea géneros como la poesía, la prosa y la dramaturgia para obras de texto y óperas contemporáneas. Los campos de acción de Lina van de la música a las artes visuales: es conocida por su trabajo en videoarte y performance y casi siempre colabora con otros artistas, incluyendo al coreógrafo británico Jonathan Burrows. Pero que el gran giro de sus carreras se haya dado en colaboración tiene, para las tres, un gusto especial. Dice Lina: “Lo mejor, para mí, fue constatar que algo así te puede pasar, incluso siendo una artista medianamente joven y viniendo de un país chiquito”.

–¿Lo vivieron como una suerte de reivindicación?

–Más que eso, creo que fue una alegría darnos cuenta de que es posible. Como artista independiente, casi siempre tenés la sensación de que hay cosas que no son para vos. Y de pronto, ¡una vez sí es para vos! A mí lo que me da esperanza es corroborar que no siempre se eligen las alternativas más consagradas o las que tienen todos los votos cantados. En el momento en que fuimos convocadas para hacer Sun & Sea en Venecia, nosotras no estábamos representadas por una galería grande. Por supuesto, no te voy a vender que fue un proyecto do it yourself. En absoluto, la obra es una obra de mucho presupuesto, nosotras teníamos un recorrido y el apoyo para representar al país, pero la llevamos, de verdad, sin grandes expectativas. Y de pronto ganás un premio principal, todo el mundo te empieza a prestar atención. Eso es lo que me dio ilusión: pensar, “bueno, no todo siempre está arreglado”. A veces alcanza con estar en el momento justo y en el lugar indicado.

En la Bienal de Venecia, 2019 (foto: Andrej Vasilenko)

SÓLO DESDE ARRIBA

A diferencia de su primera colaboración conjunta, que estaba pensada para ser vista en un teatro, Sun & Sea es un trabajo bastante anfibio: admite ser llevado a diferentes espacios de exhibición y en cada uno de esos espacios puede ser visto de una forma distinta. En Malmö y en Helsinki, por ejemplo, la pieza fue invitada a ser exhibida en museos como una obra duracional en la que el espectador podía pararse a contemplar la acción en cualquier momento y decidir cuánto tiempo se prestaba a ser voyeur de esos bañeros cantantes. En muchas otras ciudades, el hecho de ser alojada en una sala teatral marca otras reglas. En Buenos Aires, por ejemplo, habrá funciones en seguidilla de una hora cada vez, el tiempo necesario para escuchar la ópera completa.

Desde una pileta abandonada en las afueras de Berlín construida al estilo Bauhaus hasta un teatro barroco en Roma, pasando por el increíble Taxi Park de Vilna, con sus rampas espiraladas que permiten ir espiando a los veraneantes desde diferentes alturas, una mirada rápida al Instagram del proyecto permite comprobar que Sun & Sea se adapta a contextos muy diferentes entre sí. En cada uno, la pieza adquiere también significados nuevos. Sin embargo, hay algunos elementos que resultan innegociables para ellas a la hora de organizar una gira.

“Nuestro sine qua non es que pueda ser vista desde arriba. Sin eso, no hay obra”, explica Rugile. Cada gira implica la posibilidad de dialogar con un espacio nuevo: “Idealmente, nos gusta trabajar con la arquitectura que ya viene dada, en sitios en los que no sea necesario construir gradas para asegurar el plano picado que buscamos. Hay algunos lugares que en ese sentido le suman muchísimo al trabajo y a la experiencia de los espectadores. Y en otros casos, bueno, nos tenemos que adaptar”.

Esa capacidad de adaptación también se volvió parte del trabajo creativo y es lo que hace que los tours sigan siendo entretenidos para el terceto: de cierta forma, cada nuevo lugar propuesto exige hacer una obra nueva. En Reikiavik, por ejemplo, la puesta cambió por completo con la arena negra, casi terrosa, a la que tuvieron que adecuarse porque en la capital islandesa era imposible conseguir una opción que recordara un poco más a los paisajes playeros más prototípicos. Sumado a eso, el elenco siempre se completa con performers locales. A los veinte actores-cantantes que viajan a cada presentación, en su mayoría lituanos, se suman al menos otros veinte veraneantes provenientes de cada ciudad en la que tiene lugar la función. Ese silencioso cuerpo de performers regionales, que aporta rasgos de la cultura en la que va a insertarse Sun & Sea, tiene algunas pautas, pero también tiene bastante libertad: las creadores les piden que simplemente estén ahí, haciendo lo que hacen cuando van a vacacionar.

Por supuesto, en casi todas las entrevistas que les hacen, las artistas deben sortear la pregunta por las contradicciones que conlleva haber hecho una obra que pone en circulación discursos sobre la crisis ambiental y, a la vez, requiere que por lo menos 25 personas se trasladen en avión cada vez que toca hacer una presentación fuera de casa. “La vida está llena de incoherencias, y nosotras no somos la excepción. Obvio que si fuésemos activistas radicales no nos hubiéramos decidido a hacer esta obra megalómana: probablemente viviríamos rodeadas de naturaleza, cultivando nuestra huerta, sin movernos demasiado de nuestro radio. Pero no somos eso”, contesta Vaiva. Y cierra: “Aunque no estemos exentas de contradicciones, creemos que con Sun & Sea podemos aportar algo, sumar alguna perspectiva, despertar alguna reflexión. No sé si es lo correcto, sí sé que es lo que sentimos y queremos hacer. Y en eso andamos: haciendo lo que consideramos mejor y habitando la paradoja”.

Una escena de Sun & Sea (foto: Andrej Vasilenko)

> Sun & Sea en Buenos Aires

Una fábrica en La Boca

Aunque está abierto al público desde hace un año y medio y ofrece visitas guiadas todos los fines de semana, el Colón Fábrica todavía es un espacio poco conocido para muchos en Buenos Aires. Por eso, la decisión de montar Sun & Sea en ese anexo del teatro insignia de la ciudad resulta, además de conveniente –la propuesta visual de la obra sería bastante imposible de adaptar a un escenario a la italiana– estratégica para seguir dando a conocer el lugar y animar a nuevos públicos a viajar hasta La Boca. En sus siete mil quinientos metros, el Colón Fábrica almacena escenografías, vestuario, elementos de utilería y telones producidos en los talleres del teatro que hasta la adquisición de este espacio debían ser desguazados porque no había dónde estibarlos.

Sun & Sea se presenta en el marco de Colón Contemporáneo, el ciclo que está a cargo del compositor Martín Bauer desde 2012. La programación curada por Bauer –que incluye conciertos, obras escénicas y películas con música en vivo– suele desarrollarse principalmente en la sala principal del Colón, pero está, mucho más que las propuestas tradicionales del teatro, abierta a espacios no convencionales como este.

La puesta argentina incluye, además de los actores-cantantes provenientes de Lituania, a veinte performers locales, que van a integrarse a la escena y jugarán a estar de vacaciones sobre las 80 toneladas de arena que componen la puesta. Presentada en formato escénico –es decir, no como una obra duracional sino como una pieza con principio y final, vista por un público que se irá renovando cada hora– Sun & Sea hará cuatro funciones por día, desde el jueves 16 hasta el domingo 19 de marzo. Siempre a las 17, 18, 19 y 20. Colón Fábrica queda en Av. Pedro de Mendoza 2163, La Boca. Las entradas cuestan $3500 y se adquieren a través de www.teatrocolon.org.ar.