La crisis general y la de de las empresas tecnológicas en particular afectan a otros sectores de la economía de los Estados Unidos: el reciente colapso del Silicon Valley Bank (SVB), el 16to banco más grande del país y el más grande en caer desde 2008, es una muestra de la inestabilidad reciente del sector, producto del poco sustento de algunas de sus inversiones.
Como ya se escribió en estas páginas, la crisis de las empresas tecnológicas tiene múltiples causas, entre ellas el fin del dinero "barato" que permitía inflar expectativas de negocios de dudosa solidez, sobre todo del mundo criptofinanciero que fue el primero en colapsar el año pasado.
Sin embargo, no todas las empresas se verán afectadas de la misma manera: las más grandes que cuentan con reservas y negocios concretos sólo tuvieron que reajustarse a la realidad de sus ingresos.
En medio quedaron numerosas startups, un amplio ecosistema de empresas, algunas que aún buscaban modelos de negocios sostenibles y a las que el SVB apoyaba con más generosidad que otros competidores. Ahora esas startups sufren por el estrangulamiento de un flujo de dinero que parecía infinito y que se había mantenido incluso durante la pandemia. El SVB, con muchos clientes de ese rubro, no pudo resistir una corrida en su contra.
¿Pies de barro?
El SVB, fundado en 1982, cuadruplicó sus depósitos entre 2018 y 2021: en enero de este año alcanzó los 190.000 millones de dólares. Lo logró subido al boom tecnológico. El banco, acostumbrado a clientes que conseguían dinero con facilidad, no solo prestó a empresas si no a empresarios ansiosos por exhibir sus fortunas.
El último año las startups sufrieron particulamente: el colapso de la exchange FTX de Sam Bankman-Fried, hasta entonces niño mimado por el establishment y utilizado como muestra de la solidez ética del mundo cripto, aumentó la desconfianza general. Cuando se abrió la caja de Pandora de FTX, basado en una contabilidad caótica y discrecional, quedó claro que los expertos y los medios, entre otros, compraban (y vendían) alegremente espejitos de colores.
En concreto, lo que ocurrió con el SVB, es que ese vínculo endogámico con las startups que le permitió compartir su ascenso acelerado, afectó también su caída. Cuando las startups comenzaron a tener problemas para devolver los préstamos el SVB salió a vender con cierta pérdida los bonos del Estado que había comprado antes del aumento de la tasa de interés.
La situación de momento no era grave, pero cuando informó a los inversores la novedad, algunas firmas recomendaron a sus clientes que retiraran los fondos del banco, lo que generó una corrida veloz que terminó el 10 de marzo con el desembarco de la Corporación de Seguros Federales de Depósitos.
En un gesto obsceno, los empleados del banco recibieron sus bonos anuales pocas horas antes de la llegada de los interventores.
En un primer momento solo se garantizó el retiro de los fondos de quienes tuvieran hasta 250 mil dólares. Las startup aseguraron que no podrían pagar los sueldos con sus ya dañadas economías. Una fintech, Circle, declaró que cerca del 7 por ciento de sus reservas estaban en el SVB, haciendo correr frío por la espalda de los inversores. La USDC, una “stablecoin”, es decir una criptomoneda que, en principio, es estable gracias a que tiene respaldo en moneda corriente, cayó desde el 1 a 1 hasta los 86 centavos de dólar. Coinbase dejó de permitir las conversiones de la criptomoneda a dólares el mismo viernes.
Así las cosas, los reguladores cerraron anticipadamente el Signature Bank, con problemas similares, para usarlo como cortafuegos. El lunes siguiente llegó la tranquilidad: como "excepción" y para evitar una corrida mayor, los reguladores garantizaron que se recuperaría el total de los fondos depositados.
¿Cuál es la meritocracia?
Como explica la senadora Estadounidense Elizabeth Warren, lo que ocurrió es una historia repetida. En 2010, luego de la crisis de 2008 (también pagada por el Estado), se aprobó el Acta Dodd-Frank que establecía mayores controles para que no se produjera una crisis financiera de proporciones. En 2018, durante el gobierno de Donald Trump, el lobby financiero redujo nuevamente esos controles como forma de superar la crisis. El mismo SVB había aportado medio millón de dólares para financiar la campaña.
Una vez más los mismos bancos que inoculan inestabilidad al sistema son rescatados con promesas de leyes para que no vuelva a ocurrir. Mientras tanto los trabajadores observan que el dinero público no va a los más necesitados. Ni siquiera los beneficiarios del sistema creen demasiado en él y huyen a la primera señal de alarma generando profecías de quiebra autocumplidas.
Los discursos sobre la meritocracia y la responsabilidad individual sobre las propias decisiones no son creíbles si siempre son los mismos los rescatados de sus propios "errores" los cuales, mientras funcionaron, permitieron acumular riquezas. Y si se "equivocan" tienen la tranquilidad de que el Estado pagará la fiesta. El SVB es otra muestra y seguramente no la última.