“A los que están trepados en los alambrados les pedimos por favor que se bajen. No queremos que nadie salga lastimado. Hay lugar para todos… así nos dijeron y quiero creer que es así. No quiero que mañana nadie venga a romper las bolas…yo sé ustedes son comprensivos”. El show en Huracán (el primero de una lista de cuatro confirmados que podría extenderse a seis) iba por la mitad con un repertorio indiscutible sobre el escenario y un gran clima al otro lado del mismo, pero Chizzo Nápoli, el cantante y guitarrista, sintió que era necesario reforzar esa “cuarta pared” indispensable para que sucediese lo que hasta antes del sábado parecía imposible: que La Renga volviera a tocar en Buenos Aires sin problemas después de su presentación en noviembre de 2007 en el Autódromo Municipal, casi diez años atrás.

Salvado este detalle sin ninguna derivación inconveniente, el trío de Mataderos redondeó un regreso triunfal a los grandes escenarios porteños. Una saga que se confirmó recién después de largos meses de gestiones entre la banda, la productora Rock&Reggae y el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, los tres convidados de una mesa que incluyó tensiones, desencuentros y el celebrado pacto final que el sábado aprobó su examen más difícil, el primero. “Agradecemos la buena voluntad que hubo para que pudiésemos tocar. Tenían que darse cuenta que no somos tan malos como creen”, apuntó el líder del grupo antes del final.

Pasadas las 21.30 del sábado y ya con toda la gente dentro del estadio, La Renga dio inicio al “banquete” (como así llaman a los recitales) con “Corazón Fugitivo” y “Nómades”, el mismo tándem que se abre su último disco, Pesados vestigios, de 2014. Luego le siguió “Disfrazado de amigo” –único repaso de su álbum Algún rayo– para luego sí dar rienda a la caravana de clásicos que el público deseaba volver a oír en vivo en Capital tras una década de destierro.

Después de “A tu lado”, de “Detonador de sueños”, llegó el turno de “A la carga mi rocanrol”, primera señal de lo que el trío (apoyado por su safoxonista Manu Varela y la sección de vientos “Las cucarachas de bronce”) había planeado para su noche de re-estreno: una condensación de Despedazado por mil partes, La Renga (más conocido como “El álbum  de la estrella),  y La esquina del Infinito, la trilogía más exitosa de toda su discografía, cuyos repasos ocuparon más de la mitad de una maratónica lista de treinta canciones.  

“¡Se está prendiendo fuego todo! Pero no se asusten… es un chiste. Hay mucho Panic Show”, arengó Chizzo después de hacer esa misma canción, una de las dos en la que participó el único invitado de la noche: el ex guitarrista de La Barra de Chocolate, Piel de Pueblo y Vox Dei Nacho Smilari, presentado ante los casi 40 mil espectadores como “una reliquia del rock argentino”. 

Con una escenografía austera pero sólida y un efectivo sistema de iluminación, el grupo dispuso el escenario sobre uno de los laterales para que el público gozara de una visión aceptable desde cualquier lugar, objetivo que además se reforzó con cinco pantallas gigantes y un sistema de sonido sorprendentemente eficaz para un aforo de semejante dimensión. Fue tan magnánimo el despliegue de fierros que no fueron pocos los que se preguntaron con asombro si las seis grúas mecánicas que estaban ubicadas detrás del escenario, más allá del estadio, sobre la calle Miravé, eran parte del decorado. La respuesta es que no: se tratan de máquinas utilizadas para levantar un barrio social largamente anunciado en el límite entre Parque Patricios y Barracas.

Uno de los momentos más intensos de la noche fue “La balada del Diablo y la muerte”, éxito angular de La Renga que en cierto modo resume sus mejores destrezas: una canción sencilla pero incendiaria con la base monolítica a cargo de los hermanos Tete y Tanque Iglesias y la poesía de un Chizzo ataviado de chamán con sus arrojos de guitar hero pero, al mismo tiempo, de violero de fogón. ¿Cuántos de los que estuvieron la noche del sábado en Huracán aprendieron a tocar la guitarra con esa bella melodía de acordes breves pero irresistibles? Probablemente casi tantos como los que interrumpieron la premeditada penumbra con los flashes encendidos de sus celulares.

Sin embargo, las canciones que más detonaron al público fueron las sacachispas: “Estalla”, “Oscuro diamante”, “El rito de los corazones sangrando”, “Bien alto” o una frenética versión de “En el baldío”. 

A pesar del entendible nerviosismo que generaba esta apuesta audaz y ambiciosa, la banda exhibió un gran semblante a lo largo de sus casi dos horas y media de show. La planificación estratégica previa condujo a una fiesta en paz que volvió a ubicar al rock argentino de gran escala como generador de noticias artísticas (y no de las otras). 

Para desacelerar la adrenalina, antes del final Chizzo anunció: “Vamos a hacer un reggae… o algo parecido”. Se refería a “El viento que todo lo empuja”, escala previa al ya tradicional cierre de la mano de “Hablando de la libertad”. “Ahora volvamos a casa en calma y tranquilos. Que mañana, cuando estemos almorzando los fideos, recordemos esta noche con cariño”, instó el cantante antes de despedirse de su público porteño por unos breves días: volverán a tocar el martes, el miércoles, el domingo y, si la demanda sigue, agregarán dos shows más en septiembre. 

9 - LA RENGA

Lugar: Estadio de Huracán.

Público: 38 mil personas.

Banda: Chizzo Nápoli (guitarra y voz), Tete Iglesias (bajo), Tanque Iglesias (batería), Manu Varela (saxo y armónica) y el grupo Las cucarachas de bronce.