El miércoles 13 de marzo de 2013, al mediodía, me sorprendió comiendo una porción de pizza en Garay y Boedo. Estaba de paso al taller de plástica del Frente de Artistas en el Hospital Borda. Los televisores de “la San Antonio” estaban polarizados por las notas y comentarios en la Plaza San Pedro de Roma. Pero esa espera parsimoniosa cambió a la agitación cuando el Papa electo llevaba el nombre de Francisco: era Jorge Bergoglio.

Enseguida sentí desconcierto. No podía evitar que la memoria de Orlando Yorio me visitara con ese dolor entrañable con que él murió sintiéndose incomprendido por el que había sido Provincial en Argentina de la Compañía de Jesús en los oscuros tiempos de la Dictadura. Su exclusión de la Orden; su desaparición y tortura; su exilio forzado.

Como Orlando conocí otras historias conflictivas con aquel Bergoglio.

A decir verdad, desconocía otros testimonios que pronto escucharía tras su elección como Obispo de Roma: de aquellos seminaristas que había salvado del poder militar, por ejemplo.

Recordé, entre otras cosas, su intervención ante la nueva Ley de Matrimonio Igualitario cuando fue Arzobispo de Buenos Aires en 2010. Me pareció que su discurso no acompañaba la sincera búsqueda de derechos de muchos y muchas.

En fin, la noticia del nuevo Papa no me generó alegría ciertamente.

Los días posteriores fui observando reacciones a mi alrededor: grupos antipopulares muy felices, referentes sociales y eclesiales perplejos, muchos y muchas que saludaban la noticia de un Papa sencillo calzado con mocasines negros y no con zapatos rojos… Yo seguía sin saber bien qué pensar.

Progresivamente, algunas cosas comenzaron a impactarme: el saludo inicial como “obispo de Roma” enseguida me refirió al Concilio Vaticano II y la idea de reforma en la Iglesia; el humilde pedido “recen por mí”; el nombre de Francisco y el sueño de una “Iglesia pobre y de los pobres”; la cercanía con los movimientos populares y aquel maravilloso mensajeen Santa Cruz de la Sierra (Bolivia) sobre “Tierra, Techo y Trabajo” en 2015; su lúcido magisterio: “EvangeliiGaudium”, “Laudato Si”, “FratelliTutti”, como las letras más destacadas entre otros documentos.

Cuando quise acordar muchos que vivaron su nombramiento ya no hablaban de él. Ese “Papa peronista” los había defraudado. Conocí gente furiosamente enojada. Por el contrario, cuando fui a la Villa 31 y un trapito me saludó en un aniversario del martirio de Carlos Mugica me dijo: “el Papa ahora es uno de los nuestros”.

No soy un experto en política vaticana; y me faltan elementos de juicio para desentrañar una historia tan compleja. Aunque me confieso ingenuo, tampoco pienso que la elección de un Papa se decide por simple inspiración divina, cual experiencia extática de los cardenales en un consistorio. Puedo imaginar roscas y pasillos ardiendo de sugerencias, discusiones y comentarios de distinto calibre.

Algunos no creen que Francisco haya traído una “primavera” eclesial. Conozco amigos y amigas que hubiesen deseado que el Papa fuera más a fondo en muchas cuestiones. Pero ciertamente estos diez años hemos asistido a palabras y gestos que nunca había visto antes en el Obispo de Roma.

Creo que Francisco, como todos los mortales, convive con sus contradicciones. Pero soy de los que piensa y siente que Francisco ha sido un don de Dios para este tiempo: puso en el centro a las y los pobres, nos acercó al Evangelio.

*Integrante del Grupo de Curas en Opción por los Pobres